Nos ha mostrado un sector de gentes que se están dejando el pellejo incluso arriesgando sus vidas por cuidarnos. Sanitarios, trabajadores de la alimentación, F.C.S.E., bomberos…, que llegan exhaustos a sus casas a veces con el miedo de haber sido contagiados.
A ellos y ellas mi respeto, agradecimiento y cariño. Desde luego el mejor homenaje que les podemos dar es cumplir las normas, fortalecer el sector público y no despedirles cuando esto vaya acabando.
Existe también una inmensa mayoría de ciudadanía que está cumpliendo admirablemente con las normas establecidas.
Pero también se nos ha colado el monstruo socialmente, aparecen jaurías rabiosas que, especialmente en las redes sociales se dedican a intoxicar, mentir, calumniar sin ningún tipo de pudor.
Persiguen y atacan con las peores armas a todo aquel que osa discrepar sobre cualquier cuestión relacionada con el coronavirus. Intentan acallar cualquier voz que discrepe de su pensamiento único.
El estilo VOX también está siendo una pandemia por mucho que algunos se disfracen, de abertzales aquí, o la derecha “civilizada” allí.
Es el estilo “fake news”, el “calumnia que algo queda”.
Por último existe otro sector minoritario pero potente, que ha perdido el miedo al virus e infringe constantemente las normas establecidas.
Son aquellos que con su insensatez e irresponsabilidad están poniendo en peligro lo que los demás, la mayoría está haciendo.
Con ellos solo cabe el reproche social y el control institucional.
Quizás esta reacción se haya producido por los erróneos mensajes que se lanzaron al principio de la crisis, cuando para no alarmar a la ciudadanía se dijo que el coronavirus no afectaba a los niños, muy poco, casi nada, a los jóvenes y que se cebaba sobre todo en los mayores de 65 años y más concretamente aquellos que padecían ya enfermedades respiratorias, hipertensión o diabetes.
De aquellos polvos estos lodos, porque han creado una falsa sensación de “no tenemos peligro” que ahora es muy difícil de cambiar.
A las y los jóvenes transmitirles que es probable que tengan menos peligro que los mayores y por tanto la repercusión sanitaria sea para ellos menor, pero si estropean lo hecho hasta ahora les va a afectar y de manera extrema en el empleo, en la posibilidad de conseguir un trabajo digno.
Con esa compleja situación nos queda realizar el tránsito más difícil hacia una normalidad que en ningún caso será la de antes.
De que acertemos en las decisiones depende que sea posible cuanto antes. Pero debemos ser conscientes de que sería una irresponsabilidad fiarlo todo a la responsabilidad y la sensatez, porque como se está viendo una mayoría la practica pero esa otra minoría, tiene la capacidad de echar por tierra el trabajo del resto.
La fase 1 va a ser muy difícil, casi imposible de controlar. Poner sólo dos ejemplos, los controles de policía ahora van a ser mucho más complicados, cuando se puede ir a visitar familiares, a la segunda vivienda, a tomar café con un máximo de 10 personas, etc.
Sobre este tema va a resultar imposible poder saber si en un comedor que guardando las normas de seguridad cabrían 3 o 4 personas (la mayoría de los domicilios) están el doble, o más del doble. Tampoco si son familiares o amiguetes, salvo que pongas policía en las puertas de cada edificio.
El efecto de lo que está pasando estos días, la irresponsabilidad de algunos, se verá en esta semana que entra.
Podría pasar que no pasara nada, que no hubiera repunte lo que indicaría que, o bien la naturaleza nos ha echado una mano, o que la “inmunidad de rebaño” es superior a lo que se pensaba.
Ojalá sea así y no tengamos que rectificar, porque eso sería malo para la salud y catastrófico para una economía que quedaría moribunda.
En esta encrucijada nos queda apostar por la esperanza, por el temor o quizás mejor por una esperanza sin perder el temor al monstruo.
Veremos…