OPINIÓN

Nadia Calviño

Jorge Molina Sanz | Viernes 29 de junio de 2018
La llegada a la presidencia del gobierno de Pedro Sánchez ha llenado las portadas de periódicos y telediarios, pero uno de los primeros actos relevantes ha sido el nombramiento de su consejo de ministros, con el que ha conseguido encandilar a muchos sectores.

Ya ha habido una dimisión y un sinfín de críticas, pero nadie puede discutir que, salvo alguna excepción presentan perfiles profesionales y trayectorias interesantes, algo muy diferente a lo que sucedió con su antecesor Rodríguez Zapatero empeñado en hacer gobiernos de la Señorita Pepis, atentando a la lógica natural de los hechos.

Entre las figuras que destacan, y despiertan un reconocimiento profesional casi unánime, es la de la nueva ministra de Economía, Nadia Calviño. Muchas han sido las palabras elogiosas, incluidas las de adversarios políticos.

Mi percepción coincide con las de las personas alineadas a la corriente de que se trata de una gran profesional experimentada, y que puede aportar mucho equilibrio a un gobierno que tiene que navegar en unas condiciones precarias por el número de escaños con que cuenta en el Parlamento y con una UE vigilante de nuestro déficit.

Teniendo esa convicción no he podido sustraerme al paralelismo que se produjo en épocas pretéritas, aunque no tan lejanas, cuando en el gobierno de el peor presidente de la democracia, José Luis Rodríguez Zapatero nos vendió como Vicepresidente Segundo y Ministro de Economía y Finanzas al nefasto y pusilánime Pedro Solbes como el gran profesional experimentado y preparado.

Le precedía su trayectoria de Técnico Comercial del Estado, Secretario de Estado para las Relaciones con la CE, Ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Ministro de Economía y Hacienda y como tal presidente del Consejo Ecofin, Comisario Europeo de Asuntos Económicos y Monetarios.

Lo había sido todo, y llegó como un peso pesado y un gran conocedor de la realidad económica española, europea y mundial.

Todos recordamos aquel debate televisivo con un rocoso y lúcido Manuel Pizarro, en el que Solbes mintió descarada y bochornosamente, pero gano el debate, sus falacias se impusieron; y todos los españoles pagamos las consecuencias de una política económica disparatada y errónea.

Todos somos humanos, y errar forma parte de nuestra condición, pero lo que es inaudito que cuatro años después de su salida del gobierno, en su libro de memorias reconozca vilmente, cobardemente que, a pesar de no estar de acuerdo con el rumbo y las decisiones económicas que se tomaron, se plegó servilmente a su presidente, en lugar de imponer su supuesta autoridad moral e intelectual en la materia. Hubiese sido más digno.

Todo ello viene a cuento a esas esperanzas depositadas en la nueva ministra Nadia Calviño, muchos van a ser sus retos, muchos van a ser los momentos en los que se va a encontrar en una encrucijada entre la ortodoxia económica y las medidas que buscan votos para mantener al gobierno, a pesar del coste, endeudamiento y empobrecimiento de los españoles, puesto que esas medidas no se van a tomar reduciendo los costos de la administración, eliminando las duplicidades y adelgazando el costoso y esperpéntico estado que hemos creado, sino a través de los impuestos.

Estoy convencido que la acción de un gobierno no se puede jugar solo a la baza de la economía, al anterior gobierno eso no le ha servido para nada; pero para hacer política no solo hay el camino de subir más los impuestos y las tasas. También podríamos empezar por analizar duplicidades en las diferentes administraciones y empezar con su adelgazamiento, sería una maravillosa “Operación bikini”.

Sería muy motivador, cuando haya que pagar esos impuestos, ver como se reducen algunas administraciones que no aportan valor.

Como se elimina mucho del gasto no productivo.

Como desaparecen duplicidades y trámites burocráticos fácilmente prescindibles.

Como se reducen el número de políticos y asesores.

Como se cambia totalmente la política de retribución y se reducen ciertas prebendas, algunas enigmáticas, se cambian paradigmas y se normalizan protocolos. Abandonemos esa política hipócrita sobre sueldos a políticos y que nos ha llevado a tantos casos de corrupción.

Todo esto es posible que no se le pueda pedir a la nueva ministra Nadia Calviño, pero en algún momento se debe empezar y traernos alguna esperanza.

Esperanza para que la dignidad y la sensatez, al contrario que de su predecesor socialista, sean la tónica.

Esperanza que la política no lo corrompa todo.

Esperanza que la profesionalidad y el conocimiento triunfe sobre el humo y la fanfarria.

Esperanza que políticos que primen su capacidad a la obediencia.

Estoy expectante y estoy esperanzado.

Prometo que no estoy “fumado” y no he tomado alcohol para tener este repentino ataque de “esperancitis” aguda, pero desde mi aldea las cosas se ven asi.

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