Joaquín ABAD | Domingo 03 de enero de 2016
Este auténtico cowoy de rostro pálido a lo Clint Eastwood camina por el almeriense desierto de Tabernas rodando su última película donde se enfrenta no sólo a la madame andaluza, sino a todo el consejo de ancianos que pisaron la moqueta del salón desde el último tercio del siglo pasado. Porque el multimillonario viejo zorro Isidoro ya ha sentenciado al divergente Sánchez, que se creyó el centro del universo socialista, siendo realmente un advenedizo que, en lugar de ganar unas elecciones que no debió encabezar, hundió aún más al Partido Socialista Obrero Español.
Obtuvo resultados aún peores que Alfredo el químico, un Pérez Rubalcaba que se retiró, dimitió, tras obtener sólo 110 escaños. Pero este cowoy de cómic se cree un auténtico ganador con sólo 90 diputados, y con un contrincante con coleta que por el camino le ha birlado no menos de 20 asientos. Es el malo de la película con quien está dispuesto a cabalgar para hacerse con el oro de la diligencia que Rajoy se resiste a entregar a estos cuatreros de medio pelo.
Porque Pedro Sánchez, que fue el favorito de la madame Susana frente a un Madina con cara de pocos amigos, incumplió el pacto de no ser el candidato a Moncloa en las pasadas elecciones. Fulminó a un Tomás Gómez, con nocturnidad y alevosía, con la excusa de que no era el favorito de los votantes en Madrid y obtuvo el peor resultado de la historia del socialismo en la capital del reino, dejando tirado, sólo, a un televisivo Antonio Miguel Carmona y permitiendo que los de Podemos alcanzaran la alcaldía con una controvertida ex-jueza comunista, la anciana Manuela Carmena.
Con su falsa sonrisa pretendió enamorar a un jurado harto de tramposos, de corruptos, de líderes enriquecidos tras su paso por la política y no se creyeron el argumento del rostro pálido que gritaba, chillón, que llegarían a la Moncloa tras cabalgar una recta tortuosa donde ha demostrado que no tenía caballo capaz de cabalgar sin comida ni agua.
Al final, después de haber traicionado a todos, hasta a sus votantes, se enfrenta a una retirada voluntaria o forzosa y dentro de unos meses, muy pocos, nadie recordará a este cowoy que se vio cerca del paraíso y no supo perder. No sólo no supo que había perdido. Se creyó el príncipe de la fiesta, sin mirarse al espejo de la realidad. Sólo era una rana saltarina que se lo creyó por un instante. Sólo una rana.
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