OPINIÓN

El estado del estado (84): La verdad (IX)

Carlos González | Domingo 07 de marzo de 2021
Respecto a la tercera pregunta que se han formulado nuestros ancestros, es decir: ¿A dónde vamos? Esta sí que cuando nos la formulamos nos aplasta por completo. Yony nos recuerda que, excepto las invenciones literarias del pasado, no disponemos de respuesta posible alguna.


Los científicos también en este caso han elaborado teorías, pero es un asunto tan espinoso que nadie serio se ha aventurado a responder con una cierta coherencia. Y, por supuesto, de conocimiento objetivo no disponemos absolutamente de ninguno.

Podemos lanzar suposiciones en base a lo poco que conocemos de nosotros mismos. No cabe duda que la Naturaleza ya nos ha demostrado que los servicios de información y almacenamiento de la memoria, y su posible replicación en el momento oportuno, es imprescindible para avanzar hacia cualquier destino. Tal es así, que el gran avance se produce cuando la primera célula Eucariota pudo guardar la información de su construcción y reacciones y convertirla en memoria – el ADN-, y con ello en el futuro replicarlo y mejorarlo. Al poder de nuevo guardar los cambios, a veces aleatorios que se producían en el juego del conflicto de la vida, consiguió generar nueva información que al replicarse, el nuevo ser que nacía ya era un poquito distinto. De esta forma de almacenaje de información y cambios producidos se ha conseguido la evolución de la célula, y después de cualquier organismo vivo. En base a todo ello, dados los niveles de inteligencia y de obtención y conservación de información que acumulamos, podemos decir que puede que los humanos nos parezcamos un poco, o podamos ser, con ese uso de la inteligencia, el ADN del Planeta Tierra.

¿Es posible que con esa información que acumulamos, igual que hace un espermatozoide, el día que encontremos un planeta “fértil” podamos fundirnos e inseminarlo, y con los conocimientos que poseemos sobrevivir en él. Y en el futuro, que nazcan seres que ya serán diferentes a nosotros porque nacen en aquel medio y se adaptan a él?. ¿Y esos seres ya serán, como los hijos hoy, un poco del padre –nosotros- y un poco de la madre –ese nuevo planeta- y con ello no haremos otra cosa que poblar el espacio y diversificar nuestro ADN y provocar muchas mejores condiciones de supervivencia de un tipo determinado de inteligencia que ha adquirido una conciencia específica?

Pero hemos de ser honestos, a día de hoy, de conocimientos objetivos, no tenemos ni idea.

O puede que un choque planetario acabe con todas nuestras ilusiones, o lo haga un agujero Negro que nos engulla. Lo cierto es que la única verdad que tenemos es nuestra ilusión. El deseo de conocer todo eso, de adentrarnos en esos mundos desconocidos y tratar de dominarlos. Igual que nuestros ancestros salieron de áfrica cien mil años atrás y poblaron hasta el último rincón de este planeta. O igual que Colón y los suyos se adentraron al inmenso océano y consiguieron alcanzar mundos desconocidos hasta entonces. O, como los tres que en 1.969 inauguraron la Era Espacial, al conseguir pisar y explorar un poco esa inmensa bola de luz mate que tanto les había inquietado a todos los humanos en el pasado. Os recuerdo que la semana nació al contar la duración de sus fases y los calendarios comenzaron a funcionar basados en la replicación de sus cuatro formas de presentarse ante los humanos que la observaban.

Quizá genere cierta angustia el no conocer lo más mínimo del ¿A dónde vamos?, pero también es cierto que nos caracteriza esa ansiedad de dominar lo desconocido, de adentrarnos en mundos oscuros y llevarles la luz que dispongamos en ese momento. No cabe duda alguna que también posee mucha ilusión esa nueva aventura y solo intentando alcanzarla –con la esperanza a veces ingenua de sobrevivirla- podremos ir un poco más allá. Pero hemos de ser honestos, al menos con nosotros mismos: Lo que sí sabemos es que no conocemos el destino en el que estamos embarcados.

Sabemos que somos el resultado de ese equilibrio ciertamente incierto, de adentrarnos con toda nuestra Ilusión y esperanza hacia lo desconocido, y esos choques violentos que acaban con cualquier plasmación de futuro.

Solo aspiramos a una cosa, que debemos seguir avanzando. Quizá por el principio de Expansión Constante. Quizá porque si somos un producto de esa explosión que se expande, solo podemos seguir avanzando. ¿Hacia a dónde? –Nadie sensato lo sabe.

Pero tampoco cabe la más mínima duda que algún día lo sabremos.

Sobre el autor

Carlos González-Teijón es escritor, sus libros publicados son Luz de Vela, El club del conocimiento, La Guerra de los Dioses, El Sistema, y de reciente aparición Psicología de virtudes y pecados, de editorial, Letras de autor.

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