El gatopardismo de los políticos es un clásico de clásicos, como la facilidad con que la opinión pública -perezosa al razonar y proclive al síndrome de Estocolmo- absorbe la propaganda oficial. Un caso interesante es el presidente argentino, Mauricio Macri, que ha llegado a convencer, incluso, a intelectuales, supuestamente, profesionales del razonamiento objetivo.
Contra lo que la masa cree, si bien es cierto -y auspicioso- que ha destronado al peronismo de izquierda, no solo que no ha destronado a la ideología peronista sino que conserva las bases seudo fascistas que instaló Perón, aunque con mejores modales. Después de todo, Mauricio es hijo de un inmigrante italiano, que vivió la época de Mussolini que a tantos italianos entusiasmó -en particular, a los industriales nacionales-, y que vio florecer su fortuna en base a la obra estatal.
En un reciente discurso “refundador”, el presidente ha confirmado su camino opuesto al libre mercado y su fe en un Estado fuerte. Más allá de pocas referencias al sobre dimensionamiento de algunas reparticiones públicas -y ninguna al mercado- Macri apunta a un Estado importante que cobije a las corporaciones, como sindicatos fuertes: habría demasiados, unos tres mil, de los cuales solo seiscientos serían capaces de defender con fuerza a los trabajadores.
Al contrario de lo que hicieron Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que combatieron la ineficiencia del sistema económico desregulando la actividad sindical de modo de desarticular al sindicalismo militante que frenaba al país, Macri reafirma el sistema sindical de origen fascista, típico de la Argentina moderna que venera al poder verticalista y militarizado, con una corrupción sistémica.
Así, a pesar de que al menos siete de cada 10 argentinos desconfían de los gremios, no aprovecha la oportunidad para terminar con el sistema vigente, desregulando y dejando en libertad a los trabajadores para crear -y aportar dinero o no- los sindicatos que quieran de modo que se transformen en eficientes mutuales, en competencia, para beneficio de sus miembros.
No habló de privatizar, ni de desregular, ni de achicar el Estado seriamente, pero abogó por un “equilibrio fiscal” cuyo eje, obviamente, es una fuerte presión impositiva. Luego el gobierno aclaro que bajarían la presión fiscal -superior a la media mundial- en un ínfimo 1.5% del PIB en 5 años, suponiendo un crecimiento y una inflación poco creíbles de modo que, por el contrario, la presión impositiva podría aumentar para solventar un Estado elefantiásico, obras públicas imperiales y asistencialismo demagógico.
Como dijo Macri, "Es inadmisible que… haya tanta… pobreza". Ahora, el principal creador de la pobreza es el Estado que, por vía impositiva, inflacionaria y financiera, quita al mercado -las personas- recursos que terminan siendo pagados por los pobres porque, los empresarios, por caso, los solventan aumentando precios o bajando salarios. Luego ese dinero es malgastado en burocracia, y poco vuelve al mercado y mal asignado.
En fin, sería largo discutir cada punto, pero debe quedar claro que fue un discurso contrario a la libertad, una vuelta de tuerca que pretende –“ordenar al país”- apretar más a los ciudadanos. De hecho, aumenta el gasto en fuerzas de “seguridad”, y las expulsiones de extranjeros, con un tufillo a racismo. En fin, tenemos más de lo mismo, peronismo color champagne.
- Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
@alextagliaviniwww.alejandrotagliavini.com