Enseguida manifestó su malestar por las palabras de la exministra Tejerina sobre el nivel educativo de los niños andaluces, con lo que abrió un encendido y apasionado debate.
Los argumentos eran, por un lado, que esas manifestaciones suponían un ataque a lo más vulnerable de la sociedad: los niños. Por otro lado, que se ponía en tela de juicio el trabajo honesto y esforzado de los maestros.
Mi viejo marino, asintió y comentó que había escuchado todas esas encendidas manifestaciones y ataques furibundos en las redes sociales, incluso algunos más; pero que él creía que había que ver la «obra viva».
Nos quedamos mirándole y prosiguió: por debajo de la línea de flotación de un barco hay mucho más —la obra viva—. En los temas importantes, no nos podemos quedar con la superficie, y este es uno de los más importante. No debemos mirar solo aquello que se ve a simple vista.
― ¿Hay alguien que pueda pensar o decir, seriamente, que los niños andaluces, asturianos, valencianos, gallegos o catalanes son tontos? El que crea eso es, sencillamente, un descerebrado.
Le mirábamos atentamente y siguió, sin pausas:
― Los niños son como un lienzo en blanco. La clave es lo que hacemos con ellos. Cómo se pinta ese lienzo. ¡Ese tema no lo podemos resolver con dos brochazos, hay que dar muchas pinceladas finas!
Nuestra amiga comentó que eso había quedado poético, pero que no aclara nada. Continua:
― Pues, como te decía, no es un problema de los niños, hay mucho de calado. No se trata de culpabilizar a nadie, pero no se pueden obviar los resultados de los informes PISA. Estos dan datos comparativos y si se cuenta con eso datos habrá que preguntarse el porqué, analizar el origen de los problemas —nunca suele ser uno―, para hacer un diagnóstico realista, si queremos darle la medicina y el tratamiento adecuado, que nunca puede ser matar al mensajero porque diga cosas que no nos gustan.
Si tenemos en cuenta que el capital más importante que tiene un pueblo es: Educación-Cultura-Conocimiento, en esto nos estamos jugando una parte del futuro.
― ¿Y cuál es tu diagnóstico?, preguntamos al unísono.Una sonrisa y una expresión enigmática: Es un binomio. No es solo un problema de la educación recibida, también en eso interviene ―o debería intervenir— la familia. Es decir, Familia-Escuela.
Llegado a este punto intervine, comentando que más me parecía una ecuación, porque había una tercera incógnita.
Me miraron extrañados, y les dije hay que añadir el Código Postal. Extrañados les garabatee en la servilleta de la cafetería: (E x F) + Cp = + (Éxito)/ -(Fracaso) . Es decir (Escuela x Familia) + Código postal.
― ¡Nos vuelves locos aclara!El tema del fracaso escolar, de los bajos rendimientos tiene mucho que ver la escuela y el modelo educativo, las leyes que los sustentan y también el papel que juega la familia, como dice el viejo marino, pero no se puede obviar la situación socioeconómica de la población. Seguro que si se pormenoriza veremos que el éxito o fracaso, aumenta o disminuye según los barrios, incluso la implicación de la familia también está afectada por ese parámetro.
Y mejorar, paliar o eliminar esas diferencias corresponde a los que tienen los instrumentos en sus manos. No sirve el exabrupto, no sirve sentirse ofendido, no vale enfundarse en la bandera de la patria chica, no vale distorsionar. Nos jugamos el futuro, nos jugamos nuestra riqueza y es un problema que concierne a todos.
Vale, tienes muchos argumentos y en algunos te doy la razón, querido marino, pero: Yo pienso que…
Llegado a ese punto mi viejo marino, con sorna, pero con voz de lobo de mar le dijo a su amiga:
― ¡Anatema! Por favor, no pienses más, no vayas a acabar teniendo ideas propias, y estas son armas muy peligrosas. Ya sabes que por las ideas se ha condenado a mucha gente. Te tengo mucho cariño, no soportaría verte estigmatizada.
Entre risas, nos despedimos y me quedé pensando que aquí en la aldea no estamos en la «pomada» por lo que carecemos de los conocimientos profundos, no tenemos la visión de esa gente que pisa moqueta rodeados de maderas nobles y por eso no les entendemos.
Por esta ignorancia es normal que pontifiquen, nos tomen por tontos y nos menosprecien.
Menos mal que nos queda mirar al mar y que nos amplía el horizonte y lo diluye todo.