La tormenta política que se ha desatado en España con mayorías imposibles y euforias identitarias, está generando la mayor tormenta interna en los partidos políticos desde la muerte del dictador Franco y el inicio de la Transición democrática. El PP está roto, el PSOE en peligro de ser engullido por Podemos, Pablo Iglesias culpabilizando a todos para forzar la repetición de elecciones y Ciudadanos desbordado por la situación.El órdago de Podemos, exigiendo al PSOE, ni más ni menos, que la Vicepresidencia del Gobierno, el control sobre el servicio secreto y los organismos de seguridad, la caja fuerte de los dineros y el BOE, se debe a la naturaleza misma del movimiento que lidera Pablo Iglesias.
Iglesias y su capilla han tenido la habilidad política de elaborar un programa que contentaba a todos los grupos de carácter local que le seguían. Su lema era: “haced lo que queráis, pero votadme en las generales”. De este modo, el líder de Podemos ofrecía autonomismo a las Mareas, independentismo a Barcelona en Comú, idiosincrasia mediterránea a Compromís valenciano, y patriotismo a castellanos, andaluces y manchegos.
En contrapartida sólo exigía una condición: en las elecciones generales hay que votar a Pablo y su élite.
Pero las cuentas no salieron. En primer lugar no se produjo el “sorpasso” de Podemos sobre el PSOE y, por lo tanto, el duelo Iglesias-Rajoy quedó postergado. En segundo lugar, y como consecuencia del primero, las marcas locales de Podemos empezaron a exigir: Compromis forma su propio grupo parlamentario; Barcelona en Comú anuncia su logo propio competidor con Podemos, y aspira a ganar las futuras elecciones autonómicas o liderar la senda hacia la República Catalana; y las marcas propias en cuatro comunidades autónomas se rebelan -Galicia, Cantabria, País Vasco y La Rioja-, lo que obliga a Iglesias a purgar a sus seguidores y nombrar a dedo a los jefes locales.
Pablo Iglesias y sus lugartenientes ven venir la crisis interna que amenaza con desmoronar el recién creado partido. ¿Solución? Un órdago a Sánchez: o bien acepta las exigencias de Iglesias, con lo que Podemos puede recomponer sus filas y contentar a sus bases y a sus aliados; o bien se repiten las lecciones generales, en las que “los demás son los culpables”, Rajoy, Sánchez, Rivera y Garzón, que no han querido seguirle. Iglesias se ve como ganador absoluto de los futuros comicios.
En las filas socialistas el panorama es desolador: Pedro Sánchez ha cosechado el peor resultado desde hace 40 años; los barones regionales se insubordinan contra el secretario general y le achacan su ceguera; los veteranos ex dirigentes le advierten que está al borde del abismo. Pero a Sánchez no le queda más que un camino: sacar adelante, cueste lo que cueste, una alianza de gobierno, porque si va a nuevas elecciones será su fin y quizás el del centenario PSOE que dirige.
Por lo que respecta al PP, la corrupción de sus dirigentes han convertido al partido de las mayorías absolutas en un “Titanic” con un enorme agujero bajo su línea de flotación que un Mariano Rajoy, desbordado en todos los frentes, ve como se hunde poco a poco.
La explosión del PP valenciano, los escándalos en Madrid y la dimisión de Esperanza Aguirre, le han cercenado todas sus alternativas. Le queda la dimisión, precipitar nuevas elecciones y que su sucesora o sucesor trate de reflotar el partido maltrecho, amputando todos los miembros gangrenados.
Ante este panorama de ingobernabilidad y el temor de que en una nueva cita electoral a tres meses vista, el voto ciudadano firme la defunción de los dos partidos mayoritarios, no sería de extrañar que el Jefe del Estado utilice su prerrogativa de encomendar la formación de Gobierno a una persona independiente.
Una legislatura con “medidas de choque” para que los corruptos vayan a la cárcel, devuelvan el dinero saqueado de las arcas públicas, los partidos mayoritarios se regeneren y la sociedad vuelva a confiar en sus políticos.