Conforme se acerca el 27-S se enrarece el clima político. Al durísimo artículo de Alfonso Guerra acusando a Artur Mas de dar un “golpe de Estado a cámara lenta” y la argumentada carta de Felipe González exponiendo el desastre que supondría la independencia catalana, se unen los rumores sobre un discurso de Felipe VI en el que abordaría el secesionismo catalán.
Signos inequívocos del temor para unos y miedo para otros que recorre los ambientes políticos y económicos. El viejo socialismo español ha dado la voz de alarma:en pocas semanas Cataluña puede estar a las puertas de la independencia. Mientras, el Partido Popular permanece petrificado pensando únicamente en ganar las generales del 13 o 20 de diciembre.
Es evidente que el Felipe González de hoy les puede parecer a muchos un personaje de otro tiempo, lastrado por un sombrío pasado político y volcado en los grandes negocios desde que dejó el poder. Pero también es cierto que su experiencia y su nutrida agenda nacional e internacional le permiten acceder a un nivel de información que está vedado al común de los mortales.
Jefes de Estado, dirigentes políticos de Europa y América, empresarios multinacionales, embajadores, destacados miembros de los servicios de inteligencia, integran su elenco de contactos. Es conveniente escuchar lo que dice y leer lo que sugiere entre líneas.
En una carta titulada “A los catalanes”publicada por El País, el expresidente del Gobierno enumera las consecuenciasque tendría “desconectar” Cataluña de España y concluye pronosticando que “el desgarro en la convivencia que provoca esta aventura afectará a nuestro futuro y al de nuestros hijos y trato de contribuir a evitarlo. Sé que en el enfrentamiento perderemos todos”.
¿Su contribución a evitarlo se queda en la carta o trabaja en otras direcciones? Como quien está detrás, realmente, de la orgía nacionalista catalana.
No está de más recordar que Felipe González fue uno de los asistentes a la repentina cena del rey emérito Juan Carlos con Rajoy, Aznar y Zapatero en Casa Lucio el pasado mes de julio. En el encuentro se abordó el asunto de las elecciones en Cataluña.
El exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, quien durante años representó el ala más radical del PSOE, defendía días después en un artículo bajo el título “Elecciones trucadas” publicado por el semanario Tiempo, la aplicación del artículo 155 de la Constitución que facilita la intervención del Estado si una Comunidad Autónoma se salta la legalidad vigente.
Guerra acusa a Artur Mas y a su equipo del Gobern de “practicar una suerte de golpe de Estado a cámara lenta, con la complacencia de los partidos políticos, los medios de comunicación, los sindicatos y la patronal y hasta de alguna entidad deportiva. Un verdadero monumento a la cobardía”.
Alfonso Guerra, muñidor de tantas y tantas operaciones políticas desde el inicio de la Transición, denuncia que la sociedad civil, en su conjunto, ha sido desarmada y no está a la altura del grave momento histórico que vivimos. Posiblemente conozca, al igual que González, datos que no revela.
Las intervenciones de González y Guerra han dejado descolocado a Pedro Sánchez, un bisoño político al que le faltan muchas claves. Ferraz se justifica y asegura que el secretario general se reserva para la campaña electoral del PSC, donde intervendrá en siete mítines.
Por su parte, el Partido Popular mantiene silencio y sus dirigentes miran desconcertados por el rabillo del ojo el último intento de Mariano Rajoy de frenar a Artur Mas.
La reforma del Tribunal Constitucional que permitirá suspender en sus funciones al presidente de la Genealitat en caso de desobediencia, corre el peligro de convertirse en la gasolina que alimente aún más el victimismo nacionalista.
En este ambiente crece el rumor de que Felipe VI prepara un discurso en el que la Corona expresaría su preocupación ante la posible secesión de Cataluña. Al margen de estas especulaciones, sí es cierto que existe una ofensiva de personalidades que hacen llegar al Palacio de la Zarzuela mensajes en los que piden la intervención del Monarca.
Medios cercanos a Zarzuela explican que a estas alturas una intervención pública de Felipe VI sería contraproducente: le daría más alas aún al independentismo. Cualquier movimiento en este sentido sería interpretado desde Cataluña como un intento de “coacción”.
Mientras tanto, el cuerpo diplomático acreditado en Madrid vive un frenesí de reuniones, desayunos, comidas y cenas para informar a sus respectivos gobiernos cual será el escenario que vivirá España si la candidatura independentista gana las elecciones.