Enrique MONTÁNCHEZ | Viernes 27 de noviembre de 2015
Es el único dirigente europeo que todavía no se ha sumado al esfuerzo bélico de franceses, alemanes, ingleses, italianos… para frenar el yihadismo tras la masacre de París. A Mariano Rajoy la Tercera Guerra Mundial contra el Estado Islámico le ha noqueado a tres semanas de las elecciones generales.
Se las prometía felices pensando que la incipiente recuperación económica era la estrella rutilante que le permitiría revalidar un segundo mandato en minoría o con el apoyo de Ciudadanos.
La llamada a rebato de François Hollande le ha descompuesto. El miedo a que el “no a la guerra” crezca y erosione, como ya ocurriera en 2003, las expectativas electorales del PP, planea de nuevo sobre Moncloa como una maldición bíblica.
De ahí la rapidez en articular un “pacto antiterrorista” al que se sumasen, fundamentalmente, las fuerzas de izquierda y desactivar la “calle” antes de la campaña electoral. Lo ha conseguido a medias, pues ni Podemos ni Izquierda Unida están por la labor. Ambas formaciones saben que enarbolar un antibelicismo fácil les reporta votos, de los que andan escasos según reflejan los sondeos.
Que a estas alturas Rajoy se hinche con frases manidas contra el terrorismo, cuando llevamos cuarenta años dándole la batalla, no sirve para ocultar a la sociedad española una decisión igualmente importante: la contribución militar de España a la coalición europea que se organiza a marchas forzadas para combatir al Estado Islámico en Siria e Irak y a sus franquicias en Mali.
Y aquí el tiempo actúa en su contra. A Mariano Rajoy le gustaría tomar la decisión después del 20 de diciembre, pero a los franceses, alemanes, ingleses o italianos las elecciones generales en España les trae al fresco. Lo que quieren saber es qué recursos militares estamos dispuestos a aportar, en qué teatro bélico y bajo qué condiciones.
Es patético que, a día de hoy, Rajoy no haya dado un paso al frente como Merkel o Cameron, y trate de ganar tiempo desesperadamente hasta el 20-D.
Francia nos ha pedido relevar a parte de sus tropas desplegadas en Mali para trasladarlas a Siria. Moncloa ha respondido que estamos dispuestos a prestar apoyo logístico; es decir, enviar aviones de transporte o vigilancia a Mali, pero no tropas sobre el terreno, al menos, hasta después de las elecciones. No sea que un desgraciado percance justo unos días antes del domingo electoral le prive al Partido Popular de algunos cientos de miles de votos. Para los políticos el voto es un bien preciado que está por encima de cualquier otra consideración.
De momento, Alemania, que tiene muchísimos menos intereses estratégicos en el Sahel que España, le ha ofrecido a Francia 650 soldados y media docena de cazabombarderos “Tornado”, inicialmente, para labores de reconocimiento.
Resulta que llevamos años hablando de que la inmensa y prácticamente deshabitada franja del Sahel -formada por el norte de Senegal, sur de Mauritania, Mali, sur de Argelia, Níger, Chad y sur de Sudán- es la “frontera avanzada de España”, y a la hora de la verdad escurrimos el bulto porque nuestros gobernantes, con cortedad de miras, solo piensan en clave electoral.
Por el Sahel se extiende como mancha de aceite el yihadismo procedente de Libia, campan por sus respetos las mafias que trafican con los inmigrantes ilegales que cruzan el estrecho para acabar en España y es ruta habitual del narcotráfico.
De ahí que se la llame “frontera avanzada”: porque la batalla contra los yihadistas y el crimen organizado hay que darla en ese territorio antes de que las amenazas lleguen a nuestras costas.
Si ya le cuesta a Rajoy implicarse en Mali, una muy probable intervención terrestre en Siria le angustia. En el escenario bélico sirio se está librando la guerra más cruenta de cuantas acontecen en estos primeros años del siglo XXI y contra el enemigo más fanático y sanguinario que se conoce.
Los bombardeos rusos, franceses, británicos, norteamericanos… contra el Estado Islámico no se pueden eternizar. Los yihadistas, por pocos que queden, siempre tendrán capacidad para esconderse de día y moverse de noche en un continuo cambio de posiciones.
Para derrotarlos definitivamente, la solución que la historia nos enseña es la ocupación militar del terreno y negarle al enemigo la capacidad de movimiento y de pertrecharse. Además, en esta guerra existe un elemento añadido: ni Estados Unidos ni las potencias europeas quieren dejar que Rusia termine ocupando Siria, se alce con la victoria en solitario y mantenga al dictador Al-Asad en el poder.
En ese escenario, y después de que el presidente Rodríguez Zapatero retirase las tropas españolas de Irak, una segunda negativa a asumir compromisos como el resto de socios europeos marcaría a España para siempre. Y lo que es peor, no seríamos tomados en consideración en mucho tiempo.
Rajoy piensa que Estados Unidos vendrá a echarle una mano y que abogará por España ante nuestros socios europeos después de las concesiones efectuadas por el Gobierno en las bases de Morón y Rota.
Pero la Norteamérica de Obama ya no es lo que era y Europa, por vez primera desde el final de la Segunda Guerra Mundial, quiere acabar con el desafío del terrorismo yihadista con la ayuda de la Rusia de Putin, que ha demostrado combatir más activamente al Estado Islámico que Estados Unidos.
Aunque el presidente del Gobierno en funciones se encuentre más cómodo hablando de fútbol en la radio que del papel de España en la geopolítica global, esta singular Tercera Guerra Mundial que vivimos le ha da la oportunidad de elegir cómo concluir su mandato: como un político del montón que esquiva sus responsabilidades, o como lo haría un estadista en momentos cruciales de la historia.
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