OPINIÓN
| Las grandes mentiras que nos ocultan: (2)
Patriarcas e Imanes en el fondo de todo
miércoles 21 de junio de 2023, 19:39h
Es fácil entender la guerra de Ucrania si se miran las ambiciones personales de los dirigentes, las ambiciones territoriales de los países que desean explotar sus recursos naturales y, sobre todo, el papel que juega la religión en las relaciones de poder, que van de Moscú a Estanbul y que se remontan al propio nacimiento de la identidad rusa en lo que fueron los oblats que llegan a Crimea. Geopolítica del siglo XXI bajo los mismos principios del siglo XVIII. Demasiados compromisos estratégicos y demasiadas zonas oscuros en los cÍrculos del poder.
Ucrania, al igual que Rusia es cristiana ortodoxa y sus dos Patriarcas, el de Moscú, Cirilo ( Vladimir Mijailovich Gundiayev), y el de Kiev, Epifanio ( Sehil Perrovich Duinenko), llevan enfrentados desde que se distanciaron y reclamaron su propia independencia del gran Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I ( Demetrio Archondonis). Sin introducir esa guerra religiosa en el conflicto bélico no se entenderán las posibles salidas al mismo. Cirilo defiende a Putin y considera que Ucrania es parte de Rusia, mientras que Epifanio proclama que su Patriarcado de Kiev es soberano e independiente de Moscú.como mediador entre ambos está el turco Bartolomé I, al que ninguno de los anteriores hace caso pero que sirve para reforzar el papel del presidente Recep Tayyp Erdogan y el papel de Turquia en el conflicto y su papel dentro de la propia estructura de la OTAN.
Papel de las Iglesias cristianas, por un lado, y similitudes con el Islam y sus imanes, por otro. Desde que se desató la llamada revolución islámica en Túnez en 2010, con la caída del dictador Ben Alí, su huída a Arabia Saudí, y su posterior contagio al Egipto de Hosni Mubarak un año más tarde, nos han estado "vendiendo", desde la información oficial de los distintos gobiernos occidentales, que las revueltas que derrocaban gobiernos eran la consecuencia natural de los deseos de una juventud sin futuro, que se unían de forma voluntaria y caótica en torno a los foros sociales de internet, y que con la tolerancia y pasividad de la policía y del ejército de esos países conseguían derrocar a los tiranos.
Una verdad utilizado para otros fines mucho menos sociales y mucho más económicos, contra gobiernos que durante más de veinte años habían ocupado el poder por la fuerza militar. Desgraciadamente aquellos argumentos no resisten el más pequeño de los análisis y se han visto anulados, hasta ahora, por lo que ha pasado y pasó a continuación en Argelia, en Arabia Saudí, en Yemen y en Sudan, por no ampliar la lista a los veinte estados que conforman lo que se conoce geopolíticamente por Oriente Medio y el Magreb. Todos esos movimientos bajo la inquistiva mirada de los gobiernos occidentales y las grandes compañías siempre defendido en los multimillonarios intereses por el control de las materias primas. Unos términos que si queremos comprenderlos en su totalidad sociológica y religiosa habría que extenderlos hasta el mismísimo Afganistán y, por supuesto, hasta lo hoy todopoderoso China y sus compromisos estratégicos, empezando por la Rusia de Putin, los gobiernos de América Latina y las inestables repoúblicas de Africa. Los actores protagonistas, siempre en la sombra, siempre serán los mismos.
Que unos regímenes dictatoriales, que basan su poder en la coacción y la violencia, y que tienen en la policía y en el ejército sus mejores armas desaparecieran por la salida a la calle de miles de jóvenes, sin que interviniesen más fuerzas políticas y económicas, internas y externas, es otra de esas grandes mentiras que aspiran a convertirse en verdades oficiales y asumidas por la sociedad a fuerza de repetirlas. Hoy, seguimos con varias verdades lanzadas a competir como son las de la destrucción de los gasoductos que llevaban el gas de Rusia a Alemania por el mar del Norte o la rotura o voladura de la presa de Nova Kajovka. Las acusaciones van de un lado a otro pero, salvo que la estupidez se haya adueñado del Kremlin, destrozar instalaciones en las que se han invertido miles de millones de euros y son cruciales para el futuro económico y social de esos territorios, y para una parte de Europa Occidental, salvo para Noruega y Polonia que yan han puesto en marcha su propio gasoducto y que se ha visto muy favorecido por la “desaparición” del Nord Streem 2, en perjuicio claramente de Rusia y de la propia Alemania.
Habrá que esperar otros veinte, casi eternamente, para ver en qué desemboca el régimen político tunecino y a dónde conducen las relecciones en Egipto. Ya sabemos lo que ha pasado y está pasando en Irak, en Siria y en Libia, condenados los tres países a vivir bajo una perpetua guerra civil entre los clanes y rtribus que los conforman. Con preguntas claves que hoy no tienen contestación: ¿ qué tipo de sociedad islamista surge en esos países?, ¿es o no posible una democracia de tipo occidental tal y como la conocemos en un mundo en el que la religión y sus dogmas impregna todas y cada una de las relaciones sociales?, ¿va a apoyar, alentar y ayudar Occidente, de la misma manera que lo ha hecho en esas Repúblicas militaristaas - sin olvidar a Argelia y sus yacimientos tan deseados por Italia y Francia- , movimientos similares en países feudales como Arabia Saudi, Kuwait, Emiratos Arabes Unidos...con todas sus reservas de petróleo y gas?, ¿lo hará en otros países islámicos más pobres pero también estratégicos como Yemen, Sudán, Somalia, hasta llegar a Marruecos y sus renovados acuerdos con Estados Unidos y el propio Israel...hasta esos veinte nombres que vienen conformando lo que desde 1945 se conoce como Oriente Medio Y Magreb?.
Por si a alguien le interesa comprobar que lo que está pasando, y las preguntas que desata, tiene una antigüedad de más de cien años puede irse a los artículos y análisis que un norteamericano como Alfred Taylor Mahan y un inglés como Ignatius Valentine Chirol hicieron en 1902 y 1903, muchos de los cuales fueron publicados en el el diario The Times de la época. Han sido parte importante de la materia de la que se han servido los gobiernos norteamericanos y británicos a lo largo de un siglo como potencias imperiales y con grandes intereses en esa región que tiene al Golfo Pérsico y al Canal de Suez como espina dorsal de su economía y su política.