OPINIÓN

Otro 25-N, ¿Cuántos más necesitaremos?

José Luis Úriz Iglesias | Martes 24 de noviembre de 2020
Vivimos un momento de la historia de la humanidad especialmente negro. Hay quien como mi desaparecido amigo Enrique Curiel definió y lo hizo hace seis años, que estábamos entrando en una Segunda Edad Media. Es probable y si lo hubiera analizado desde el momento actual confirmaría su diagnóstico.

La pandemia que nos asola no debe tapar otros dramas de nuestro tiempo.

El dolor, la angustia, la injusticia, la violencia aparecen en cada esquina y tiene diferentes maneras de manifestarse. Desahucios, paro, pobreza, malnutrición infantil, aunque en los últimos tiempos quizás la que debiera acaparar la mayor parte de las portadas, de los informativos, de los análisis y comentarios, sea la violencia sobre la mujer.

Un drama que parece irresoluble hasta este momento, esa violencia sobre la mujer mal llamada de género, porque género induce a pensar que también se produce sobre el hombre cuando el 99% de casos es de éste hacia la mujer.

Es la perversa idea que VOX intenta imponer contagiando al resto de la derecha, PP y Cs.

A veces da la impresión de que la atención es solo desde el punto de vista informativo, para a continuación de manera hipócrita y cobarde apartar inmediatamente nuestra mirada.

Sólo cuando se acerca este mes el Día Internacional contra la violencia sobre la mujer viene a la primera plana de la actualidad.

Resulta desolador para quienes pertenecemos a la generación que luchó contra el franquismo, observar como toda la lucha que se desarrolló a finales de los 70 y 80 a favor de la igualdad de derechos, que concienciaba al hombre evitando viera a la mujer como un objeto de posesión, se haya visto quebrada en los últimos años, quizás por una relajación en la educación en origen, en especial en las propias familias.

Ver a los y las jóvenes de ahora volver a los principios de antes de nuestra democracia provocando esta plaga de violencia, produce preocupación y un cierto desánimo.

¿Cómo es posible que después del recorrido realizado los y las jóvenes actuales sean más machistas que los de nuestra generación? ¿Qué está fallando para que eso ocurra? ¿Qué pasaría si en un año se siguieran produciendo 70 asesinatos a manos de ETA de ellos, 10 niños y niñas?

Responder a estas preguntas, abrir un debate social y político sobre ellas debiera dar lugar a medidas eficaces para evitarla.

No basta con las campañas, la indignación, manifestaciones y concentraciones, o la solidaridad con las víctimas, la solución, como en el caso de la inmigración, está en ese origen.

En las familias que deben procurar inculcar valores de igualdad y respeto, de intransigencia con cualquier síntoma de falta de ellas, de medidas sólidas de educación en el seno de esas mismas familias.

La violencia que se ejerce sobre la mujer no es sólo a través del asesinato, también llega desde el acoso sexual, desde las agresiones sexuales, incluso desde algo tan arraigado en nuestra sociedad como comentarios zafios, chistes machistas, piropos, etc. etc.

Cuando un macho decide piropear a una mujer, ¿acaso sabe si ésta lo desea?, ¿si realmente lo considera una falta de respeto, una intromisión intolerable? Cuando un grupo de machos cuenta chistes ofensivos contra la mujer, ¿acaso no entienden que es igualmente una falta de respeto, una agresión?

Quizás una de las manifestaciones más graves de estas agresiones, que pueden considerarse un escalón inferior al asesinato aunque no lo sean, es la violación. Gravedad incrementada cuando esta se produce en grupo, en manada, más como supuesta diversión, humillación que para el puro placer sexual.

El caso de la violación de cinco jóvenes sevillanos a una joven madrileña de 18 años en los sanfermines de 2016, puso en primera página de los medios de comunicación, de los comentarios de café, este gravísimo aspecto, que lamentablemente después se ha conocido que era epidemia.

Una sociedad generalmente morbosa, en muchos casos se recrea en los elementos más oscuros de la misma, pero si escarbamos un poco veremos el dramático sufrimiento de esa joven y otras en sus mismas circunstancias mientras cinco canallas la usaban en contra de su voluntad.

Una sociedad que reclama el derecho a la inocencia y a que tengan un juicio justo, ha puesto el listón muy alto, quizás demasiado, en los aspectos garantistas en estos casos, probablemente en detrimento de la víctima. Se abre así un debate que debiera ser profundo sobre este otro aspecto.

Quien escribe estas líneas no tiene ninguna duda de que las víctimas son agredidas contra su voluntad, tengo derecho a pensarlo porque yo también las creo.

Creo su versión, creo en que las consecuencias han sido y probablemente sean por mucho tiempo extremadamente graves para ellas y por tanto que las alimañas implicadas en ese tipo de casos deben pagar con la máxima pena su canallada.

Pero lo que debiéramos interrogarnos es sobre qué tipo de sociedad estamos creando en la que jóvenes educados, con buen porte, simpáticos y supongo que con labia, que en una sociedad tan abierta pueden conseguir satisfacer sus necesidades sexuales o afectivas con una relativa facilidad, acaban violando en grupo a una mujer.

¿Cómo es posible? ¿Qué mecanismos están fallando? En muchos de los casos leyendo sus comentarios de antes y después, se deduce que probablemente lo hayan repetido en otras ocasiones empleando drogas para acabar con la resistencia de la víctima.

A partir de ahí nos debemos interrogar: ¿Qué está pasando? ¿De dónde sale esa falta de respeto y empatía? ¿Son los nuevos asesinos en serie?

Quizás para encontrar las respuestas debamos ir a Hannah Arendt y su teoría de la banalidad del mal. ¿Son psicópatas, criminales, o simple y banalmente malos? ¿Esta sociedad está banalizando el mal, en manada?

Los poderes públicos no sólo debieran estar dispuestos a trabajar en campañas de prevención, de ayuda a las víctimas, sino hacer un plan estratégico en los centros educativos, en las familias, para erradicar esta lacra.

No sólo los 25 de Noviembre sino todo el año durante muchos años, de lo contrario estaremos creando un monstruo que nos acabará devorando.

Con ETA se acabó cuando la campaña contra su violencia de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, la presión judicial y la colaboración internacional se vieron acompañadas por un trabajo eficaz en la base social que la apoyaba, o sea en el lugar de donde nace el problema. En este caso debería ocurrir lo mismo.

Que no haya más “manadas”, que no existan más canallas dispuestos a agredir de una u otra manera a una mujer y si los hay que exista una Justicia justa que les castigue de manera contundente y la sociedad les excluya, les margine.

Prevención, apoyo a las víctimas y castigo a los culpables.

También un trabajo político para poner un cinturón de protección frente a los planteamientos machistas y fascistoides de VOX y su contagio al PP y Cs.

Lo que ocurre a menudo en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid resulta absolutamente intolerable.

25-N, sigue la lucha, pero la pregunta que surge es: ¿cuántos más tendremos que celebrar?

Debemos prepararnos para una larga y dura lucha.

Veremos…

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