Enrique MONTÁNCHEZ | Miércoles 23 de septiembre de 2015
Trucar 11 millones de coches en todo el mundo para que sus motores diésel redujesen sus emisiones contaminantes cuando la “centralita electrónica” del vehículo detectaba que era sometido a una revisión rutinaria, es el summum de hasta dónde puede llegar la vileza de una gran multinacional por ampliar sus beneficios al margen de las leyes.
En primer lugar, Volkswagen ha demostrado estar por encima, y sin límite ético alguno, del mayor problema que afecta a la humanidad: la emisión de gases contaminantes que, junto con los residuos que producimos, degradan día a día el planeta.
Ya solo por eso merecería un castigo ejemplarizante. Tan monumental fraude no debería quedarse en el cese del presidente de la compañía, Martin Winterkorn, y en multas de unos miles de millones de euros por parte de la Unión Europea.
El poderoso lobby automovilístico europeo se mueve ya en Bruselas para contener los daños que podrían llegar a afectar a toda industria del motor. Mientras, el Departamento de Justicia de Estados Unidos ya ha iniciado una investigación criminal por el engaño.
En segundo lugar, la automovilista alemana de la doble uve ha dejado patente que, por encima de todo, lo más importante es vender coches. Y cuantos más, mejor.
Durante años, millonarias campañas de publicidad y márketing han convencido a clientes y potenciales clientes de que sus vehículos son seguros, fiables y mínimamente contaminantes. Ejemplos vivos de la prestigiosa tecnología alemana.
Hoy la reputación de Volkswagen, su imagen de marca, ha saltado por los aires y contamina la fiabilidad de los productos “made in Germany”.
En tercer lugar, y probablemente más grave, Angela Merkel lleva años dando lecciones de buena gobernanza a los países europeos (Grecia, Portugal, España, Italia…) por gastar más de lo que recaudan y obligando manu militari a recortar prestaciones sociales con continuas vueltas de tuerca puestas en práctica por los solícitos políticos de la periferia. Mientras, en su propia casa, una de sus empresas punteras defraudaba consciente y sistemáticamente a millones de automovilistas de todo el mundo.
¿Qué es peor, que Grecia sea un país de economía caótica cuyos políticos engañaron a las autoridades europeas para entrar en la moneda única, o que la multinacional Audi-Volkswagen invente un software para engañar todos los días del año al ciudadano que conduce confiado un caro coche de la marca creyendo que contribuye a rebajar las emisiones contaminantes a la atmósfera?
Y aún peor, ¿quién nos garantiza que otras prestigiosas marcas automovilísticas alemanas como Opel, Porsche, BMW o Mercedes no han seguido los pasos de Volkswagen, sobre todo en los motores diésel que mueven los vehículos de grandes cilindradas que, lógicamente, son más contaminantes
De momento sabemos que el motor EA 189 objeto del trucaje se monta también en vehículos de las empresas filiales Audi, Skoda y Seat. Y el Porsche Cayene monta el motor del Wolkswagen Touareg.
Y en cuarto lugar, habría que destacar que el fraude ha saltado en los vehículos vendidos en Estados Unidos. Algo curioso si tenemos en cuenta que las relaciones entre Washington y Berlín se encuentran en sus momentos más bajos.
¿Estamos ante la utilización de una devastadora “arma económica” por parte de Estados Unidos para doblegar a una Alemania cada día más distante de la agenda norteamericana a raíz de la crisis de Ucrania?
Merkel y su Gobierno son conscientes de que en estos momentos los intereses de Washington no coinciden con los de Alemania. Las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos a Moscú, que impiden el comercio con Rusia, representan para la economía germana la pérdida de miles de millones de euros.
Estados Unidos trata de impedir que la Unión Europea cierre acuerdos comerciales con Rusia y China que perjudiquen a su economía. El motor de esos acuerdos es Alemania, como venimos viendo en el último año.
En esta lógica, no es de extrañar que destapar la “vulnerabilidad” de la industria germana con el infame comportamiento de Volkswagen haya servido de aviso a Berlín para que no se aparte de la agenda estadounidense.
El efecto devastador del “arma económica” empleada daría la medida de lo profunda que es la brecha entre ambos aliados.
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