A río pasado y como siempre sucede, serán muchos los que afirmen que el atípico acceso a la presidencia por parte de Pedro Sánchez sin pasar por las urnas era una “jugada cantada”.
El nuevo presidente de Gobierno, por el momento, todavía sigue flotando y disfrutando de los abrazos y felicitaciones que le dedican esa pléyade de repelentes cobistas, a la espera del ansiado carguito de libre designación con el que siempre han soñado, para abandonar sus mediocres vidas y acceder al grupo de los notables con despacho, moqueta y secretaria incluida, pasando del vulgar Paco al distinguido don Francisco, con el consiguiente cambio de coche, vestuario, apartamento en Benidorm y un largo etcétera.
Superados los trámites de la toma de posesión, sin Biblia ni crucifijo por primera vez y expreso deseo, el nuevo presidente asumirá el complejo cometido de gobernar el país con sus 84 diputados y no solo para hacerle frente al desafió soberanista catalán y consolidar la recuperación económica, sino para tratar de entenderse y negociar con el colectivo de formaciones firmantes de la moción de censura sus respectivas pretensiones. Algunos de los cuales y desde el primer momento ya aprovecharon para enviarle su petición en forma de veto a la totalidad de la actual Ley de Presupuestos, contradiciendo la promesa de Sánchez de regirse por los aprobados por el PP.
A partir de ahora, el nuevo inquilino del palacio de la Moncloa ya no podrá volver a hacer uso de su tan cacareado “no es no” con el que tanto se prodigó. Sus primeros e incómodos enemigos encargados de amargarle la existencia serán la mayoría de los restantes partidos solicitando la convocatoria de nuevas elecciones generales.
Sobre la oferta de diálogo a los partidos defensores del “procés”, se quedará en pura cortesía política, dado que en este terreno Sánchez es conocedor de que deberá actuar con escrupuloso respeto al marco constitucional, si bien es posible el que se permita algún coqueteo simbólico con la federalización. Actividad que provocará que los primeros desencuentros no tarden en aparecer por el marcado deseo de los catalanes de convertirse en república independiente lo antes posible.
Otro tanto y en línea similar sucederá con Podemos. El ambicioso y resentido Pablo Iglesias ya sueña con tocar poder cuanto antes. De ahí la frase, de que “Si no somos socios, somos oposición”, insistiendo en colocar ministros en el nuevo Gobierno del PSOE. Conviene recordar que el líder podemita ya hizo suyo el triunfo de echar a Rajoy del Gobierno a la par que celebró como propio el resultado de la votación.
El único, auténtico y real deseo de Mariano Rajoy consistía, inicialmente, en poder finalizar su segunda y compleja legislatura, para alcanzar ¡¡que menos!! una permanencia en el poder como sus antecesores. Algo logrado incluso por el innombrable e inane Rodríguez Zapatero (PSOE), el peor presidente sin el menor género de duda de nuestra democracia. Para el ya expresidente Rajoy, el haber sido apeado del Gobierno y en circunstancias tan imprevisibles, le ha sentado como una patada en los mismísimos cigotos, al igual que pasar a la historia, según la profecía, como “Mariano I el Breve”.
En cuanto a los motivos de su cese son varios, primando por encima de todos ellos y con diferencia la lacra de la corrupción existente en el PP y más aún la manifiesta negligencia para combatirla. Admitiendo no obstante que se ha producido por motivos inimaginables y no solo para él sino para el conjunto de los españoles, adelantado posiblemente por la sentencia de la “Gürtel” que actuó como auténtica espoleta. Rajoy no ha tenido que abandonar la Moncloa por Pedro Sánchez, quien posiblemente se verá obligado a convocar elecciones generales bastante antes de lo previsto en sus cálculos. Su experiencia de gobierno es nula y en cuanto a sus éxitos electorales solo le cabe el orgullo de haber cosechado hasta el momento los peores de la historia de su partido.
Para terminar, solo resta conocer que decisión adoptará don Mariano Rajoy con respecto a su futuro político, algo que esperamos quede solventado el próximo martes. La mayoría de los ciudadanos, con excepción de los votantes socialistas, opinan que lo más idóneo sería el prescindir de ambos líderes políticos y anunciar la convocatoria de elecciones generales cuando le legislación lo permita. Los distintos partidos deberán presentar a su candidato más idóneo, elegido democráticamente y en todos los casos con una probada y acrisolada honradez... ¡¡Tiempo al tiempo!!