Nicolás Poveda | Miércoles 06 de abril de 2022
Durante muchos años, se luchó por conseguir la libertad, de sindicación; de afiliación; de reunión y sobre todo de expresión. Esta ultima ha sido de todas las libertades la que más ha coincidido con la intencionalidad de la ciudadanía de obtener una libertad por encima de todas.
Hemos podido ver, como la libertad de expresión ha sido uno de los motivos básicos en la lucha por la libertad general, y así ha sido amparada por los Juzgados y Tribunales en numerosos casos, llegando incluso a superar derechos individuales, como el de la propia imagen cuando se trataba de personaje público, e incluso sobre el derecho a una formación educativa completa.
En mi vida profesional me he encontrado con el choque entre la libertad de un ciudadano a decir, cantar o trovar en los términos que considerara mejor en ejercicio de su libertad de expresión, frente a otros ciudadanos no solo públicos, sino además institucionales. Las figuras del Rey, así como de cualquier otra autoridad del Estado, Comunidad o Ayuntamiento, han sido objeto de comentarios que sin justificación alguna ofendían su persona.
Y no solo personas individuales, sino instituciones o símbolos públicos, que pertenecen a un conjunto o a una totalidad de ciudadanos han sido objeto no solo de comentario opinable, sino de agresión física y pública.
Hemos visto como en los últimos años uno de estos símbolos, la bandera nacional, cuyo adjetivo no es gratis ni deriva de antaño, sino que proviene de la propia definición dada por un instrumento tal como es la Constitución Española de 1.978, que fuera votada democráticamente por los españoles.
Dicha bandera, roja y gualda ha sido objeto en infinidad de ocasiones no ya de burla o comentario, sino de agresión violenta como puede ser la quema de la misma, y el derecho de libertad de expresión de un o un grupo de individuos decidía donde, como y cuando se debía realizar la quema de la misma, y todos en base a la repetida libertad de expresión debíamos ver y callar, es decir aguantar, aun cuando dicha bandera era producto de nuestra propia libertad expresada como he dicho democráticamente.
Recientemente el Tribunal Supremo de la Nación, ha establecido, que, si bien el derecho de libertad de expresión es uno de los mas genuinos del sistema democrático, había que ponerlo en la balanza de la Justicia sopesándolo con el derecho a la libertad de los demás. Y ha calificado tal hecho como “intolerancia violenta”, considerándolo delictivo.
La razón, no es otra que como antes he indicado la bandera es un símbolo producto de la libertad colectiva, que en Justicia debe rimar por encima de la libertad individual o de un colectivo mínimo, que, a mayor abundamiento, que se sepa no quema la bandera roja, gualda y azul que los pirómanos proclaman, es decir, que mi9entras unos toleran la mayoría, los otros, minoritarios queman.
Me ha venido el recuerdo de mis años de profesor en la Facultas de Políticas de la Universidad Complutense, donde impartíamos la asignatura de Introducción a la Ciencia del Derecho con el Catedrático Sr. Marín, que además era Magistrado de Justicia, y como información, también era yerno del Presidente del Tribunal Supremo y padre de Magistrado del Tribunal Supremo, a quien se le ocurrió que el examen final fuera la contestación de forma libre y durante varias horas, al tema “el ejercicio de la libertad individual en relación con el ejercicio de la libertad por los demás individuos”, un alumno inmediatamente se levantó y tirándonos el folio del examen sobre la mesa con gran enfado, nos dijo que “era una pregunta netamente fascista”, a pesar de que era él el fascista ya que no permitía la opinión contraria. La cuya solución práctica se resumía en una sola palabra, muy poco aplicada en estos momentos en nuestra sociedad y a nivel casi mundial, la tolerancia. Vamos, que tú eres tu y tienes tus ideas y yo, soy yo y tengo las mías, y del mismo modo que si yo tolero las tuyas, tu debes tolerar las mías, y así evitaremos el conflicto.
Pero el Tribunal Supremo ha llegado mas lejos, ya que no solo pone la guinda en la intolerancia, sino que también alude a la violencia, que puede venir derivada de los medios utilizados por el infractor o incluso de lo que ahora se ha venido en denominar conducta de grupo, en especial referencia a minorías intransigentes y con inclinaciones delictivas.
Pienso, es al menos mi opinión, que, si todos lleváramos la defensa de nuestra tesis y opiniones en términos de tolerancia, nos ahorraríamos múltiples conflictos que ponen en peligro nuestra conquista de libertades.
El Tribunal Supremo lo ha dicho, y creo que es deber de todos seguir tal directriz, no por ser quien es el que lo dice, sino porque tiene razón en Justicia legal y Justicia humana, y así nos iría mejor.