“Negar la crisis climática es condenarnos a las peores consecuencias, algo que no nos podemos permitir. Hay que afrontar el futuro con el convencimiento de que vamos a aprender de nuestros errores y a poner en marcha todos los cambios necesarios para que no se repita una tragedia de estas características. Necesitamos invertir en nuestra supervivencia, con altas dosis de cooperación y apoyo mutuo por el bien común, como está demostrando la ciudadanía”, ha declarado María José Caballero, portavoz de Greenpeace.
Para reducir y gestionar el riesgo se debe actuar sobre los factores que lo componen: la amenaza, la vulnerabilidad y la exposición. Esto significa mitigar para reducir la amenaza del aumento de la virulencia de los eventos extremos, y adaptar los entornos y las sociedades para reducir la exposición y la vulnerabilidad de las personas y los ecosistemas.
Para reducir la amenaza que suponen los eventos extremos es imprescindible aumentar la ambición climática. Ya hay un primer estudio de atribución preliminar (1) elaborado por el World Weather Attribution (donde participan personas expertas en servicios meteorológicos e hidrológicos de diversas partes del planeta) que ha estimado que las precipitaciones han sido un 12 % más intensas y el doble de probables debido al calentamiento de la temperatura del planeta que está ocasionando la quema de combustibles fósiles.
El siguiente ámbito de actuación es reducir la vulnerabilidad mediante la adaptación. En el corto plazo y ante la emergencia, los protocolos de actuación y los sistemas de alerta temprana son la medida más eficaz para proteger a la población. Todas las comunidades autónomas deben revisar sus protocolos de alertas y adaptarlos a la nueva situación provocada por el cambio climático, en la que los eventos extremos se hacen más frecuentes y más graves. Y hacer un esfuerzo especial en la difusión de los protocolos y preparación tanto entre las mismas administraciones como para la ciudadanía.
De la misma manera, es necesario aprender a convivir y reaccionar de forma adecuada para protegernos en situaciones de emergencia. Para ello es clave que se conozcan las medidas de autoprotección que alejan a las personas de los lugares más peligrosos y que pueden salvar vidas (2).
Es necesaria la formación para integrar los riesgos de los eventos extremos en los distintos ámbitos, especialmente las personas implicadas en procesos de gestión y planificación urbana, así como para perfiles profesionales que impliquen la gestión de personas en el ámbito empresarial o el cuidado de personas vulnerables. La protección de la ciudadanía debe ser prioritaria por encima de cualquier interés económico.
A medio plazo se deben adaptar los espacios donde vivimos para reducir la exposición a los eventos extremos y la vulnerabilidad de la ciudadanía. La planificación urbana debe contar con estrategias y planes de prevención y gestión de riesgos para responder a través de la gestión pública de forma rápida y eficaz. Hasta este momento, los municipios no están adaptados a la emergencia climática ni a los eventos meteorológicos extremos.
En este ámbito resulta imprescindible tener en cuenta toda la normativa que hace referencia tanto a las zonas inundables como a la importancia de conservar las características naturales de los cauces de riberas y ríos. Durante décadas se ha invadido el llamado dominio público hidráulico con viviendas, infraestructuras y todo tipo de equipamientos, lo que ha multiplicado exponencialmente los daños y pérdidas de vidas humanas. Todas las viviendas situadas en zonas inundables deben ser alertadas de forma inmediata ante el riesgo de inundaciones. Además deben irse eliminando progresivamente las construcciones en zonas inundables y no permitir nuevas construcciones en estos espacios.
En el caso de los ríos que están ya canalizados, estos deben tener espacios de alivio aguas arriba, a muchos kilómetros de las poblaciones, que puedan inundarse y disminuyan la fuerza de las aguas.
En los entornos urbanos es urgente integrar las llamadas Soluciones Basadas en la Naturaleza para aumentar la permeabilidad, aliviar la presión sobre el alcantarillado y generar espacios de acumulación y alivio ante grandes precipitaciones. Entre este tipo de medidas se encuentran los pavimentos permeables y los Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS) como azoteas y aceras verdes, jardines de lluvia y parques inundables o lagunas temporales que reducen el agua que discurre por la superficie, permitiendo que se retenga, se filtre, se drene e incluso se almacene.
Otra medida para amortiguar el impacto de las lluvias torrenciales es la renaturalización de los espacios naturales implicados en el ciclo hidrológico como humedales, riberas de ríos, llanuras de inundación y masas forestales, tanto en zonas urbanas como periurbanas. Los ecosistemas proporcionan de forma natural los procesos para absorber y ralentizar el agua y estabilizar los terrenos, lo cual limita también los sedimentos y materiales que arrastran las aguas.
Todas estas medidas deben integrarse en estrategias y planes de adaptación basados en riesgos actuales y futuros y en la realidad ambiental y socioeconómica local.
Mitigación, prevención y adaptación no son palabras vacías, son medidas concretas e imprescindibles para frenar la emergencia climática y atajar sus efectos más devastadores, pero, sobre todo, para salvar vidas.