Los libros de historia recogerán el arranque de la XI Legislatura como la fecha que comenzó la segunda Transición democrática. El miércoles 13 de enero la sociedad española vio a través de la televisión nuevas formas, nueva estética y un nuevo estilo de hacer política que ha roto 40 años de bipartidismo. Pero el enfrentamiento provocado por el proceso independentista de Cataluña puede hacer descarrillar la segunda Transición.
Dos nuevos partidos han irrumpido en el Congreso de los Diputados y el Senado, sedes de la soberanía popular salida de las urnas: Ciudadanos por el centro y Podemos por la izquierda extrema. La formación liderada por Pablo Iglesias y los independentistas transformaron la fórmula que les convertía en parlamentarios en una declaración de intenciones -“Prometo acatar la Constitución y trabajar para cambiarla”- que anticipa la tensión que dominará la nueva Legislatura.
Las frases combativas terminadas con el puño en alto, espectáculo inédito en el Palacio de la Carrera de san Jerónimo, desencajaron las caras de los diputados del PP. Serios y con las mandíbulas apretadas observaban atónitos el resultado de dilapidar en cuatro años la mayoría absoluta de 2011 y de vivir alejados de la calle y de los problemas de los españoles.
Hundido en su sillón azul un demacrado y acabado Mariano Rajoy no daba crédito a lo que presenciaba. A buen seguro pensaba si estaba viviendo una pesadilla, un mal sueño del que despertar. Cuántas veces habrá imaginado que las meigas le concediesen el don de dar moviola para enmendar, uno tras otro, los errores cometidos.
El primero y definitivo, combatir la corrupción extendida como la gangrena entre los dirigentes populares que han hecho perder al PP más de tres millones y medio de votos. Las medidas de transparencia contra la corrupción al final de legislatura sonaron a lágrimas de cocodrilo. Las Gürtel, Malaya, Pokemon, Púnica y las acusaciones del ex tesorero Bárcenas han pesado como una losa de granito gallego, tan profusamente empleado en las obras de la M30 madrileña.
Y es que la llegada de Podemoscon más de cinco millones de votos ha sido el “castigo” de la ciudadanía a la corrupción que Rajoy no quiso desmontar. Que no nos engañen. Moncloa y Génova conocían perfectamente las tramas de la corrupción.
Los alcaldes que recalificaban terrenos con sus amigos promotores y constructores tenían nombres y apellidos conocidos; terrenos que pasaban de un euro el metro cuadrado a cientos y miles de euros. Especulación pura y dura para el enriquecimiento personal y la financiación del partido.
Había dinero y comisiones para todos. Y si en el pelotazo de un plan urbanístico algún participante se quedaba fuera por disputas personales, iba a Génova a denunciar a sus hasta ese momento amigos. La España cainita. Si el excluido no veía un euro, tampoco lo vería el resto. En la sede del PP saben mucho de estos navajazos y luchas intestinas.
En vez de desmontar el entramado de la corrupción, Rajoy puso el acento en la incipiente recuperación económica pensando que ésta haría olvidar el trasiego de los políticos corruptos por los juzgados de toda España.
Pero, mal aconsejado, cometió un inmenso error de cálculo porque la crisis ha empobrecido a los españoles: los contratos son precarios, los sueldos no admiten comparación alguna con Europa, los jóvenes se ven obligados a emigran en busca de trabajo y la legislatura se ha cerrado con más de 4,5 millones de parados.
Al PSOE ya le tocó pasar su calvario con el endeudamiento de Rodríguez Zapatero, escenario que le permitió al PP alzarse con la mayoría absoluta. El ciclo se ha cerrado cuatro años después tras dilapidar el Gobierno Rajoy el capital obtenido en 2011. Es la España pendular de siempre, pero en esta ocasión se ha producido un cambio determinante: el final del bipartidismo PSOE-PP que ha gobernado durante 40 años gracias a una ley electoral hecha a la medida de los dos grandes.
Comienza la segunda Transición, así llamada porque inicialmente debía abordar las reformas de la Constitución y la Ley Electoral, pero corre el peligro de estrellarse, de que se produzca el anunciado “choque de trenes”, con la independencia de Cataluña.
El desafío catalán llega en el momento de mayor inestabilidad y debilidad desde el advenimiento de la democracia, debido a varias razones:
a) La necesaria regeneración del PP tocado de muerte por la corrupción, que incluye un cambio de liderazgo.
b) La reubicación ideológica del PSOE,desplazado de su espacio natural por la irrupción de Podemos.
c) El radical programa político de Podemos, que alarma tanto a los dos partidos mayoritarios como a los poderes económicos, de dentro y fuera de España.
d) El difícil equilibrio de Ciudadanos, que está en la encrucijada de terminar convertido en un PP renovado.
Ante un escenario tan complicado en el que está en juego la supervivencia del propio Estado español tal y como lo conocemos, cobra protagonismo la fórmula de una gran coalición o “gobierno de salvación”formado por PP, PSOE y Ciudadanos, al que podría unirse Podemos si renunciase al referéndum de autodeterminación prometido en su programa electoral.
Una gran coalición que afrontaría, en primer lugar, la secesión de Cataluña, y en segundo término abordaría las reformas institucionales ya señaladas. Se trata de unos nuevos Pactos de La Moncloa en los que se sienten a negociar todas las fuerzas parlamentarias como ya ocurriera al inicio de la Transición en 1977. Aquella nos proporcionó cuatro décadas de prosperidad y desarrollo, esta ha comenzado con una enorme incertidumbre sobre el futuro más cercano.