En mi primer período de vida profesional, el desarrollado en mi querida Armada Española, estuve destinado en el Arma Submarina, donde aprendí lo que era el compañerismo, el sacrificio, el sufrir la soledad en determinados momentos, aunque rodeado de personas, a sentirme parte del equipo, de la tripulación, a dar siempre lo mejor de mí. En el segundo, el desarrollado durante casi treinta años en el ámbito de la inteligencia del Estado, aprendí mucho, me formé como profesional y como persona. Allí adquirí y grabé a fuego los valores imprescindibles para poder desarrollar esa profesión que se resumen, en mi humilde opinión, en servir a los ciudadanos de tu país, a tu sociedad, de una manera callada, sin que nadie o muy pocos se enteren, sin que salgas en los libros ni en las noticias. Ni tus compañeros del despacho de al lado conocían aquello que no procedía que conociesen.
Posteriormente, en la etapa que comencé de la mano del Sr. Riba, aprendí a entender, o al menos tratar de entender, la actividad privada y a cómo debía presentarle la actividad de inteligencia a los empresarios, nuestros clientes. El me enseñó que ante un empresario privado tendría que ser capaz de contestar siempre tres preguntas: ¿Qué es la inteligencia?, ¿para qué me sirve? y la más importante ¿cuánto me cuesta?.
Desde el primer momento de mi aterrizaje en el mundo privado de la inteligencia tengo que decir que fui consciente, por comparación con mi anterior etapa en la inteligencia estatal, que las cosas eran diferentes, no disponíamos de tantos medios, no podíamos hacer cosas que en el otro lado hacíamos, teníamos que ser mucho más visibles y los resultados tenían que ser mucho más rápidos. En el mundo de los negocios dinero y tiempo marcan la diferencia. Me costó algo adaptarme, pero rápidamente comprendí que había una carencia tremenda en cuanto a conocimientos de la disciplina y sus funciones y un grado de reticencia importante, en parte porque determinados sinvergüenzas habían utilizado el apellido inteligencia para engañar, vulgares farsantes que nada tienen que ver con profesionales de esta disciplina, y en parte porque el tejido empresarial español es mayoritariamente de PYMES, con todo lo que ello conlleva a la hora de establecer estrategias a medio y largo plazo.
Fui entonces consciente de que uno de los principales trabajos que debíamos realizar era divulgar la cultura de inteligencia, con el objetivo de mostrar a nuestras empresas esta disciplina de la inteligencia que creo tan necesaria, y que otros países de nuestro entorno competitivo utilizan hace ya algunos años. También era consciente que para divulgar y mostrar esta disciplina había que colaborar e implicar al ámbito universitario, imprescindible para que nuestros estudiantes conozcan la disciplina, se formen en ella y, cuando ya ocupen puestos en nuestras empresas, entiendan los beneficios de la aplicación de la metodología de esta disciplina.
Aquí debo citar a otro profesional con ideas brillantes, Don Francisco Núñez Frasquet, amigo e ingeniero que un día me llamó a participar en una experiencia muy interesante. Quería que los estudiantes de ingeniería que estaban a punto de terminar sus estudios de grado en ingeniería en la Universidad Politécnica de Madrid, escuchasen algo muy simple y es que cuando en el futuro ocupasen puestos en sus empresas podrían ser objetivo de los agentes de inteligencia, públicos o privados. Gracias Paco por tu genial idea y por haberme dejado participar en algo que debería ser una constante en la labor de preparar a nuestros estudiantes universitarios para su futuro.
En un período muy corto de tiempo, la inteligencia privada ha crecido mucho en España, el ámbito universitario se ha implicado y las empresas se han ido dotando de la inteligencia necesaria básicamente de dos formas: las multinacionales y empresas estratégicas se han dotado de departamentos propios de inteligencia y el resto de las empresas han ido obteniendo la inteligencia necesaria a través del apoyo de consultoras externas. Todo ello también ha provocado que exista una mayor demanda de formación en inteligencia y el sistema de enseñanza, sobre todo el universitario, haya generado una oferta adecuada, particularmente en la realización de numerosos cursos universitarios y másteres relacionados con la disciplina, a lo que debería sumarse, en mi opinión, un grado específico en inteligencia.
Por supuesto, todo lo anterior ha generado un negocio en torno a esta actividad que muchos han captado y, sobre todo, al que muchos se han sumado de inmediato. Y aquí, en este momento, llega mi reconocimiento de que no estaba preparado. ¿Para qué no estaba preparado?. Pues realmente, tal y como refleja el título del artículo, no estaba preparado para ver cómo una enorme jauría de paracaidistas, charlatanes, farsantes y trileros aterrizasen en este mundo.
Al referirme a la jauría no me estoy refiriendo a muchísimos profesionales de inteligencia que se han formado en la vida privada, con una calidad y capacidad impresionante, aunque nunca han estado en un servicio de inteligencia, algo que no es necesario para desarrollar esta profesión en el ámbito privado. No, no me refiero en ningún momento a ellos, me refiero a otros individuos, a aquellos que, lamentablemente, han visto surgir una nueva oportunidad de negocio y han saltado al ruego para ganar dinero como sea. Estos individuos, con simpleza, desconocimiento, caradura, falta de profesionalidad, inconsciencia y muchas otras malas dotes, además de su título de analista en inteligencia, siembran la duda y destrozan el trabajo serio de difusión de la cultura de inteligencia.
En todas las profesiones el título te sitúa en la casilla de salida, en el principio de tu carrera profesional. En la nuestra, con una lamentable carencia de estudios universitarios reglados, estos individuos, título de analista en mano se convierten en desinformadores en potencia, diseminando información falsa, inventada, fruto de su imaginación, mezclando términos y definiciones y formando un batiburrillo que, y aquí está el problema, a muchos medios de comunicación, sobre todo a los televisivos, les resulta muy atractivo.
De este modo, los detectives se convierten en especialistas en la materia, los periodistas, los jóvenes abogados, los sociólogos, los psicólogos y un sinfín de profesionales. Todos entienden de lo nuestro, somos afortunados con tantos ayudantes. Pero la realidad es que esta es una profesión en la que uno aprende cada día, como en todas, la experiencia te va situando en el lugar que te corresponde, sobre el terreno vas demostrando tu capacidad y tus conocimientos. Esto los grandes despachos de abogados lo tienen absolutamente estudiado y se establecen esos sistemas en los que los profesionales van ascendiendo y conformándose como tales, donde el título es el que te hace ocupar la casilla de salida, nada más, después vas ganando puntos por tu profesionalidad. A ninguno de estos despachos de abogados se le ocurriría enviar a dar una conferencia de abogacía a un inexperto.
Pero en nuestra profesión el intrusismo en un problema grave y la realidad es que todos los días se produce una alineación de los astros en la que los medios necesitan cubrir espacios, la verdad no es atractiva y, como si de una pesadilla se tratase, entretener se convierte en más importante que informar. En este universo artificial, inventado, estos seres, los paracaidistas y trileros, aparecen regularmente en programas de gran audiencia, que los presentan como referentes del mundo de la inteligencia, haciendo supuestos análisis y equivocándose un día si y otro también. Si uno tirase de hemeroteca la vergüenza para ellos y para estos programas sería tremenda pero no pasa nada, ellos continúan con su trabajo y los medios continúan contando con ellos.
Señores periodistas televisivos, su obligación profesional es la de informar, no la de buscar diversión. Si las personas quieren diversión se van al teatro, al cine, a pasear o al circo y allí, si quieren reírse, se topan con profesionales llamados "payasos", que dedican todos sus esfuerzos a sacar del público una sonrisa. Si realmente yo estoy equivocado, y sus programas no deben ser rigurosos, ni contar con el más mínimo atisbo de seriedad profesional, entonces creo que deberían presentarse como programas de comediantes.
La verdad es que, como ex miembro de la inteligencia española, y ahora como director de una consultora de inteligencia, me siento contrariado cada vez que veo a uno de estos personajes impartir doctrina, simular experiencias no vividas o conocimientos adquiridos en situaciones no contrastadas, afirmar cuestiones que inciden en la generación de un sentimiento de intranquilidad sin sentido y muchas otras cuestiones. Cuanto mejor nos iría a todos si buscásemos la profesionalidad en cualquier campo de la vida y dejásemos que los feriantes se mantuvieran en sus ferias y los payasos en sus circos.
Nuestra profesión se ha convertido es un caso excepcional. Cuando uno busca informar de asuntos jurídicos busca a un jurista, cuando busca informar de asuntos relacionados con la salud busca un médico, y si los asuntos son de una parte específica de la salud busca un médico especialista en esa materia, si uno busca hablar de la educación busca un profesor, pero si uno quiere saber de asuntos de inteligencia busca a un comediante. Extraño pero cierto.
Los medios tienen la posibilidad de llamarles, los caraduras tienen la posibilidad de asistir y contar sus experiencias vividas en un mundo imaginario, pero nosotros, los que amamos esta profesión, deberíamos tener la obligación de poner de manifiesto que estos señores no son profesionales, no nos representan y poder así desbaratar toda esta trama que, si no cumplimos con nuestra obligación, va camino de establecer que seamos la única profesión en la que los farsante, los comediantes y vendedores de humo se conviertan en nuestros representantes ante la sociedad, los que expliquen nuestra profesión con mucha más llegada que los profesionales de verdad.