OPINIÓN

¿Malditos homicidas?

José Luis Úriz Iglesias | Martes 30 de junio de 2020

Domingo de una tarde noche calurosa de veranos en un pequeño pueblo de Navarra. Decenas de personas disfrutando del momento como si realmente no pasara nada de nada.



Especialmente jóvenes que hasta altas horas de la madrugada, además de fastidiar el descanso de los demás, se ponen en peligro ellos y al resto sin mascarilla y por supuesto sin guardar las mínimas normas de seguridad.

Entran ganas de bajar a la calle e intentar explicarles que aunque ellos se crean inmunes al Covid-19, pueden volver a casa y transmitir ese coronavirus que han recibido por irresponsabilidad a sus padres, o lo que es más grave a sus abuelos provocando daños irreparables.

¿Soy yo quien debe hacerlo? ¿Realmente deberíamos ser por responsabilidad una especie de policía social que controle a quienes no lo son? ¿Están cumpliendo los diferentes cuerpos y fuerzas de seguridad del estado en Navarra con su cometido? Especialmente los más próximos, Policía Municipal y Foral.

Difícil respuesta especialmente en un pueblo gobernado por Bildu y su animadversión a todo lo que suene a represión.

¿Es realmente represivo evitar contagios, enfermedad, muerte, sufrimiento, a través de medidas contundentes de control?

Y por último la pregunta del millón: ¿esos irresponsables, especialmente jóvenes que transmiten la pandemia, se podrían considerar como homicidas?

Teniendo claro la diferencia que la RAE hace entre asesino y homicida. La primera acepción “matar a alguien con alevosía”, la segunda “matar a una persona sin que exista premeditación”.

Pero en ambas circunstancias la consecuencia es la misma, la muerte de una persona.

Por eso ante la inacción de quien debía hacerlo; ¿la ciudadanía deberíamos intervenir llamando a cada cual por su nombre? ¿A esos que con insensatez expanden la pandemia, homicidas, o mejor malditos homicidas?

Eso a pesar de que exista hoy en día una extraña sensación de censura, a todo lo que no sea afirmar que ya no hay peligro y que estamos ya en normalidad, normal.

Me niego a participar en esa ceremonia de “normalización” obligatoria, incluso aunque venga de MIS gobiernos, el de allí y el de aquí.

Cuando miro a mi alrededor estos días veraniegos, no me cuadra nada ni los datos, ni las estadísticas, ni justificar y aparentar para rápidamente volver a una normalidad en la que todavía no estamos.

Me gusta ver “La noche de la Sexta” en su primera parte y escuchar las opiniones de quienes realmente saben lo que está ocurriendo, me gusta (aunque nos cuestione la situación real) lo que me transmiten quienes están en la primera línea sanitaria, directores de urgencias, de UCI, del SAMU de hospitales como Ramón y Cajal, Carlos III o Vall d´Hebron, a epidemiólogos, científicos, a Miguel Sebastián, o Josep Corbella de La Vanguardia.

El sábado 20 la explicación que nos dieron sobre los efectos de este coronavirus en nuestro organismo, debería ser de visión obligatoria, especialmente para optimistas de tres al cuarto, o quienes imprudentemente no cumplen las normas establecidas.

Gente seria, que sabe y nos transmite una situación preocupante muy alejada de lo que se quiere dar a entender. Incluso desde los gobiernos.

Comentar eso en redes sociales provoca una lluvia de críticas por catastrofista. Mucho más aún si les llamaras homicidas.

Al igual que comentar los preocupantes rebrotes en China o Nueva Zelanda, que pillan muy lejos, pero también el de Alemania que pilla más cerca, o los Basurto y Txagorritxo, Huesca, Santander, Pamplona y Sumbilla, que se los han ventilado de un plumazo para dejar más cerca las playas de Cantabria, Salou, o Peñíscola.

¿No debería sacarse una estadística de los afectados, ingresados y fallecidos como consecuencia de actitudes insensatas?

Para eso han cambiado la manera de contabilizar fallecidos o infectados. Con el cambio de excluir los test rápidos y contabilizar sólo las PCR, se distorsionan la realidad y se enseña al personal sólo la punta del iceberg.

Probablemente presionados por los sectores económicos, especialmente el turístico y las ganas proverbiales de juerga que tenemos los españoles y aquí no se diferencian mucho los vascos, navarros, catalanes o madrileños.

¿Para qué ese engaño? ¿Para disfrutar de las terrazas, piscinas, o poder ir a la playa? ¿Compensará?

¿Debemos reflexionar sobre eso y complicarnos la existencia, o creernos ciegamente los datos oficiales?

¿A quién responsabilizaremos si hay un rebrote? ¿Al gobierno central, al de aquí, o a los buenistas que nos recriminan ser catastrofistas, a nosotros mismos por no ser más valientes y llamar cada cosa por su nombre? ¿A los irresponsables que no cumplen las normas y por tanto se comportan como homicidas?

¿Qué es desde el punto de vista ético más lícito, la opción de Oriente de erradicar el Sars2-Covid 19 o la de Europa de convivir con él? ¿Incluso deberíamos interrogarnos sobre qué podrá ser a largo plazo más beneficioso para la economía? Porque podría ocurrir que por ejemplo China debido a sus medidas contundentes, saliera de esta crisis antes y devorara a las economías que optan por la blandura de normas.

Como conclusión un nuevo interrogante: ¿A quién hay que definir y señalar como maldito homicida?

Pues parece que la responsabilidad debe ser compartida, de unos por acción negativa y de otros por complicidad cobarde, o intereses económicos y financieros.

Bien; me he desahogado. Ahora sólo aspiro (rezaría si fuera católico) a que la naturaleza nos eche una mano aunque no la merezcamos, porque desde luego por nosotros solos no salimos de esta.

¿Malditos homicidas? Dejémonos de protegernos tras los interrogantes, la respuesta es: SÍ!

Seamos pues valientes y digámoslo públicamente.

Veremos…

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