El Pentágono estudia reconocer al Estado Islámico o Daesh con la condición de que abandone el terrorismo y cumpla las normas del derecho internacional. Trataría así, con el apoyo de sus aliados, de reconducir el autoproclamado Califato de Abu Bakr Al-Baghdadi para que cumpla el objetivo con que fue creado: remodelar las fronteras de Oriente Medio para no perder el control sobre el petróleo.
La creación del Estado Islámico en 2002 por los servicios de inteligencia anglo-norteamericanos en coordinación con el bloque conservador de las monarquías petroleras del Golfo encabezadas por Arabia Saudí, ha terminado por escapar al control de sus promotores y dado origen a un feroz “Estado terrorista” dirigido por AbuBakr Al-Baghdadi.
El diseño original, confirmado por numerosos testimonios de responsables de los servicios de inteligencia, de las cúpulas militares y de los Gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña, era crear un ariete que pulverizara el mapa geopolítico vigente en Oriente Próximo desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Se trataba de remodelar las fronteras y crear Estados más homogéneos religiosa y étnicamente, fácilmente controlables por las multinacionales del petróleo, de los recursos naturales del subsuelo y de las corporaciones financieras.
Con este objetivo se autoproclamó el Califato del Estado Islámico en Siria e Irak, que debía disgregar los principales países árabes productores de petróleo y materias primas, en los que el nacionalismo era el cemento de su cohesión: Iraq, Siria, Libia y Argelia.
Los tres primeros, tras largas guerras de invasión y conflictos civiles internos, se han roto ante las ofensivas del grupo terrorista dirigido por Al-Baghdadi. El cuarto, Argelia, ha resistido diferentes intentos de fomentar movimientos autonomistas, tribales, étnicos y secesionistas, gracias a la existencia de unas fuerzas armadas muy cohesionadas y con la experiencia de 10 años de guerra interna contra el terrorismo en los años 90 del siglo pasado.
Pero aunque la cúpula dirigente del Estado Islámico se haya pervertido y caído en la barbarie de atentados, decapitaciones, genocidios étnicos y desplazamientos forzados de población, los estados mayores del Pentágono y de los principales países de la OTAN, esperan que Al-Baghdadi recupere el control de sus comandantes y emires más beligerantes o éstos sean liquidados por los drones estadounidenses, de tal forma que termine ofreciendo un Estado viable.
La continuidad de la financiación del Estado Islámico, a pesar de que Putin haya sacado a la luz la implicación de Turquía en la venta del petróleo robado a Irak y Siria, los permanentes suministros de armas y de material logístico, y la permisividad con que los seguidores de Al-Baghdadi utilizan el ciberespacio, son indicios suficientes de que el Pentágono y la OTAN tienen la esperanza de reconducir al Estado Islámico y hacerle jugar el papel para el que fue creado: recomponer el mapa geopolítico del mundo árabo-musulmán en función de los intereses occidentales.
Sin embargo, el mundo árabe no comparte esta visión optimista de Washington y sus principales aliados. Los especialistas árabes que mejor conocen la evolución del Estado Islámico piensan que la entrada en escena de Rusia y China ha dado al traste con los planes de “reconducción” inspirados por Estados Unidos.
Aducen dos razones. La imposibilidad de controlar a estas alturas el enfrentamiento entre chiitas y suníes, y la necesidad imperiosa de Moscú y Pekín de aniquilar a los yihadistas del Estado Islámico en Oriente Medio para evitar que se extiendan a sus respectivos territorios. En los próximos meses iremos viendo hacia dónde se decanta el pulso de los dos grandes bloques (Estados Unidos-OTAN frente a China-Rusia).