OPINIÓN

Los pacifistas del couché dan oxígeno al Estado Islámico

Joaquín ABAD | Miércoles 18 de noviembre de 2015
Después del 11-S todo ha cambiado. Creo, sinceramente, que ese fue el comienzo de lo que se conocerá como la Tercera Guerra Mundial. Un conflicto global que persigue crear un nuevo orden en el mundo del siglo XXI, y del que el denominado Estado Islámico es en estos momentos su principal expresión.

Llevamos años sufriendo a unos energúmenos terroristas y asesinos que, aparte de burlarse de los derechos humanos, se han propuesto hacernos la vida más incómoda enviando a radicales con bombas atadas al cuerpo a nuestras ciudades, donde antes nos sentíamos cómodos y seguros.

El denominado Estado Islámico se ha convertido en el arma perfecta para modelar una nueva división del mundo, un nuevo orden. Sí, un estado que enarbola la bandera de la Yihad, de la guerra contra los infieles, para invadir territorios, destruir países y controlar los recursos naturales. Infieles a los que estos nuevos bárbaros quieren exterminar por las bravas.

Pues sí. Llevamos años sufriendo a estas bestias terroristas que cada dos por tres nos matan en nuestras casas, en nuestras ciudades, en nuestros países. Secuestran, enjaulan, queman vivos y cortan cabezas a quienes no profesan su fanatismo y lo suben a la web para infundirnos miedo, para que nos quedemos paralizados por el terror y puedan seguir extendiéndose como una mancha de aceite.

Y ahora se han hecho fuertes. Controlan territorios con pozos petrolíferos, el oro negro que mueve el mundo hasta que las grandes corporaciones decidan liberar energías alternativas más baratas que prescindan de la dictadura del petróleo. De permitir, por ejemplo, que se fabriquen coches eléctricos con cientos de kilómetros de autonomía.

Los yihadistas del Estado Islámico tienen dinero en abundancia, armas y el fanatismo suficiente como para envolverse en explosivos y morir matando a decenas de infieles. La masacre de París ha sido la gota de agua que ha desbordado el vaso de las medias tintas, del sí pero no. Se ha llegado al punto de inflexión.

Llevar su fanática Yihad al corazón de Europa ha puesto de acuerdo a todos, a los Estados Unidos, a los rusos, a los países europeos de que esta Tercera Guerra Mundial hay que ganarla en el territorio del enemigo, en sus madrigueras.

Pero siempre tendremos a los pacifistas, a quienes en cada momento histórico invocan el diálogo y la negociación. Pues bien, nunca los Estados de Derecho negocian con los terroristas cuando están en su apogeo, en la cumbre de su baño de sangre. Antes hay que debilitarles, doblegarles policial o militarmente y, si es posible, vencerles.

Por eso produce vergüenza ajena que sean precisamente nuestros representantes públicos quienes ante doscientas víctimas inocentes en Francia se opongan a que nuestro país frene por la fuerza al Estado Islámico.

Como la pacifista Carmena, nada más y nada menos que alcaldesa de la capital del reino, que se le va la pinza declarando que no hay que bombardear al Estado Islámico, sino hablar con él.

Qué fácil es decir tonterías desde la lejanía, desde la seguridad del cargo, pisando moqueta y con el chófer abriéndole la puerta del coche oficial. Carmena demuestra, además, que no tiene ni idea de lo que se está cociendo a nivel global, ni de lo que supone esta Tercera Guerra Mundial. Sigue anclada en los viejos “clichés” de izquierda trasnochada.

Sugiero a las “carmenas” y demás podemistas que ejercen el buenismo con los terroristas, a los que al parecer comprenden, que se ofrezcan voluntarios y marchen a Siria a dialogar con el Estado Islámico.

Vamos, que les convenzan de que nos dejen en paz. Que no pongan bombas, que no maten, que no roben, que no degüellen a los infieles... Antes a las “carmenas” y compañía se les llamaba “compañeros de viaje” y “tontos del bote”. Ahora les llaman “pacifistas del couché”. A lo mejor la obra de caridad está en la frase apócrifa atribuida a Putin: "A Dios corresponde perdonar a los terroristas y a mi llevarlos con él". Ya me entienden. ¿No?

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