Hace escasos meses, en diversas ocasiones y cuando el auditorio se mostraba propicio, Rajoy alardeaba de su magnífico estado físico en general, no solo para terminar la legislatura actual que daba por hecho, sino para presentarse a una tercera.
Tales expectativas y a la vista de los últimos acontecimientos, destacando la inesperada y sorprendente moción de censura presentada por Pedro Sánchez (PSOE), propiciaron un giro de los acontecimientos cuyo remate fue la magistral jugada del PNV, contribuyendo con sus necesarios votos a la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, para posteriormente negárselos y que el PP perdiese la citada moción, con el consiguiente paso a la oposición.
Tras la repentina despedida, Rajoy, en su adiós, no pronunció ni una sola palabra de autocrítica ni pidió perdón a nadie, dejando el Gobierno de España en uno de sus peores momentos comenzando por el independentismo catalán, unido a la amenaza de otras reivindicaciones tal como la modificación de la Reforma Laboral, y todo ello sin explicar ni permitir preguntas sobre los motivos que le llevaron a presentar su dimisión, asumiendo la promesa de convocar un Congreso para la elección de su sustituto.
Con posterioridad a tan desconcertante abandono, los dirigentes del PP, conocedores de su líder y sabiendo de sobra que Rajoy no es precisamente amigo de repentizar ni improvisar decisiones, tal como lo ha venido demostrando a lo largo de su dilatada carrera política, a nivel interno, se baraja la posibilidad de que los barones no le permitieran seguir, argumento escasamente convincente, o bien que Pedro Sánchez le haya tranquilizado en torno a su horizonte judicial, pensando en la amenazante sentencia sobre la causa de “los papeles de Bárcenas”.
En otro orden de cosas, conviene no olvidar el terrible daño que desde hace muchos años le viene procurando al PP la lacra de la corrupción y sus secuelas. Rajoy se ha mantenido a golpe de concesiones a los suyos, sabedor de sus corruptelas hasta grados insólitos, a cambio de una fidelidad sin fisuras, no habiendo tratado adecuadamente la corrupción cuando se multiplicaba en Madrid y Valencia ni intervenido con el rigor requerido cuando surgió el caso “Gürtel” de tan nefastas consecuencias. Los SMS de ánimo al mencionado Bárcenas y un sin fin de situaciones que debieron ser abortados y cortados de raíz fue un tremendo error por parte de Rajoy, limitándose como siempre a eludir cualquier tema relacionado con la corrupción hasta convertirse en una ciénaga insufrible.
Por primera vez, el conocido inmovilismo del presidente no le ha servido de nada. Todo ha cambiado con el consiguiente y obligado abandono de la Moncloa por una moción de censuro que muy pocos imaginaban prosperase. Como era de esperar, el partido el ha arropado en su despedida y eso es lo que se lleva. Hasta ahora, su única prisa ha consistido en anunciar que se va y abandonará la política, decisión que una vez más y con muy poco estilo fue cuestionada por su antecesor y expresidente José María Aznar, ofreciéndose absurdamente desde su "actual posición" para "reconstruir el centro-derecha político". Bien haría este salvapatrias de vía estrecha, criticado en todos los medios de comunicación y redes sociales, observar un discreto silencio, y evitando todo tipo de consejos y colaboraciones, limitándose a respetar y reconocer los méritos de Mariano Rajoy... ¡¡Tiempo al tiempo!!