Nuestra joven profesora llegó al café con abundante prensa entre sus manos. Nuestro viejo marino, la miró, se sonrió y le espetó:
—¿No estás contenta con los resultados electorales?
—Si escuchamos a los partidos —inquirió nuestra profesora—, como siempre, todos han ganado; bueno, menos Podemos que ha reconocido su derrota, aunque en la autocrítica, como era de esperar, echa la culpa a los demás. No estoy ni contenta, ni descontenta, son los resultados que se han producido, sin más. Aunque me molesta que todos estén dando lecciones, impartiendo moralina, cuando ellos no se aplican a si mismos esas lecciones de honestidad que les reclaman a los otros. Mientras, nosotros los votantes, nos quedamos atónitos al comprobar que nos tratan como si fuéramos párvulos, yo nunca he tratado a mis alumnos con ese nivel de simpleza. ¡El descaro es mayúsculo!
Sonriendo, nuestro viejo marino continuó:
—Es un mal de nuestro tiempo. Con los populismos y el carácter de nuestros actuales líderes se observa una gran tendencia a darnos monsergas, lecciones de maestro de escuela. Discursos grandilocuentes y declaraciones de justo todo lo contrario que ellos mismos han hecho una semana antes. Aunque hay una versión todavía peor: cuando te dicen como debe ser nuestra sociedad, que es bueno o malo y que se debe admitir o que se debe rechazar.
Sería bueno que los políticos hiciesen pedagogía, sería interesante que algunos tópicos o lugares comunes se desvaneciesen y dejasen de formar parte de nuestras leyendas urbanas. Cuántas verdades incuestionables no resistirían el paso de la lupa, no ya del microscopio. También sería bueno que, en ese afán de hacer pedagogía, no sembraran la duda sobre algunos actos generosos y no introdujesen conceptos extravagantes sobre cuál debe ser la función del Estado. Tanta demagogia y populismo no hace más que crear confusión y ensalzar un código ético y de valores más que dudoso.
Estábamos en esta reflexión, cuando nuestra joven profesora señaló diferentes manifestaciones sobre la donación de Amancio Ortega de un número importante de aparatos para nuestros hospitales y que pueden ayudar activamente a combatir el cáncer.
—He seguido con estupor las declaraciones de algunos dirigentes de Podemos, especialmente de Pablo Iglesias en sus mítines, al rechazar sus donaciones, bajo el argumento que no se debían de aceptar las «limosnas de ricos». Argumento ridículo, demagógico y que está muy acorde con su concepción de un Estado totalmente derrochador que rechaza cualquier patronazgo o acción generosa, cuando lo que sería interesante es justamente lo contrario. Para estos «salvadores» ninguna donación es bien recibida, porque es una limosna, algo vejatorio; para ese hipócrita vividor el Estado debe ser un pródigo que da sin límites. Así se entiende que esté a favor de asociaciones cuya función es dudosa, sino delictiva, pero que todos los años reciben subvenciones para su sostén. Ese es el modelo despilfarrador y manirroto en el que no tiene cabida que alguien, además de pagar sus impuestos, esté dispuesto a donar. Quiere un Estado, que, aunque los presupuestos no lo permitan, rechace cualquier donación, aunque los equipos sean antiguos, obsoletos, desfasados o sencillamente insuficientes. ¡Viva el tercermundismo!
Parecía que nuestra profesora había asumido el papel de nuestro viejo marino, hoy estaba combativa, aunque nuestro amigo no se quedó atrás:
—Afortunadamente en las urnas, al menos en esta ocasión, les han dado una buena respuesta, han perdido mucho de aquel espejismo anterior, pero en algún momento habrá que perder el miedo y empezar a responder con toda contundencia a esa carga de demagogia de todos los supuestos «salvadores de las clases humildes». Lo paradójico es que ellos no dejan de ser los herederos de una izquierda que no puede presentar en su haber un solo ejemplo de éxito de esa supuesta «Arcadia feliz». Encima se permiten el lujo de dar carnets de fascistas, ellos que no dejan de ser los hijos ideológicos del golpe de Estado que en octubre de 1917 dio Lenin; ellos que quieren una sociedad como la que preconizó Stalin con la «Gran Purga» y la nefasta «Revolución industrial» que solo llenó de hambrunas y muertes. Más de seis millones de personas para que un siglo después sea un país de mafiosos, millonarios y con enormes desigualdades sociales. Estos son los que deberían sentirse avergonzados de mentir y ser los promotores de la ruina y desolación que dejan donde se implantan sus ideas, y, aunque sea ya un tópico, que se los pregunten a la población de su asesorado Venezuela. Por favor: ¡Que no den más lecciones esos «pijos» vividores!
Ya empezó a darnos miedo las palabras tan agitadoras de nuestro viejo marino, por lo que le dijimos al unísono:
—No tienes cáncer, y en el hospital más cercano hay uno de esos aparatos donados ¿Por qué te exaltas tanto?
Nos miró y dijo:
—Porque me tratan como un niño, me hablan como a un párvulo, pero cuando me miro al espejo y veo la verdadera edad que tengo.
Entre risas, aceptamos que, en la aldea, hasta estas cosas se pueden ver con humor, y, además ¿Qué sabemos nosotros?
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