Programa de la 8TV donde la conocida perioista catalana Pilar Rahola entrevistan al responsable de la agencia de detectives Método 3, Francisco Marco, quien desvela la complicidad de altos cargos de la judicatura andorrana con el narcotráfico holandés, después de haber investigado a algunos miembros como German Bunt, señalando a Carles Fiñana, director de la Agencia de Inteligencia Financiera, como uno de los que los que ha tenido negocios con ellos.
En el capítulo 16 de la novela Andorra connection: 2002 El Cortalet de Aldosa la mafia holandesa, publicadoen en el 2019, se describe, se novela, lo que declara en a 8TV Francisco Marco.
Este es capítulo mencionado:
María Graciela Corrales, esposa de Frans Meijer, uno de los autores del secuestro en 1983 del empresario holandés Freddy Heineken, se pone en comunicación telefónica, en 1995 desde Paraguay, con Richard Van de Blunt, compatriota del delincuente residente en Andorra: «Mi esposo necesita te que comuniques con Robert Grifhorst. Debe sacar plata del buzón para evitar que los jueces dicten su extracción. Con unos miles de florines es suficiente, pero que sea pronto porque está pasándolo muy mal en el penal de Tacumbú y no confía en nadie de aquí para que disponga del dinero que esconde».
Al día siguiente la policía francesa intercepta el vehículo conducido por Robert cuando salía de Pas de la Casa con un millón de florines holandeses. Medio millón escondido en la rueda de repuesto y otro medio millón repartido en las cuatro ruedas del vehículo. Alguien debió chivarse porque los gendarmes localizaron el dinero en la rueda de repuesto.
Regresó a Andorra y entendió que debía confiar la misión a otra persona. Se estaba exponiendo a que le detuvieran por ayudar a su colega preso en Paraguay. Se reúne con Richard y Herman Blom en las oficinas de la inmobiliaria Hollandor, en La Massana, y deciden encargarle al narco español Francisco Iribarne la misión de sobornar a los jueces.
El narco, ingresa en su cuenta del Crèdit Andorrà el medio millón de florines que le había entregado Robert y ordena una transferencia al Citibank en Asunción en dólares. A los pocos días su avión aterrizaba en el aeropuerto Silvio Pettirossi. Y sin perder un minuto retira doscientos mil dólares y conecta con Silvio Márquez, otro narcotraficante del Cartel de Sinaloa que conoció durante su estancia en Medellín.
—Necesito que averigües cómo podemos acceder a los jueces Jorge González Riobó y Ángel Barchini.
—Con Barchini no hay problema. Es un buen cliente del «Princesas», donde no le cobramos las veces que se beneficia a las morenas. Ese no te costará nada porque ya lo tenemos cogido. En cuanto a Riobó mañana sabremos cómo llegar a él.
Al día siguiente Iribarne acude al concesionario Mitsubishi Motors Nipon Automotores y adquiere un vehículo 4x4 modelo Pajero, el más alto de la gama, azul marino metalizado y lo pone a nombre de Lucy Montanaro, joven amante del magistrado Riobó. Una vez que los jueces deniegan la extradición de Meijer toma el avión y regresa a su rutina en El Pas.
Los carteles colombianos que introducían cocaína en los Países Bajos a través del puerto de Róterdam, camuflados entre los miles de contenedores que llegaban a diario, establecieron una red de blanqueo que llegaba hasta Andorra, ya que, tras el secuestro del Alfred Heineken, Robert Grifhorst decidió invertir parte de lo obtenido en el negocio inmobiliario del Principado.
A través de la inmobiliaria Hollandor, Herman Blom recibía el dinero que le enviaba la mafia. Lo ingresaba en los bancos locales y también lo blanqueaba invirtiéndolo en la construcción y promoción de viviendas de lujo, como la del Cortalet de Aldosa, en La Massana, donde también vivía un conocido narcotraficante investigado por la DEA, en el año 2002, dada su conexión con los carteles colombianos.
—Ya hacía tiempo que no te veía por aquí —le dice Richard Van de Blunt a Francisco Iribarne que entraba en ese momento en el despacho de la inmobiliaria—, te imaginaba esquiando en las pistas de Grau Roig.
—Pues ya ves que me acuerdo de los colegas de vez en cuando, y esta vez no es para pedirte producto, que lo cortas demasiado y el que me llega de Medellín es mucho más valioso.
—Pues qué quieres que te diga, es el que me sirven de Róterdam. No sé si llega mezclado de Colombia o lo cortan mis colegas en Holanda antes de distribuirlo. Coño, pero eres el único que se ha dado cuenta. Ni que fueras químico.
—Pues mira por dónde, vengo a cobrarme un favor.
—¿Un favor? Que yo sepa, no te debo nada.
—Pues me lo vas a deber, y muy grande. Así que ya me estás buscando una casa en las colinas de algún monte, aquí en La Massana, que me va a hacer falta ya que no paramos de crecer. Ya son cinco los empleados que me toca mantener. Son muchas bocas.
—¿No te va bien el negocio?
—No me quejo, de lo que me quejo es de que con tanto trabajo apenas tengo tiempo de lanzarme por las pistas en temporada. Estas pistas son una gozada.
—Aclárame eso del favor, porque me dejas intrigado.
—Si para mañana me tienes arreglado el trato de una buena casa, mañana te cuento.
—Joder, Francisco. No me dejes así. Vale, mañana a la hora de comer ya te habré localizado una magnífica.
Al día siguiente, Richard le tenía preparada una exclusiva vivienda en un edificio de Aldosa. Después de firmar y entregarle las llaves, llegó la hora de la verdad:
—Un pajarito me ha informado de que la policía andorrana ha sido requerida para que te detengan y seas entregado a los americanos. Hace tiempo que siguen la pista desde el puerto de Róterdam y han debido contar con algún colaborador en tu organización.
—Los míos son de total confianza. Mira que me extraña.
—A lo mejor el confidente está en Ámsterdam, no en Andorra.
—Aquí tengo amigos muy poderosos. Si es verdad lo que me cuentas, pues alguien me habría puesto sobre la pista.
—Pues a partir de ahora mira hacia atrás, porque a lo mejor te siguen.
A Richard ya le temblaba hasta la voz. Marchó a su casa y empezó a meter en una bolsa dinero en efectivo y algunos documentos cuando mirando por la ventana observó la llegada de varios coches de policía. Corrió al cuarto de baño y saltó por la ventana que daba a otra calle, huyendo mientras la policía llamaba a su puerta sin sospechar que acabada de salir por otra calle adyacente.
Durante varios días estuvo escondido en casa de Alain Martinet hasta que, vestido como los turistas que acuden a las pistas, equipado con mono de esquí, gorra y gafas, viajó a Pas de la Casa y cruzó la frontera gala. Dos días después estaba en Madrid, donde inició una nueva vida suministrando cocaína a los porteros de las discotecas de postín y ciertas casas de vicio, donde gente adinerada daba rienda suelta a sus fantasías sexuales en grupo y sólo permitían la entrada por expresa recomendación de otro cliente.
Una noche acude a llevar polvo a un exclusivo restaurante cerrado al público, en la calle Jorge Juan, donde se celebraban fiestas con cambio de parejas. Y entre los que por allí se paseaban desnudos cree reconocer nada menos que a una autoridad del Principado, que evidentemente se da cuenta de que Richard Van de Blunt se fijaba en él.
Carlos Santana se pone nervioso y avisa a otro hombre que lo acompañaba, dueño de un comercio muy conocido de Andorra. Se visten y salen del local. Entran en el vehículo aparcado y esperan la salida del holandés.
No tuvieron que esperar mucho, ya que el traficante no estaba interesado en permanecer rodeado de señoras desnudas realizando felaciones ante los demás mientras las bandejas de polvo blanco no dejaban de pasar. Él había llevado el medio kilo que le solicitaron y se disponía a abrir la puerta de su BMW cuando es abordado por los dos andorranos que, educadamente le piden charlar.
—Qué sorpresa —dice Richard— veros tan lejos del Principado.
—Pues ya ves. El alcalde nos envió a un cursillo y alguien nos recomendó este lugar para divertirnos. Esto no lo verás en Andorra.
—Pues no lo veré, pero no creas que no echo de menos aquello. Madrid es una colmena, contaminada, llena de timadores y viciosos… Pero me temo que no puedo volver.
—¿Qué ha sido de tu piso en el Cortalet de Aldosa?
—Imagino que esperando en balde que regrese. Estaba pensando decirle a Herman Blom que lo pusiera a la venta.
—A lo mejor me interesa, siempre que lleguemos a un buen acuerdo.
—Si no te chivas, si no os chiváis, y me permites que rehaga mi vida fuera del Principado, te lo puedes quedar. Además, ya sabes que soy de palabra.
Una semana después el conocido fiscal Carlos Santana se mudaba al piso del narcotraficante que llevaba tiempo huido de la justicia.
En el famoso club D’Ángelo, de la calle Moreto, donde desfilaban espectaculares prostitutas eslavas, explotadas por una conocida mafia rusa, Richard tiene una fuerte bronca con el director a cuenta de que se hacían los remolones y no liquidaban la droga adquirida. Así que una noche acude con dos colegas, también holandeses, y en la barra comienzan a gritar contra el encargado, acusándolo de no pagar sus deudas.
Aquello va en aumento y uno de los policías de paisano que se encontraba en el local, a sueldo de la mafia, llama por teléfono a jefatura y en menos de diez minutos se había organizado una auténtica redada donde Van de Blunt queda detenido. A las 48 horas el juez decreta su libertad.
El juicio se celebra varios años después, en el 2008 y queda absuelto.
Esa noche, dos policías llegados de Medellín con documentación falsa, acuden al despacho de un conocido abogado, en la madrileña calle Velázquez, que les da un sobre con la foto del holandés y la llave de una taquilla en el gimnasio del hotel donde se alojaban.
Los policías estudian el plan, recogen las armas del interior de la taquilla y comienzan a seguirle los pasos. Como buenos agentes, hacen su trabajo sin que el holandés se dé cuenta de que era seguido desde el día anterior.
Cuando salía del restaurante gallego, en la calle Menorca, siente un golpe en la cabeza y cae fulminado. Un solo disparo, realizado con una pistola provista de silenciador terminó con la vida del narco Richard Van de Blunt. La organización colombiana había recibido información de alguien en Andorra que lo señalaba como colaborador de la DEA. Y los colombianos no se lo pensaron dos veces.
El fiscal andorrano celebró la desaparición de un testigo incómodo de sus juergas sexuales en las noches madrileñas.
Pocos años después la policía andorrana entró en las oficinas de la inmobiliaria Hollandor y detuvo a Herman Blom. Las autoridades holandesas le acusaban de haber blanqueado, a través de operaciones inmobiliarias, principalmente en la construcción del complejo El Cortalet de Aldosa en La Massana, casi veinte millones de euros de la venta de cocaína procedente de Colombia. Y se sospecha que también fue invertido parte del dinero obtenido en el secuestro del empresario de la cerveza Freddy Heineken.