La aplicación práctica de dicha realidad multilateral nos obliga a que debamos ponernos de acuerdo con los demás interlocutores para fijar –eso sí, de forma inquebrantable sin que nadie pueda incumplirlas, lo que nos proporcionará una novedosa sensación de certeza- unas leyes y normas de convivencia válidas para todos. Ya sabemos que no las ha recibido de Dios y redactado ningún Profeta, o gran ideólogo, ni son la imposición de autoridades a las que presuponemos grandes conocimientos, no, son las que nosotros, o expertos cercanos elegidos por nosotros, regulan para que todos vivamos con el mejor equilibrio posible al aplicarlas.
Mi experiencia personal en varias organizaciones humanas, principalmente de empresarios, me ha enseñado que lo que se hace en las cúpulas directivas es reunirse varios miembros electos, debatir lo que creen lo mejor, escuchar lo más posible a todo el mundo, y después adoptar aquellas decisiones que en ese momento y lugar, y en función a las circunstancias conocidas y evaluadas, se considera lo mejor. ¿Que es perfecto? Eso no se le ocurre defenderlo a nadie. ¿Qué van a ser infalibles? Ya nadie cree ni en la infalibilidad del Papa. Lo que todo el mundo cree es que tendrán un mucho de bueno y un bastante de malo, y una vez aplicadas, veremos cómo evolucionan. Cuando se cree que ya no valen, se cambian por otras. Eso es vivir de forma relativa, no absoluta. Eso es la Multilateralidad. Y no el creer que mi visión, normas o costumbres son…perfectas.
Si nos distanciamos un poco comprobamos que las democracias modernas no son más que una aplicación de dicha Multilateralidad. La asamblea de todos los ciudadanos –mediante el voto electoral- un día eligen a unas autoridades que les representan. Se adoptan con legitimidad formal unas leyes para todos, se aplican las mismas hasta que se cambien. Nadie dice que sean producto de la Biblia sino de decisiones y opciones humanas y circunstanciales y, a la vez, se regulan una serie de contrapesos dentro del Estado para que unas competencias sean ejercidas bajo el control de otros poderes. Eso es claramente una visión y aplicación práctica de la constatación de la multilateralidad.
Dicen los estudiosos que cuando se constituyó la regulación del futuro estado del Norte de América, es decir la constitución de los EEUU, lo que preocupó por encima de todo a sus redactores fue el sistema de contrapesos y el reparto de poderes. Eso es una clarísima aplicación práctica de una visión y regulación de la vida política desde el criterio de la multilateralidad.
¿Por qué estamos ahora un poco difusos, dispersos, y algo confundidos? Quizá porque por encima del Estado-Nación no sabemos aplicar la Multilateralidad. Cuando, además, puede que sea más necesaria que nunca. Ya sabemos que los humanos cuando chocamos con un muro, por pequeño que sea, lo primero que hacemos es retroceder a posiciones seguras, y después nos planteamos cómo lo sorteamos. Eso es lo que propone Trump, el Brexit o los nacionalismos del momento, volver atrás. Lo que hay que hacer es aplicar esa visión multilateral y descubrir, una vez más, que solo pactando entre todos los estados posibles la superación de nuestra visión unilateral –lo que USA dice, lo que Gran Bretaña dice- y alcanzando una aplicación práctica de una realidad Multilateral podremos resolver nuestros problemas. Los de todos.
Descubrir que, hoy más que nunca, se nos hace imprescindible potenciar la ONU o la organización que queramos, y entre todos, con una clara visión Multilateral y con leyes y reglas para todos, de estricto cumplimiento, podremos avanzar como seres humanos y resolver nuestros múltiples problemas, tales como el hambre, las enfermedades, el terrorismo, los ataques indiscriminados a poblaciones, etc.
La Multilateralidad nos enseña que ha de resolverse entre todos… Y para todos.
Sobre el autor
Carlos González-Teijón es escritor, sus libros publicados son Luz de Vela, El club del conocimiento, La Guerra de los Dioses, y de reciente aparición El Sistema, de editorial Elisa.