Vi que mi marino anda estos días desorientado y observa con atención las noticias sobre la irrupción de VOX, y la polvareda que han levantado sus propuestas.
Nada más llegar al café, me mira y saca varios recortes de prensa con declaraciones, manifestaciones, calificaciones y descalificaciones. Pensé que estaba solo ante lo que intuía que iba a ser una batería de preguntas de calado. Por fortuna, al instante, apareció nuestra joven profesora que siempre aporta un interesante contrapunto.
Después de los saludos de rigor, nuestro viejo marino, nos eleva un comentario:
― El panorama político nos tiene muy distraídos, además con las elecciones andaluzas ha entrado en esta carrera un nuevo regatista, navegando con fuerza, cuando nadie apostaba un centavo por su velero. Ha descolocado al resto de competidores y se ha convertido en el foco de todas las miradas. A partir de esos resultados ha desatado ―por parte del resto de los partidos políticos― una descalificación feroz y ha encendido las discusiones en cualquier reunión de amigos.
No hay la menor duda que, ―además de los políticos― la irrupción de VOX ha sido el fenómeno del fin de año en nuestras latitudes. Ha conseguido ser el centro de cualquier tertulia radiofónica o televisiva, no hay columnista de prensa que no haya abordado el tema; y han conseguido incendiar las redes sociales ―ya habitualmente atrincheradas en sus barricadas― que han desplegado unos desmedidos enfrentamientos entre los que aplauden sus propuestas y los que las descalifican.
Nuestro querido marino nos miró con curiosidad y dijo:
― Mi pregunta es sencilla: ¿Por qué todo se tiene que ver en la actualidad con tanto ruido? Presumimos de ser un país avanzado y democrático, pero al menor indicio a la menor discrepancia ―sobre determinados temas—, nos lanzamos a la yugular del que no opina como nosotros. ¿Por qué no puede haber una reflexión serena? Al hacer esto parece que abandonamos la oportunidad de analizar, de oponer, de bucear en esas propuestas para averiguar si hay algún criterio interesante. Con esta actitud no solo nos alejamos de la libertad de expresión, sino que nos introducirnos en un pensamiento absolutamente dirigido y excluyente.
Eran muchos los porqués que nos ponía encima de la mesa, máxime cuando en las últimas elecciones —unas autonómicas con repercusión nacional— ese partido ha tenido unos resultados sorprendentes y cuesta creer que mayoritariamente sus votantes son unos descerebrados, extremistas y de ultraderecha. Este es un fenómeno que requiere un profundo análisis, de menos alharacas y una observación serena.
Además, están los miedos de los otros partidos ―entre ellos el de Podemos, porque miramos hacia la derecha, pero ahí también hay votos que fueron de ellos en otras elecciones― que piensan que este nuevo regatista les puede comer la tostada. Estaba en esas disquisiciones cuando nuestra joven y encantadora amiga nos dijo:
― No puedo responder a todas esas preguntas, ni a vuestros razonamientos, pero en lo que estamos hablando subyace un fenómeno ya arraigado en nuestra sociedad, que seguramente esté en el origen de todo lo que ha pasado. Me refiero al concepto que desarrolló el psicólogo americano Martin Seligman, allá por los años setenta del pasado siglo, que es la «indefensión aprendida».
Como siempre, nuestra amiga, es capaz de sorprendernos y aportarnos una arista, una cara diferente a la realidad poliédrica que vivimos. Por lo que le pedimos que prosiguiera, y nos dijo:
― Esos estudios y ensayos están relacionados con la depresión y los trastornos mentales, tanto en animales como en humanos.
Ahí aumento nuestra extrañeza, por lo que le pedimos, casi al unísono, que nos aclarase.
― Tal como he dicho esos experimentos demostraron que ciertas condiciones ambientales o conductuales favorecen a creer que nuestro proceder no va a tener ninguna influencia en los resultados, progresivamente se aprende a mantener una actitud y un comportamiento pasivo, sin responder ni hacer nada. En esos casos se considera que se ha adquirido la condición de «indefensión aprendida». Ciertos sectores de nuestra sociedad, en los últimos tiempos, ha estado adormecida y ha ido asumiendo que no se debía hablar de ciertos temas porque ello podía reportar una descalificación. Se ha favorecido el lenguaje políticamente correcto y a mantener una actitud pasiva.
Después de sorber el café, con nuestra cara de extrañeza, prosiguió:
— Durante este tiempo no se ha hablado con libertad de algunos temas delicados y controvertidos. En lugar de defender las diferentes creencias y posturas, se ha apostado por mantener una posición pasiva, de «indefensión aprendida», por lo que todos estos temas no han estado encima de la mesa para su debate sereno; mientras que desde determinados sectores se ha hecho proselitismo y se ha avanzado en la imposición de sus postulados. Se nos ha escamoteado el análisis riguroso porque se ha pensado que nada iba a cambiar y además se corría el riesgo de la descalificación. Vox de forma abrupta, extremista e incluso descaminada ha roto con esa dinámica y ha hecho que mucha gente haya pensado que se podían tener voz para librar ciertas batallas.
Nuestro viejo marino, que goza de excelente salud, buen ánimo y talante, suspiró, y con sorna dijo:
― Me has quitado una preocupación, había acabado pensando que tenía que ir al psiquiatra. Es divertida e interesante tu teoría, aunque a lo mejor no andas tan desencaminada.
Claro que todas esas cosas son muy profundas, para especialistas y personas más doctas, nosotros nos conformamos con paladear el café, ver el mar y disfrutar de la tranquilidad de la aldea.
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