Desde su nacimiento, mil21ha prestado una especial atención a las opiniones de los analistas económicos internacionales sobre la evolución de la economía mundial, en qué medida los enfrentamientos militares y guerras influyen en la temperatura económica y, lo más importante, cómo nos puede afectar a millones de ciudadanos.Guerras y economía han ido de la mano a lo largo de la historia y, básicamente, las primeras son consecuencias de la segunda. De ahí que hacer el seguimiento del enfrentamiento entre la OTAN y Rusia, Estados Unidos y China o la guerra en Siria e Irak contra el Estado Islámico, y buscar la relación con los comportamientos de los mercados, las Bolsas y los precios de las materias primas que mueven la economía mundial, sea un ejercicio imprescindible para cumplir con la principal misión del periodismo: informar a los ciudadanos para que puedan formarse opinión y obren en consecuencia.
Prestigiosos gurús económicos vienen alertando de que se acerca una crisis financiera sin precedentes que superaría a la de 2008, para lo cual argumentan que el dólar, la gasolina que alimenta el motor de la economía global, da muestras evidentes de fatiga.
En Estados Unidos desde hace tiempo se alzan voces agoreras de que la revitalización de la divisa de referencia solo es posible con una guerra de repercusiones globales. Defienden que Norteamérica salió de la Segunda Guerra Mundial convertida en la primera potencia.
Portadas como la de The Economist, la revista de referencia de la City de Londres, en su edición del 3 al 9 de octubre, afirmando categóricamente que “el sistema se está resquebrajando” y que los grandes banqueros discuten abiertamente en sus reuniones sobre un próximo crack son, cuanto menos, preocupantes.
La revista sostiene que en la crisis de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers, la Reserva Federal salió al rescate con un billón de dólares para dar liquidez a los bancos centrales y privados. Y predice que en la crisis que se avecina no habrá dinero suficiente para inyectar a las entidades financieras.
Y da un paso más al asegurar que para evitar un crack ya no es suficiente con imprimir oleadas de dinero y mantener la política de rescatar a los bancos en quiebra.
En esta línea, la semana nos sorprendía con la información de que el Deustche Bank, la mayor entidad financiera de Europa y uno de los más grandes del mundo, presenta pérdidas extraordinarias y se plantea eliminar el reparto de dividendos entres sus accionistas por primera vez desde la posguerra.
Mil21 informó el 26 de septiembre que
el Deutsche se acerca a la quiebra. Hoy el mayor banco de inversiones de Europa reconoce unas pérdidas de 6.200 millones de euros, solo en el tercer trimestre, debido al deterioro de las empresas participadas y sus inversiones por todo el mundo.
En la misma línea de The Economist, la revista norteamericana Forbes alertaba el 2 de octubre sobre el peligro de un nuevo estallido financiero debido a la gigantesca acumulación de derivados (dinero que los bancos se van pasando unos a otros en operaciones especulativas) para alimentar enormes burbujas cuyo valor real poco tiene que ver con el nominal. Una burbuja global que sería aún mayor a la de antes de la crisis, sentencia la revista.
En este contexto de inquietud económica, es preocupante el hecho de que las guerras de Siria e Irak contra el Estado Islámico hayan pasado desde el inicio de octubre a la categoría de “mundial” si vemos que, por vez primera desde 1945, están presentes en un mismo campo de batalla todas las potencias del mundo:
Estados Unidos, Rusia, China, y una coalición internacional formada por 40 naciones de la que forman parte los principales países miembros de la OTAN. Sin contar a actores menores como Irán o las milicias libanesas de Hezbollah.
Nunca se había producido tal suma de intereses para luchar contra un enemigo común y en una de las regiones más estratégicas del mundo como es Oriente Medio.
Si recordamos la primera guerra del Golfo, la invasión de Irak o la guerra de Afganistán, en aquellos campos de batalla solo estuvieron Estados Unidos y la OTAN bajo el modelo de coalición.
Putin le ha madrugado a Obama en Siria y en Irak. Después de año y medio de bombardeos, Estados Unidos apenas había debilitado al Estado Islámico. En pocos días, el oso ruso ha cambiado el curso de la guerra y los islamistas comienzan a replegarse y esconderse en las ciudades ante las pérdidas sufridas.
Las agencias de inteligencia europeas, críticas en general con la gestión norteamericana de la crisis siria, venían alertando de que Washington no tenía intención clara de liquidar a los yihadistas y que les apoyaba en la medida que eran un instrumento útil para derribar al régimen dictatorial de Bashar al-Asad.
Esta tibieza facilitó el crecimiento del autoproclamado Califato y, lo que es determinante, su capacidad para autofinanciarse sin depender ya de los generosos fondos proporcionados por Arabia Saudí y Qatar.
Hasta que Rusia primero, y China a los pocos días, han intervenido para evitar que los islamistas extiendan la yihad a sus propios territorios, haciéndole perder la iniciativa a Obama. Y en el caso de Rusia para estar presente en el “reparto” postbélico.
Se da la paradoja de que mientras en Europa la OTAN/Estados Unidos y Rusia siguen cruzándose acusaciones a cara de perro, militares de Washington y Moscú se informan mutuamente de los movimientos de sus cazas para evitar que choquen en los espacios aéreos sirio e iraquí. Reuniones a las que se incorporarán, si no lo han hecho ya, los militares chinos.
Vivimos un espejismo de cooperación militar entre adversarios que durará hasta que el Estado Islámico sea derrotado. La pregunta es cómo será el “reparto” de Oriente Medio y sus recursos petrolíferos y gasistas entre las grandes potencias cuando la guerra termine.
Y, consecuentemente, si las condiciones del “reparto” satisfarán a norteamericanos, rusos y chinos, sin obviar a Israel. O, por el contrario, el crack económico que los gurús y la prensa económica más influente vaticinan se convertirá en el arma por excelencia para influir en el curso de esta guerra “mundial”. Se avecinan meses apasionantes.