Memoria de generaciones que no entienden el hoy, que tenían como referencia de su lucha de clases los jerséis carcelarios que Josefina, su mujer, le tejía a Marcelino Camacho. Imposible de unir la Inteligencia Artificial y la velocidad cuántica con el cigarrillo permanente en los labios del hombre que enterró la Guerra Civil para que España no la volviera a pasar.
El director manchego puso el título y creó los personajes, con el guion explicando que el enorme y más rápido de los caminos en la vida personal, profesional y política para fracasar es romper las alianzas de amor o interés que se han formado. Roto el abrazo del poder, las urnas se encargan del entierro. Está bien que la voz de Cecilia o la de Rosa León nos hablen de una querida España y de un amanecer que se abrasa en esta primavera, y que deja esos rostros empeñados en recordar llenos de surcos amargos por los que se deslizaban las mismas viejas lágrimas.
Hay frases en el filme que deberían haberse pronunciado en el reciente debate sobre la moción de censura, siguiendo los consejos del profesor Tamames sobre la necesidad de estudiar y aprender de la historia, aunque sea de ficción. “Las películas hay que terminarlas aunque sea a ciegas” sentencia Lluís Homar en su doble papel de Mateo Blanco y Harry Caine en “Los abrazos rotos”. La decimoséptima película de Almodovar es la que mejor refleja lo que le va a suceder a esa izquierda más preocupada de máximas programáticas y venganzas personales que de tejer pactos frente a la derecha que se acerca al poder o intenta mantenerlo.
Hace quince años que el director manchego rodaba una historia en la que la lucha por el poder se mezclaba con los celos y los complejos de culpa entre los protagonistas. Tríos amorosos que se cruzaban en torno al mundo del cine y la tragedia que viven los personajes, y que hoy pueden trasladarse al mundo de la política. Pablo Iglesias jugó a guionista y director de un trío femenino imposible de mantenerse ante las cámaras. Yolanda, Ione e Irene tenían una muerte anunciada tan evidente como la de Soraya y María Dolores en la derecha en el inicio del verano de 2018.¿Acaso no es eso, una historia de poder, celos y complejos la que ha llevó a Pablo Iglesias e Iñigo Errejón a romper su amistad y su proyecto político?. ¿No fue ese abrazo roto entre los dos principales fundadores de Podemos el origen de la división en el partido y lo que puede hacer que hoy, un lustro más tarde y con nuevos rostros en el cartel termine por darle el poder a la doble derecha a la que dicen que quieren combatir? La historia paralela de Alberto Garzón en IU con Enrique Santiago, al igual que la De Santiago Abascal con Macarena Olona o la de Oriol Junqueras con Carles Puigdemont pueden utilizar el mismo guion, con idéntico final.
El rompecabezas de recelos, pasiones enfrentadas, recuerdos dolorosos y mentiras que construyó Almodóvar en torno al escritor ciego, su mujer y su amante en ese 2009 es producto de la propia desilusión que Pablo Iglesias, por un lado, y Pedro Sánchez, por otro, sufren de cara su segunda etapa de poder. Y el poder, y que les lleva a “volver” a sus amores y deseos por una izquierda que se bambolea entre el ser más radical en lo social y mucho más permisiva en lo económico; en representar un papel en su nueva gira por provincias en mayo, y sus deseos de conseguir contratos en universo de la globalización.
Son el mismo reflejo social que tiene un largo y hondo parecido con la desilusión que le hizo ganar a Rodríguez Zapatero, luego a Rajoy y finalmente a Sánchez. Ninguno de los tres venció por sus méritos, fueron los ciudadanos cansados y decepcionados con el poder de turno el que quitó y puso nuevos “señores” en el trono de La Moncloa.
Para acercarse más a esa doble certidumbre en la que coinciden la realidad y la ficción en nuestra vida pública, y completar la visión de Almodóvar, sería muy recomendable a los dirigentes de esa izquierda, sobre todo a la que dice representar Podemos, pero de igual manera a la que viene del siempre vivo y nostálgico PCE, y a la que pensaban crear - y quiere reencarnarse en esa suma que desea nacer, al fin, antes de que se deshaga en el silencio - tanto Manuela Carmena como Iñigo Errejón. Otro título y guion tan cinematográfico como el de “ La concejala antropófaga”, el corto que hizo aquel mismo año el cineasta de Calzada de Calatrava y en el que la provocación desde el monólogo de una concejala de derechas y responsable de Asuntos Sociales le permitió regresar a su lado más salvaje y transgresor, el que asomó en “Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón”, y con cuya realización empezó a “liberarse” de sus diez años como ordenanza en Telefónica.
Si cualquiera de los actores principales de esta tragicomedia que estamos viendo interpretar en directo y que se prolongará mucho más allá del 28 de mayo, tuviera que repetir la última frase de sus propios abrazos rotos, ésta sería, sin duda la siguiente: “las elecciones hay que ganarlas, aunque sea a ciegas”. la más aplicada de todas las espectadoras ha sido Isabel Díaz Ayuso, la presidenta que separa sus abrazos para evitar romperlos. Primero se abandonan y luego, si se necesitan, siempre habrá un nuevo tiempo de cortejo.
Los cines fórum universitarios tuvieron su utilidad pero cuando te conviertes en productor con recursos las cosas cambian y mucho. Con los recuerdos y los sueños revolucionarios enterrados en los adioses viejos de Pablo e Iñigo; y los nuevos de Yolanda e Irene, muy lejos de las confidencias que se hicieron en su día de forma cruzada Rita Maestre y Tania Sánchez; con un rector gubernativo como Pedro Sánchez, que evita hoces y martillos en su salón de Moncloa, lo mismo que su compañero de negociación los tiros libres a canasta; y con una oposición dispuesta a sacar cuchillos jamoneros con la misma facilidad que lo hacen en Extremadura o Teruel a todos ellos y ellas se les plantea la misma pregunta que Vladimir Ilich Ulianov le hizo a Fernando de los Ríos en Moscú en 1934 con una “pequeña” variante pero con tanta dinamita intelectual como la que trasladaba el dirigente comunista al dirigente socialista: “ ¿partidos, para qué? “.
Una pregunta y una idea que no es nueva en España. La pensó y la hizo pública Felipe González en 1992. Su partido la enterró con enorme rapidez. 140 dirigentes que fueron y dicen ser socialistas se reunían en un restaurante madrileño para imitar a Ortega con sus críticas al que nunca han reconocido como su líder. Otros lo hacen por escrito en los periódicos y los más esperan a los resultados de las urnas. Siempre es más cómodo y seguro apostar a ganador con la carrera terminada.