Es de libertad de lo que estamos hablando, del respeto a mi decisión de elegir un tratamiento médico u otro. Un respeto recogido, por otra parte, en todas las declaraciones y cartas de derechos humanos y democráticos. Es, precisamente, esos derechos los que molestan en un momento en que los más poderosos se ven capaces de imponer su dictadura a nivel global (la tecnología se lo permite, por primera vez en la historia) y con sus manos interfiriendo hasta las esferas más intimas de los dominados.
Aprovechando la Covid19, están acelerando en un proceso de enfrentamiento social, difundiendo el pánico a través de sus grandes medios de comunicación, para que -enferma de miedo- la gente considere al vecino, al hijo , al amigo como un terrible peligro que puede contagiarnos y matarnos. Con la vacuna se nos separa en dóciles e insumisos, en manejables y rebeldes y se nos empuja al enfrentamiento y a que se asuma la represión como una necesidad social.
Ya vimos procesos semejantes en la URSS, en la China de la Revolución Cultural, en la Alemania nazi… donde los dirigentes acababan con la disidencia convirtiéndolos en enemigos del pueblo y cuyo sacrificio era imprescindible para la tranquilidad del resto, aunque fuese una tranquilidad temporal y frágil.
Intentan acelerar ese enfrentamiento, esa imposición de una dictadura aprovechando la cuestión del virus porque su narración, repetida igual y hasta la saciedad por casi todos los medios masivos, hace aguas y mucha gente se empieza a dar cuenta. El intento de imponer la vacunación masiva y obligatoria ha chocado con el rechazo de capas importantes de la población, en casi todos los países que por motivos diversos, desconfían. “Vacunas” que no lo son; que no “inmunizan” ; que no están aprobadas por las agencias del medicamento de ningún país y que solo están autorizadas “por emergencia”, con unos contratos que eximen a sus fabricantes de cualquier reclamación por efectos secundarios… bajo un clima de oscurantismo y con contradicciones manifiestas en conceptos, tiempos y cifras que cada vez más personas denuncian. Para colmo, los vacunados contagian y pueden ser contagiados. Algunos científicos, incluso, señalan que las vacunas no solo son peligrosas sino que estarían en el origen de las denominadas “variantes” con las que se proporciona nuevo combustible al miedo desde los medios, cómplices necesarios en toda la trama.
En este panorama ¿qué sentido tiene discriminar vacunados de los que no lo están? ¿Qué sentido tiene seguir hundiendo las economías de sectores y zonas enteras? ¿Qué sentido tiene plantear discriminar a parte de la población? Empezamos prohibiendo que los no vacunados accedan a bares o espectáculos , igual que empezó el “pase ario” con Adolfo Hitler. Si no se impide, terminaremos con la estrella amarilla cosida en la ropa, caminando hacia los campos de exterminio de los disidentes. La tiranía del Covid pone en duda que vivamos en una democracia real. Habrá todas las variantes y cepas que sean necesarias para doblegar las resistencias y silenciar la disidencia.
Hay un proyecto político detrás de todo esto. Un proyecto que involucra a políticos de diversos partidos que forman parte de ese proyecto a pesar de estar adscritos a fuerzas diversas. Por eso no es extraño que coincidan un Pedro Sánchez con un Feijoo, o Podemos con Macron...Sirven a los mismos amos y nos venden espejitos de colores distintos para que compremos su mercancía.
La vieja disyuntiva izquierda-derecha cada vez explica menos. Porque la la diferencia, a estas alturas, la marca el campo de la libertad, los que defienden la voluntad soberana de los pueblos, defienden sus naciones y sus familias frente a la dictadura totalitaria que los grandes magnates, sus fondos de inversión, sus políticos, sus medios y sus ongs pretenden imponernos, a través del odio y del miedo.
Afortunadamente, cada vez más gente está despertando. Incluso fuerzas políticas importantes. Cada vez hay más gente crítica, con los discursos y las narrativas que ocultan en vez de aclarar y que pretenden que solo haya una explicación, censurando y prohibiendo las demás para imponer un pensamiento único y obligatorio. Cada vez más gente se desprende de su etiqueta partidista y analiza los hechos con su propia cabeza y eso les produce pánico a los poderosos.
Es la libertad, la democracia real, lo que está en juego.