OPINIÓN

Ayuso y Gallardón unidos por su osadía y su ambición

Raúl heras | Sábado 06 de mayo de 2023

Sin la nostalgia que envejece la memoria y la distorsiona, contemplar el panorama de dirigentes públicos que existe hoy en la política española me conduce al pesimismo cuando se trata de pensar sobre el futuro de este país. Las burocracias internas de los partidos han ido cercenando las posibilidades de acuerdo y regeneración de las instituciones que tanto necesitamos, desde la Corona hasta el más pequeño de los Ayuntamientos. Sirve el tiempo, tal y como le servía a Proust o a Toynbee, para confirmar que las vidas personales se marchitan al igual que las políticas y que las civilizaciones se nutren para avanzar o estancarse por la acción de sus dirigentes. Ni Pedro Sánchez es Felipe González, ni Alberto Núñez Feijóo es José María Aznar, ni Yolanda Díaz nunca podrá ser Julio Anguita. Ni siquiera dos dirigentes tan madrileños como Alberto Ruíz-Gallardón e Isabel Díaz Ayuso son comparables en su ambición y osadía.

Los dirigentes de hoy están peor preparados que los de ayer. Es una realidad comprobable. Basta con el último ejemplo que nos ha proporcionado la vicepresidenta segunda del Gobierno, aspirante a convertirse en la primera mujer que lo dirija y autoproclamada líder de una izquierda unitaria que no existe y no va a existir, por mucho empeño que pongan. Yolanda Díaz, al hablar de sus 35 documentos temáticos, de los que dentro de unos meses sacará su "programa de gobierno" para ofrecérnoslo a los españoles de toda clase y condición. Uno de ellos, el de la "herencia universal" que recibirían los jóvenes de 18 años al cumplir esa "edad adulta", la que les permite votar, me recuerda, para mal, por su declarada inoperancia histórica en todo el mundo, una conversación que mantuve con Carlos Solchaga, en aquellos días todopoderoso rector de las economías y haciendas patrias, en la ciudad de Toledo tras defender en una conferencia que España debía transformarse definitivamente en un "país de servicios".

El superministro que había vencido al vicepresidente Alfonso Guerra en la lucha interna del Gobierno de Felipe González hasta hacerle abandonar, en una especie de revancha de la que entonces conocíamos como "beautiful people" o "gente guapa", crecida y enriquecida a la sombra del PSOE, no dudó en recitar un muy viejo principio marxista: "de cada uno según su capacidad, y a cada uno según su necesidad", una fórmula de principios del siglo XX por la que se produciría de forma mágica la igualdad social y desaparecería la lucha de clases. Yolanda Díaz y su numeroso equipo de sabios parecen haber encontrado la fórmula que andaba buscando el político navarro, salido de las entrañas del Banco de España gracias a la acción combinada de un trío milagroso que formaron Claudio Boada, Miguel Boyer y Francisco Fernández Ordóñez: a los ricos se les quitan unos millones de euros que se entregan a los más jóvenes para que comiencen su propia vía a la riqueza. Magistral lección para la historia.

Al otro lado de esa invisible red política sobre la que se sustenta todavía el falso dilema entre izquierda y derecha, esa misma memoria práctica que permite la edad y la contemplación del poder, del PODER con mayúsculas, me hace de nuevo viajar al pasado y a la conversación que mantuve años más tarde de aquella cita en la imperial capital castellano-manchega. Fue un café con hielo y una manzanilla en una de las terrazas con microclima del Paseo de Pintor Rosales, con en Madrid, con uno de los políticos que mejor conocía y conoce al que fuera polémico ministro de Justicia del Partido Popular y que definió así al que era su jefe de filas: "Alberto (Ruiz-Gallardón), que es amigo, es mucho más inocente en su comportamiento político de lo que la gente cree; lo que ocurre es que al mismo tiempo es muy osado, y esa mezcla en nuestro país no es muy recomendable". Esa osadía es muy perceptible hoy, abril de 2023, tanto en Isabel Díaz Ayuso como en Yolanda Díaz o Irene Montero y, por encima de todos los demás políticos en activo, en el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sobre todo cuando imita al venezolano Hugo Chávez en su oferta de viviendas públicas a construir en los próximos años o deja que desde la Casa Blanca nos informen a todos los españoles que vamos a acoger a un número indeterminado de migrantes que seleccionará previamente el Gobierno USA en distintos países de América que hablan español.

Dirigentes políticos que se asoman al hoy para aconsejar desde sus trabajos de asesores multinacionales o gubernamentales, como Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y un largo etcétera de exministros. Otros, como el expresidente madrileño y exalcalde de la capital, Alberto Ruiz Gallardón, como flamante director de un especializado bufete de abogados siguiendo la estela de otros ilustres representantes de nuestra larga Transición política como Miguel Roca, Ana Palacio o Dolores Cospedal. Es una parte más de la situación política española en general y de los gobiernos y los partidos que les respaldan para alcanzar la mayoría absoluta en particular. El que fuera también ministro de Justicia aseguró que tras su paso por el gobierno de Mariano Rajoy y tras estar previamente como uno de los mejor situados para sustituir al propio José María Aznar, abandonaría la política para dedicarse al ejercicio de la abogacía (no se veía como fiscal de carrera, que lo sigue siendo), pero no fue la primera vez y tuvo que demostrarlo pese a que tuvo y mantuvo la política en su ADN, como hijo de aquel abogado de derechas que se enfrentó a Franco desde el interior del Régimen y compartió cárcel con Ramón Tamames y Enrique Múgica mientras le pasaba mensajes del conde de Barcelona al entonces socialismo del exilio mexicano, a través de otro hoy gran desconocido y olvidado pero importante componedor de la política del socialismo a comienzos de los años 80 del siglo pasado, Antonio García López.

Regreso a mi memoria del que fue alcalde de la capital del Reino, presidente autonómico y después ministro hasta dimitir como tal en 2013 y regresar a sus orígenes jurídicos junto a su tío Rafael, de profesión notario, y su primo Ignacio, y más tarde con José, uno de sus hijos. Al que fuera yerno del falangista y dos veces ministro de Franco, en Trabajo y Vivienda, José Utrera Molina, sólo le faltó para cumplir con sus ambiciones siempre declaradas ser primer ministro de Juan Carlos de Borbón, de quien se dice que convenció a Mariano Rajoy para que le pusiera en Justicia y no en Defensa, que era su inicial destino tras la victoria del PP en 2011. Para que el bien relacionado y aristócrata Pedro Morenés volviera al Ministerio que ya habitó con Eduardo Serra. Desde Justicia se puede influir en los tribunales y puede que hasta en las sentencias; desde Defensa se llega a una buena parte del comercio exterior y los grandes contratos internacionales. Apellidos y títulos nobiliarios del ayer se mezclaban muy bien con los de la Monarquía parlamentaria y lo siguen haciendo. Para las dudas basta con ver las páginas de sociedad de los medios de comunicación, por un lado, y las cúpulas de las principales empresas y bancos del país por otro.

Fueron conocidas y relatadas las relaciones de "amor y odio políticos", a partes iguales, que mantuvo Alberto con Esperanza Aguirre, la dirigente que recorrió los mismos caminos que su rival en las alturas del Partido Popular: ministra, presidenta autonómica y alcaldesa. A los dos, en su formación y por parte tanto de Aznar como de Mariano Rajoy, se les quería, se les temía y se les atacaba y defendía con la misma pasión, como quedó bien demostrado en el Congreso de Valencia de los populares si tenemos en cuenta la fuerza y el tiempo de los aplausos con que los militantes presentes acogieron a cada uno de los líderes, incluidos José María Aznar y Rodrigo Rato. Dos hombres que caminaron juntos hasta la cima del poder para luego recorrer senderos muy distintos. El primero dentro de la élite de los negocios mundiales y el segundo pasando por el encarcelamiento tras dimitir de forma inexplicable de la dirección del Fondo Monetario Internacional.

Capaz de construir un discurso de estado con la misma facilidad que su abuelo, el "Tebib Arrumi" construía sus crónicas de la Guerra Civil desde el cuartel general del Generalísimo, brillante como parlamentario, duro a la hora de dirigir equipos y más preocupado por la necesidad de hacer que por los costes de las obras que emprende, creo que Ruiz Gallardón será recordado como un gran alcalde de Madrid, capaz de cambiar su fisonomía con el enterramiento de la M-30, y capaz en su etapa como presidente de la Comunidad de derrotar por dos veces al socialismo madrileño tras una durísima moción de censura a Joaquín Leguina, y dejarle a su sucesora la mejor de las plataformas para que el PP lleve gobernando la autonomía más dinámica de España durante varias décadas. También es verdad que se le recordará por el oscuro episodio - en su negativo “haber”, al igual que en el de Esperanza Aguirre - de los dos “huidos" del PSOE que, en el debate de investidura autonómico de aquel 2003, dieron la “espantada” y le privaron al entonces candidato socialista, Rafael Simancas, recuperar con ayuda de IU el gobierno regional para la izquierda.

Hoy, para bien o para mal, Isabel Díaz Ayuso sigue el ejemplo de sus antecesores en la Presidencia de Madrid, incluido el socialista Joaquín Leguina. Si durante muchos años su compañero de militancia, Alberto Ruiz Gallardón, se convirtió en el "verso suelto" del centro derecha español por su facilidad para negociar con la izquierda y con los sindicatos en las condiciones más difíciles, con una imagen mucho más abierta y progresista que el resto de los líderes del PP que encabezaba Aznar, le conviene pensar en el después, ya como ministro de Justicia, cuando le ocurrió todo lo contrario al concitar las iras de casi todo el mundo con sus reformas y sus propuestas legislativas. Entre lo bueno y lo malo, entre lo progresista y lo conservador, entre Dios y la tierra, el hoy eficiente y discreto abogado está a años luz de la inmensa mayoría de la actual clase política, se mire desde la más derecha de las derechas a la más izquierda de las izquierdas.

Una de nuestras últimas conversaciones fue una comida para tres en un pequeño restaurante gallego. Allí pudimos solucionar los problemas causados por una crónica en la que comentábamos lo que podría esperarse podía en el futuro y sus deseos políticos, con el socialista José Blanco como testigo. Estábamos en uno de los cigarrales toledanos desde donde se la hoz del Tajo y sus serpientes de agua, muy similares a las que se producen en la vida pública, con el caudal del agua transformado en el caudal de los votos. Durante los postres, le hice saber ver lo que pensaba que había sido uno de sus grandes errores políticos, que estaba en la base del enorme vaivén que se había producido en su percepción pública. Su respuesta fue doble y con un punto de misterio: "queda tiempo para muchas cosas y yo antes me debía a casi dos millones de votantes, ahora me debo solo a mi familia y a mi trabajo". Como despedida de su etapa como político activo, me aseguró: "mi último puesto se lo debí a Mariano Rajoy e hice lo que me había encomendado hacer".

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