Desde esos momentos, la idea de lo que representa la Universidad, el respeto por la institución, su significado cultural y social ha estado personalmente en un lugar de máxima consideración: así me lo inculcó mi familia y así lo aprendí. Como muchos otros españoles, años más tarde, allí estudié, me doctoré y me inicié como investigador.
La universidad siempre ha sido un espacio en ebullición, un lugar donde el espíritu crítico y el saber se conjugan para dar a la sociedad lo ¿mejor? De sus gentes. Nunca ha estado alejada de la política: todo pensamiento crítico roza o choca con la política en un momento determinado, pero por encima de todo, era un espacio de respeto que tenía en la libertad y el uso de la razón los pilares que la sustentaban. Hoy soy profesor universitario, pero un profesor universitario indignado, triste y profundamente pesimista con la deriva de la universidad.
Leo con estupor el comunicado de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) en el que piden la suspensión de las relaciones con las universidades israelíes si estas no se someten a un proceso de arrepentimiento público. En un primer momento pensé, pero ¿qué se han creído estos rectores? —me pregunté—; ¿Serán capaces de proferir las mismas amenazas a universidades con las que tienen acuerdos, ya sean en países como Irán y teocracias o dictaduras similares? ¿cortarían relaciones con universidades estadounidenses, francesas o de Reino Unido si se produce un clima de opinión parecido?
piden la suspensión de las relaciones con las universidades israelíes si estas no se someten a un proceso de arrepentimiento público
Después esa indignación tornó en tristeza, porque lo que estaba viendo no era un simple comunicado, era una vuelta a los tiempos más oscuros de nuestra historia. Como Juan Martínez Silíceo, han decidido retomar, pero resimbolizados en neoantisemitismo, los antiguos estatutos de limpieza de sangre. Desde ya, los universitarios israelíes —sean judíos, árabes cristiano o musulmanes, drusos o beduinos—, son personas impuras que deben someterse a un proceso de arrepentimiento público, a una confesión de sus supuestos pecados al estilo de la revolución cultural maoísta (ya se hace en algunas universidades de EEUU).
Todo lo que se está produciendo desde las matanzas de Hamás del pasado 7 de octubre de 2023 hasta la invasión por parte de tropas israelíes de Gaza, ha creado el clima ideal para que ese neoantisemitismo, que hace años se viene gestando en la sociedad occidental (fundamentalmente en la extrema izquierda y en parte de los movimientos antiglobalización), alcance su punto álgido, al menos así lo espero, en estos días.
Obviamente, no toda crítica al gobierno de Israel es antisemita; flaco favor hacen con ese argumento los que esto defienden en la lucha contra el antisemitismo, pero cerrar los ojos ante los que está sucediendo por parte de aquellos que lo niegan es participar en el proceso de incubación de ese huevo de la serpiente, de ese antisemitismo, que parece no desaparecer con los años y que sólo espera el calor de los acontecimientos para eclosionar.
Adormecidos por el rugido de las jaurías que gritan y cantan “desde el río hasta el mar”, los rectores han tomado una actitud que podría ser calificada como la de los nuevos Heidegger ante lo sucedido en Friburgo en años infaustos.
Pero no nos equivoquemos, la hidra antisemita, tiene su acompañamiento en ciertos políticos de la extrema izquierda. Cuando el pasado 7 de octubre los terroristas asesinos de Hamás estaban todavía en los kibutz del sur llevando a cabo sus despreciables acciones, se negaron a respaldar una condena: hoy varios de ellos son ministros del gobierno español, salen a las calles a pedir el exterminio del Estado de Israel gritando desde el río hasta el mar (el que quiera que coja el mapa y lo consulte y verá como se refieren al espacio entre el Jordán y el Mediterráneo), proferido en centros públicos como el Museo Reina Sofía, donde se ha convertido en el lema de una exposición. Pero ¿nadie es consciente de los que significa? Los jóvenes lo corean en las calles, en las universidades. En el imaginario cultural son como aquellos que acompañaron al arcediano de Écija, la turbamulta irracional y destructora.
¿Alguno de estos vociferantes cachorros de la jauría han estado en las universidades israelíes? ¿Han tratado con sus compañeros del otro lado del mediterráneo?
Las universidades israelíes, además de estar entre las más prestigiosas del mundo, son un espacio de debate, de intercambio cultural y de creación científica sin parangón. Son el reflejo de una sociedad dinámica, compleja, multicultural a pesar de estar traumatizada, siempre cambiante y movilizada, que lucha contra fantasmas del pasado y del presente, espectro de pesadilla como Ben-Gvir, Smotrich o Bibi.
Si yo fuese israelí hubiese participado en las manifestaciones de Kaplan durante muchos meses cuando una gran parte de los ciudadanos de Israel, en especial los universitarios, protestaban contra el golpe que desde el gobierno se pretendía dar al poder judicial —luchaban porque el gobierno no nombrara a los jueces; un pequeño detalle que nos puede llevar a miradas más cercanas y domésticas para no intentar dar clases de ciudadanía y derechos a los israelís—.
El pasado 7 de octubre buena parte de los que sufrieron las matanzas islamistas eran gente de la izquierda israelí, los habitantes de los kibutz cercanos a Gaza, gente que lleva años luchando por el reconocimiento de un estado palestino, por encontrar una solución a un conflicto enquistado y que tenían buena vecindad con aquellos que los asesinaron. Hoy esta izquierda masacrada por aquellos a los que ayudaban, ven cómo en occidente el fantasma del pasado reaparece, grita y los señala como culpables, cuando no los abandona con procedimentales frases insustanciales de condena a no se sabe qué.
El neoantisemitismo que muchos niegan es una mutación de los viejos tópicos y doctrinas antijudías y antisemitas (al menos a eso si me dedico cuando investigo). Se disfraza de antisionismo, de antimperialismo y toma algunos elementos del antisemitismo islámico. Resimboliza estereotipos lamentables y que creíamos olvidados, como hemos visto en un tweet de Echenique que recuerda la acusación de crimen ritual, “Si Israel asesina en directo a un niño palestino en el escenario de Eurovisión, la televisión sueca pone aplausos”: ¿se puede ser más miserable?
El neoantisemitismo usa la deslegitimación del Estado, demoniza cualquiera de sus decisiones independientemente del signo del gobierno que las adopte, e implanta el doble rasero a la hora de ver las actuaciones de un Estado como Israel respecto a otros.
Es un nuevo antisemitismo que no nombra a los judíos, pero que usa de este hecho cuando algún crítico con Israel es judío. Un nuevo antisemitismo para el que los judíos son sospechosos: no hay nada más que ver lo ocurrido en la comunidad de Madrid con la negativa de una política de la extrema izquierda negándose a acudir a un acto en el que se homenajeaba a la Comunidad Judía de Madrid.
Negar el desastre humanitario de Gaza tampoco ayuda a esto, pero ¿sólo Israel es culpable? ¿Hamás no tiene nada que decir?
Negar la existencia del antisemitismo en lo que está pasando es una locura que nos llevará por malos derroteros. Negar el desastre humanitario de Gaza tampoco ayuda a esto, pero ¿sólo Israel es culpable? ¿Hamás no tiene nada que decir? ¿Quién tiene los rehenes apresados y Dios sabe cuántos vivos y en qué condiciones? ¿el Sursum corda o el pobre de Tartarín de Tarascón? La crisis de Gaza requiere una solución que no está sólo en las manos de Israel (no sólo Bibi —Netanyahu— debe ser el culpable). Los israelíes siempre se la jugaron, incluso ante sus propios extremistas ¿alguien recuerda a Ishac Rabin?, mientras que los palestinos han rechazado sistemáticamente las ofertas de creación de un Estado.
En unos días este “dios” español, que resucitó a los cinco días para salvarnos no sabemos de qué, va a promover la creación de un estado palestino, pero ¿qué Estado? ¿qué fronteras tendrá? ¿con qué intenciones? ¿con qué dirección? Los productos del marketing político suelen ser peligrosos aunque traigan beneficios personales. Y mientras, los rectores oyen y ven desde sus ventanas el crepitar del fuego de la razón y la danza alrededor de la lumbre a las turbas antisemitas. No sé a qué huelen las cenizas de la razón, pero si que es cierto que nuestros antepasados sabían que el miedo olía. A veces hay que tener arrestos para no permitir que ese fuego crezca ¿los tendrán o se cubrirán con las cenizas del miedo aquellos que contemplan desde sus ventanas la danza a su alrededor?