Lo que OpenAI ofrece es en realidad un desarrollo masivo que utiliza tarjetas Nvidia, las cuales se fabrican para los jugadores, y realiza un procesamiento masivo de lo que se encuentra en Internet. Y como en la minería de criptomonedas, utiliza el gran poder de computación de las tarjetas y lo ofrece a los usuarios bajo demanda de un lenguaje natural.
En esto no hay milagro alguno.
Recuerdo que a finales de los setenta y comienzos de los ochenta me tocó realizar el proyecto de un diario impreso para una ciudad andaluza. Fue la primera vez que comprobé que la adquisición de una computadora, por aquellos años todo un lujo e incluso una excentricidad, según comentaron algunos accionistas, sustituía el trabajo mecánico de varios empleados cuya misión, aparte de la contabilidad, era elaborar diariamente listados de suscriptores, distribución de ejemplares, control de devoluciones... Lo que a los empleados de la administración del diario les podía llevar una jornada completa, la computadora lo realizaba ella sola en cuestión de minutos.
Ahora asistimos a un auténtico bombardeo sobre los peligros que conlleva la utilización masiva de la inteligencia artificial. Algunos trabajos se verán afectados, pero intuyo que será similar a la incorporación de la computadora en las empresas.
Lo que sí creo es que afectará a los buscadores. Y es donde más le duele a Google, que ve peligrar su monopolio y publicidad programática. Un negocio multimillonario que ha enriquecido a la tecnológica y ha arruinado a los medios digitales que ya suspiran porque la administración pública les asista con publicidad oficial. Con la IA, ese monopolio del buscador puede llegar a su fin. Pero eso no es el fin de la humanidad. Es una bendición de Dios. Opino.