En 1700, con Felipe V siendo coronado Rey de España en Versalles por su abuelo Luis XIV, allí estaba el destronado y exiliado Jacobo II de Inglaterra, primo del Rey de Francia. La interminable guerra entre Borbones y Habsburgos, entre protestantes y católicos iba a tener a nuestro país como escenario y como moneda final de cambio cuando 14 años más tarde se firma el Tratado de Utrech.
De un Felipe que inaugura dinastía a otro Felipe que sucede a su padre - que recupera la corona de España para su familia en 1975 - por abdicación en 2014, y que como aquel antecesor suyo tiene a Cataluña y Gibraltar como dos problemas endémicos y de casi imposible solución. Los destinos de ambos territorios se cruzan y se canjean en los Tratados europeos, con Gran Bretaña consiguiendo ventajas políticas, económicas y territoriales.
En 1704, con España enfrentada a una auténtica guerra civil entre los partidarios de los dos aspirantes al trono, es un regimiento catalán al mando del capitán Joan Baptista Basset el primero que desembarca en el Peñón mientras las baterías de la armada inglesa bombardean el castillo que defendían las tropas castellanas. Esa unidad militar de 400 hombres regresaría a Barcelona para defender la ciudad de los ataques de Felipe V, aquí de nuevo apoyada por unidades de la marina británica.
Ingleses y catalanes frente a castellanos y franceses. Cataluña y Gibraltar, dos extremos de la Península convertidos en territorios estratégicos para las potencias europeas que ya piensan en el reparto de aquella moribunda ballena política y territorial que era la España del moribundo Carlos II. Un imperio que se caía a pedazos tras haberse extendido por media Europa y desde las Américas a las Filipinas.
Mentiras escritas y firmadas hoy en el Tratado de salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, por más cartas sin valor jurídico real y estable que se pongan sobre la mesa para ocultar la realidad; y mentiras escritas en el Tratado de Utrech de 1714 para ocultar que Felipe V compraba el trono de España a su rival, el archiduque Carlos. El precio a pagar se lo quedaron los ingleses: el comercio con las llamadas Indias occidentales, Menorca y Gibraltar, la puerta de entrada al Mediterráneo, una posición estratégica que el almirante George Rooke se quedaría en nombre de la Reina Ana, colocando la bandera inglesa en lo alto del castillo, tras retirar la cuatribarrada que habían colocado las tropas catalanas tras vencer a la mal pertrechada y minoritaria guarnición que mandaba el gobernador Salinas. Vieja historias de banderas que aparecen 300 años más tarde como si el tiempo fuese una ilusión pasajera.
Si Felipe V firma la entrega de Gibraltar a la corona británica en una “para siempre” que aparece recodo en el artículo 10 del Tratado de Utrech, lo hace tan presionado y tras nueve años de guerra que 13 años después intenta la reconquista, que fracasa. Y será su nieto, Carlos III el que lo vuelva a intentar por dos veces, en 1779 y en 1782, con igual resultado. El Peñón se ha convertido en una madriguera de túneles desde la que los británicos aguantan las pobres embestidas de las tropas españolas.
Diez Reyes se sucederán en el trono español junto a dos Repúblicas y una Dictadura desde aquel lejano 1700 hasta hoy. Todos con el tema de Gibraltar como coartada para los desastres y problemas internos, y con las reivindicaciones catalanas como permanente dolor de cabeza para sus distintos gobiernos. Y seguimos sin solución. Apareciendo y desapareciendo de las agendas del poder.
El acuerdo sobre el Brexit firmado por los 28 países que conforman la Unión Europea deja a Gran Bretaña a un milímetro histórico de su adiós definitivo. Quedan dos años por delante para ejecutarlo y en ese tiempo pueden pasar demasiadas cosas. Lo seguro, lo cierto, lo inamovible es que Gibraltar seguirá siendo territorio británico, parte del Reino Unido. No una colonia que pueda independizarse y mucho menos volver a manos españolas. Y lo cierto, los seguro y lo inamovible es que una parte muy importante de la población, de los ciudadanos de Cataluña van a seguir pidiendo un trato distintos, un encaje distinto, una forma de estar en España distinta. Eso o la independencia.