Ha perdido el republicano Trump que aún aspira al milagro, porque aunque no ha sido a través de los votos, va a intentar que lo sea debido a la intervención judicial de un Tribunal Supremo que domina.
Como dijo alguien hace unas horas, “perdedor alguien que odia a los perdedores”, lo que crea todavía una sensación de incertidumbre y sosiego, porque hasta el momento de escribir estas líneas aún no lo ha reconocido y pinta bastante feo.
Pero lo que ha quedado claro son los fallos que existen en un sistema electoral obsoleto, en la democracia más respetada del mundo. Especialmente la falta de experiencia del conteo de voto por correo, masivo en esta ocasión.
Eso ha permitido que alguien sin escrúpulos como Donald Trump, haya utilizado de manera inmoral este hecho, poniendo en cuestión la esencia misma de la democracia de su país.
Su intervención la noche (en horario español) del pasado jueves, ha sido el mayor ataque a ese sistema democrático probablemente en toda su historia.
Asegurar como hizo sin ninguna prueba, que con los votos legales él había ganado, pero que los votos ilegales estaban permitiendo que le robaran la victoria, producía escalofríos al escucharle.
Por eso las principales cadenas que estaban retransmitiendo su comparecencia en horario de máxima audiencia, ABC, CBS y NBC, en un hecho sin precedente cortaron su emisión, aclarando que lo hacían porque no existía ninguna constancia verosímil de ese supuesto fraude electoral.
Incluso su cadena amiga la FOX que la emitió completa, a continuación recalcó exactamente lo mismo; que todo se estaba desarrollando con absoluta legalidad y limpieza.
Hasta los respetados observadores internacionales de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) que han seguido estas elecciones, esos en los que se ampara en lugares como Venezuela para desautorizar las que allí se desarrollan, aseguraron igualmente que en ningún caso se apreciaba fraude, como asegura Trump cada vez que abre la boca.
Parecía impensable que el todavía presidente de EE.UU., lanzara ese ataque brutal a la línea de flotación de su propia democracia. Pero está ocurriendo y puede tener consecuencias irreparables.
Pero no nos quedemos en el análisis del árbol y observemos también el bosque. Ahora se escuchan análisis simples y a corto cuando se debería ser más riguroso y hacerlo a largo.
En EE.UU. no sólo está ocurriendo que un presidente enloquecido como Trump, intente aferrarse a un poder que la fuerza de los votos le ha arrebatado, sucede algo mucho más profundo.
Probablemente lo que demuestra esta punta del iceberg, sea que existe una parte del “stablishman”, especialmente en el lado republicano, de los grupos de presión en los que se apoyan, que ha dejado de creer en la democracia.
Seguir los comentarios de uno de sus gurús, Steve Bannon, durante estos largos días, indica esa circunstancia. Que no están dispuestos a retirarse sin más del campo de batalla y pretenden seguir con su guerra contra el sistema para poder dominarlo a su antojo.
La derrota de Trump no va a ser la derrota del populismo que representa, que nadie se confunda, sólo es perder una batalla, porque han llegado para quedarse y probablemente a partir de ahora aprenderán la lección y serán aún más hábiles y contundentes.
Trump ha perdido pero no se va a ir así como así, seguirá, probablemente intentará hacerlo como jefe de la oposición, una figura que no existe allí pero que no debe extrañar que se cree a partir de ahora.
Tiene un apoyo popular importante, nada menos que 70 millones de votantes, que incluso ha sorprendido a los analistas y empresas demoscópicas.
Un ejército de leales dispuesto a pelear incluso en las calles. Ver a sus seguidores estos días armados hasta los dientes debería provocar preocupación y hacer sonar todas las alarmas.
Pero además tiene lo más importante, una ideología, potencial económico y grandes apoyos entre esos grupos de presión.
Puede, como ya se venía especulando desde hace meses, tener la tentación de crear un tercer partido político si entiende que es abandonado por el Partido Republicano, o puede dar la batalla en su seno para hacerse con su control.
Sus tensiones las últimas horas con el líder republicano en el Senado, el poderoso Mitch McConnell, en desacuerdo con sus últimos desvaríos de deslegitimar su democracia, le podría empujar a ello.
Trump, el populismo que representa, ha perdido esta batalla, pero no nos engañemos no ha perdido la guerra. Ese populismo goza de muy buena salud en Europa, incluido nuestro país con un VOX al alza, de todos es sabido la estrecha relación de Abascal con Bannon, pero también en el mundo, desde Brasil, a Chile, pasando por Polonia o Austria.
A partir de ahora quizás su estrategia vaya dirigida de una manera más evidente en la línea que está marcando Trump de deslegitimar el sistema democrático y abogar por otro más en su ideología real.
Mantengámonos en alerta, probablemente ahora acabe una etapa del mundo pero comience otra mucho más peligrosa, porque Trump se va, al menos de la Casa Blanca, pero el “trumpismo” continuará con más fuerza si cabe.
Trump era peligroso como Presidente de EE.UU., pero puede resultar mucho más peligroso después de esta derrota. No nos confiemos.
Veremos…