Será recordado como el año en el que el zar Putin tumbó en la lona de la política internacional al emperador Obama. En 2015 la opinión pública mundial, al menos la que se interesa por todo aquello que repercute, y mucho, en nuestras vidas, descubrió con asombro que los acontecimientos que están cambiado el mundo a velocidad de vértigo no son como nos los cuentan.
Las guerras que arrasan Siria, Irak, Libia, o Yemen tuvieron un relato por parte de los grandes medios de comunicación que se atenía, al pie de la letra, al guion escrito por Estados Unidos. Pocos medios hicieron una lectura crítica de los intereses que movían estos conflictos.
Durante más de un año la opinión pública estuvo convencida de que la coalición de países liderados por Estados Unidos trataba de acabar con el autoproclamado Estado Islámico en Siria e Irak.
Pocos se planteaban que la realidad no era como nos la pintaban. Las denuncias a comienzos del pasado verano de un grupo de analistas de la inteligencia militar de Estados Unidos de que sus generales les obligaban a manipular los informes para presentar ante la Casa Blanca como éxitos los bombardeos de la coalición, permitió vislumbrar que no era oro todo lo que relucía.
Una investigación de los Comités de Inteligencia del Congreso y Senado de Estados Unidos tiró de la manta y dejó en evidencia a altos mandos militares y a la propia Casa Blanca. Catorce años después volvía a repetirse la utilización de los servicios de inteligencia por parte del poder ejecutivo para justificar una guerra, como ocurriera con los falsos informes sobre la existencia de armas de destrucción masiva para invadir Irak.
Poco a poco se fue abriendo paso en los medios de comunicación realmente independientes la realidad de las guerras en Siria, Irak o Libia. De cómo Estados Unidos impulsó en sus orígenes al Estado Islámico, cómo Turquía le prestaba el apoyo logístico necesario, y cómo príncipes y jeques de Arabia Saudí y Qatar lo financiaban generosamente.
La opinión pública más despierta e interesada por el acontecer mundial quedó conmocionada al ir descubriendo, día a día, el lado oscuro que se le ocultaba.
Una fecha ha quedado escrita para la historia: fue el 30 de septiembre de 2015 cuando empezó la voladura del relato oficial. Ese día Rusia comenzó su intervención militar en Siria en ayuda de su aliado el dictador Bashar al-Asad.
A partir de ese momento no ha habido tregua. En dos meses de campaña aérea, Moscú ha desmantelado las infraestructuras del Estado Islámico que la coalición internacional no logró destruir en año y medio de bombardeos.
En tiempo récord, Putin ha puesto contra las cuerdas a Obama, desvelando mediante vídeos y fotografías aéreas el contrabando del petróleo que los yihadistas extraen de los territorios que ocupan en Siria e Irak y venden a Occidente a través de Turquía.
La venta del petróleo robado, a precios por debajo del mercado, se ha convertido en la principal fuente de ingresos del Estado Islámico. Más de 50 millones de dólares mensuales. El sentido común dicta que la principal manera de acabar con los yihadistas sea cortarles su financiación.
Desde esa perspectiva, el embajador ruso ante Naciones Unidas le preguntó recientemente a su homólogo estadounidense cómo era posible que los aviones de la coalición, después de sobrevolar los territorios sirio e iraquí durante año y medio, no hubiesen descubierto las filas kilométricas de camiones cisterna trasportando petróleo, y los rusos en dos meses sí. Se desconoce la respuesta del diplomático estadounidense.
Quizá este ejemplo sea la mejor imagen del apoyo encubierto prestado por Estados Unidos, con la ayuda de Gran Bretaña ,a los yihadistas del Estado Islámico y de Al Qaeda con tal de que se convirtieran en carne de cañón en la batalla para derrocar a Bashar al-Asad. Un sátrapa que gobierna Siria con mano de hierro desde 2000 y que hasta 2011, comienzo de la guerra, no despertó el interés de Washington.
Significativamente, Estados Unidos tomó la decisión de acabar con el régimen de Damasco después de que Al-Asad se negase a que el gasoducto qatarí que debía llevar gas a Europa atravesase Siria, al entender que el proyecto iba dirigido contra los intereses de su aliado ruso.
En efecto, el proyectado gasoducto era una iniciativa de Estados Unidos con el objetivo de dar un golpe mortal a la principal fuente de ingresos de la economía rusa: las exportaciones de gas y petróleo. El gasoducto qatarí, que debía acabar con la actual dependencia europea del gas ruso, se ha convertido, sin llegarse a tender un solo metro de tubería, en el más sangriento de la historia, con 250.000 muertos y 11 millones de desplazados sirios.
Con su presencia militar en Siria, Putin conseguía tres objetivos: derrotar a los islamistas en su propio terreno y evitar que se extiendan al Cáucaso ruso, bloquear la construcción del gasoducto Qatar-Europa, y fortalecer la posición de Moscú en el nuevo reparto de Oriente Medio entre las grandes potencias.
En la gran partida mundial de ajedrez, Putin, veterano “kagebista”, ha sacado a la luz todo lo que Obama quería ocultar, hasta tumbarle en la lona. El último jaque conocido del dirigente del Kremlin ha sido lograr que el presidente de Estados Unidos retire la condición de que Al-Asad abandone el poder, premisa que bloqueaba el inicio en enero de las negociaciones para el alto el fuego en Siria y la apertura del diálogo entre la oposición y el Gobierno sirio que conduzca a una transición democrática con la convocatoria de elecciones libres en 18 meses.
Días pasados corría el rumor entre los servicios de inteligencia europeos que en el tira y afloja entre Putin y Obama, el zar ruso se comprometía a no hacer públicos sorprendentes dossiers sobre el apoyo de Estados Unidos al Estado Islámico a cambio de negociar con el emperador norteamericano un nuevo reparto de Oriente Medio y la liquidación de la organización yihadista.
A la vista de los vertiginosos cambios geopolíticos producidos en 2015 (entre los más significativos: el enfrentamiento Rusia-OTAN, crisis de Ucrania, terrorismo yihadista en Europa y norte de África, guerras de Oriente Medio y Golfo, debilitamiento del proyecto europeo, parón de la economía china), no es difícil aventurar que 2016 será clave en el nuevo orden mundial que las grandes potencias ultiman.