Esa fue mi frase matinal seguida del primer sorbo del café con mi amigo. El viejo marino con sorna me replicó...
― Es verdad que hay gente que parecen autómatas. Piensan poco y actúan como auténticos robots.
Le aclaré que en mi trabajo se habían introducido una serie de innovaciones que llevaba aparejada una gran automatización en los procesos.
― ¿Y a cuántos han despedido?
Respiré hondo y le comenté que esa era una visión muy catastrofista y que la tecnificación, la incorporación de software inteligente no tiene por qué llevar aparejada la pérdida de empleos, sino una transformación de los puestos de trabajo.
Su réplica fue que eso era en la teoría, pero que, en la práctica con todos los cambios tecnológicos, la deslocalización de las empresas o al encargar la maquila a países subdesarrollados vivimos una transferencia y pérdida de empleos mucho más rápida que aquellos nuevos que se puedan crear.
Este es el dilema, este es el gran debate social ―según pienso― y que por muchas declaraciones que hagan los gurús y expertos ni ellos mismos son capaces de dimensionar la realidad a 10, 15 o 20 años vista.
Los cambios son tan rápidos, la progresión es tan geométrica, los intereses económicos tan feroces que cuesta creer que nadie pueda hacer una verdadera predicción, puesto que es muy difícil medir el probable impacto de inventos y tecnologías que todavía están en el laboratorio.
Podemos analizar tendencias, intuir que aquellos desarrollos e inventos que se encuentran en fase beta y puedan llegar al mercado produzcan innumerables cambios; pero también hay mucho margen para la especulación. Pero lo que es un hecho irreversible es que la transformación digital y la industria 4.0 está aquí.
Cada día tenemos más datos y señales sobre los cambios profundos en los que estamos inmersos. Un ejemplo es el estudio reciente del Word Economic Forum que indica una estimación de que para el 2025, habrá más máquinas inteligentes trabajando que humanos.
Mi marino tenía la solución, algo definitivo e infalible: poner puertas al campo.
Después de recordarle que su entorno era el mar y aunque me pudiese gustar, la solución no es tan sencilla. Solo pude reflexionar que, además de los desajustes laborales, es evidente que el perfil de la demanda de puestos de trabajo se está transformando ― cada vez de forma más rápida— y en los próximos años se van a sufrir cambios importantes, y solo los que estén preparados tendrán mejores oportunidades.
Ante estos desafíos sorprende la incapacidad que demuestran responsables políticos y económicos para afrontar un problema tan estratégico y que representa el mayor desafío para asegurar un futuro con garantías de éxito.
Esa incapacidad de llegar a un consenso para crear toda una batería de leyes y acciones que permitan encarar esos retos es preocupante. Es imprescindible garantizar la adecuación y cualificación para esas nuevas demandas laborales y crear programas que permitan reconvertir y adaptar a los trabajadores a esos nuevos escenarios.
En este ámbito, el progreso es una ecuación sencilla con dos elementos: tener una política proactiva para la creación de empresas y contar con trabajadores cualificados y bien formados.
Uno de los ejemplos más visibles son las dos Coreas. Ambas partían después de la II Guerra Mundial con una mayoría de la población analfabeta. Los resultados de ambas políticas son evidentes.
No se puede seguir distraído. No se puede vivir en la autocomplacencia. Se necesita contar con una voluntad férrea de alcanzar esos objetivos. Se deben abandonar esas fórmulas de cursos de formación para cubrir un expediente y justificar el gasto de dinero público, sustraído a trabajadores y empresarios. Reitero, la transformación digital y la industria 4.0 está aquí; ha llegado el momento de reaccionar.
Terminada nuestra conversación vimos como se acercaba hacia nosotros un robot que nos trajo la cuenta, nos cobró, nos dio los buenos días y nos acompañó con palabras amables hasta la puerta. Mi amigo me replicó:
― ¡Ya han llegado hasta nuestra aldea!