Próximos a cumplir un año desde el inicio del conflicto militar en Ucrania hay un término, para la gran mayoría desconocido, que adquiere cada día más protagonismo en los análisis políticos, estratégicos, sociales y económicos, de los diferentes expertos y analistas, que intentan vislumbrar lo que nos deparan para el futuro, especialmente económico, los acontecimientos actuales; la “multipolaridad” o un mundo multipolar.
Desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha, especialmente durante todo el tiempo que se ha venido a llamar de la “Guerra Fría”, la estructura del poder mundial se ha basado en la bipolaridad, entendiendo por esta que la estructura del poder mundial giraba en torno a dos centros fundamentales: Washington y Moscú.
Así, las relaciones económicas, la influencia internacional, el poder militar, la influencia cultural y el destino de muchos países, giraban en torno a esos dos centros de poder. Durante esos años el conjunto del sistema internacional estaba polarizado en dos actores fundamentales, Estados Unidos y la URSS, que en base a sus postulados políticos, económicos y sociales modelaban, por así decirlo, el mundo. Aunque existieran ciertas potencias regionales con bastante influencia en su entorno, finalmente quedaban directa o indirectamente supeditadas a la geoestrategia de estos dos centros de poder.
Finalizada la Guerra Fría el 3 de diciembre de 1989, con la declaración oficial del presidente de Estados Unidos, George Bush, y del presidente de la antigua Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, desaparece uno de estos dos centros de poder mundiales y el mundo se convierte en unipolar, donde un solo país como Estados Unidos adquiere una influencia internacional incontestable en el devenir económico, financiero y monetario del resto de las naciones; convirtiéndose en una superpotencia a nivel tecnológico, marcando las directrices diplomáticas entre los estados; adquiriendo un desarrollo energético, comercial y militar sin precedentes e incluso siendo referente cultural mundial; por lo que vino a denominarse también como hiperpotencia.
Para otros expertos en política internacional e historiadores, el cambio del mundo bipolar a unipolar se produjo antes, el 12 de junio de 1987, cuando el presidente estadounidense Ronald Reagan se dirigió al mundo en su discurso frente a la Puerta de Brandemburgo, en lo que en aquel entonces se denominaba Alemania Occidental, diciéndole a su homólogo soviético: “Sr. Gorbachov, abra esta puerta”, “Sr. Gorbachov, ¡derribe este muro!”; hecho que finalmente se produjo en noviembre de 1989 de manera pacífica, ante la inacción de las autoridades de la República Democrática Alemana, y la mirada hacia otro lado de los dirigentes soviéticos. Su demolición posibilitó la reunificación de Alemania y simbolizó, con ello, el fin de la Guerra Fría propiciando la desaparición de la URSS el 25 de diciembre de 1991, lo que dio paso a la construcción de un nuevo orden mundial, unipolar, cuyos resultados llegan hasta nuestros días.
Pero en los últimos años, especialmente a partir de la primera década del siglo XXI, el nuevo orden mundial surgido tras el fin de la Guerra Fría comenzó a sufrir importantes convulsiones, especialmente por el rápido ascenso de China como nueva potencia global, que a pesar de no ser ajena a los acontecimientos y crisis que están ocurriendo en la economía mundial, los expertos económicos señalan que el gigante asiático superará a Estados Unidos para el año 2030, habiéndolo hecho ya en algunos aspectos puntuales.
Este desarrollo económico espectacular de China le ha convertido también en una primera potencia tecnológica, caracterizándose por grandes logros en el desarrollo de tecnología punta en muchos sectores, con especial incidencia en el hardware, el campo de los semiconductores o del software. Desarrollo tecnológico que está permitiendo a China fortalecer su ejército a un ritmo vertiginoso, con importantes avances en tecnología de misiles, armas nucleares e inteligencia artificial; lo que genera gran preocupación en Estados Unidos que ve su “reinado” en solitario en peligro. Un proceso de modernización que su presidente, Xi Jinping, puso como objetivo finalizase en 2035, y que por tanto le permite reclamar un puesto de poder a tener en cuenta en las decisiones internacionales, sin olvidar que este país juega un papel clave como locomotora mundial en el comercio internacional para las demás economías y que cualquier intromisión puede generar grandes perjuicios para la economía mundial.
A esta nueva potencia mundial hay que sumar a Rusia, que aunque con menor desarrollo tecnológico, posee unos prácticamente inagotables recursos naturales y un poder militar y nuclear nada desdeñables; pero sobre todo camina desde hace años defendiendo sus propios intereses geoestratégicos, una vez que la dimisión de Boris Yeltsin y el ascenso al poder de Vladimir Putin le permitió abandonar la tutela estadounidense, país este último que no se arrepentirá lo suficiente por no haber aprovechado los incipientes cambios en la Rusia postsoviética para acercarla a Europa y no aprovecharse para desmantelar lo que quedaba en ella para no poner de nuevo en riesgo la hegemonía de EE.UU.
Pero tampoco hay que olvidar a India, que como la economía que más crece a nivel mundial, también busca su propio camino económico y geopolítico; o de otras economías emergentes como Brasil o Sudáfrica, que curiosamente junto a los otros tres países citados anteriormente se reúnen en torno al acrónimo BRICS, que es el grupo más consolidado de países con economías emergentes y que en breve podría desbancar por importancia al conjunto de los países que forman parte del G7.
Todos y cada uno de estos países están llamando a la puerta de la polaridad del poder mundial, poniendo en riesgo la hegemonía de Estados Unidos, que conforme avance el tiempo tendrá que rendirse a la evidencia de la existencia de la realidad de un mundo multipolar, no sin antes ser motivo de generación de graves conflictos armados y convulsiones económicas, que es lo que hoy estamos viviendo y vamos a vivir.