Escribo estas líneas a los 76 días del inicio del confinamiento y tres meses del de la terrible pandemia que nos está asolando, por primera vez con una esperanzadora sensación de alivio y optimismo.
Quiero pensar que los datos que los gobiernos autónomos y central nos dan son los correctos y que la curva tanto de nuevos casos, ingresados en planta de hospitales, en UCI y fallecidos es claramente descendente, indicando que la pandemia va a la baja.
Ignoro (creo coincidir con todos los que saben de esto) si en otoño surgirá un nuevo rebrote, en ese caso espero que acierten al señalar que será mucho menos virulento.
Pero ahora a pesar de las barbaridades que hemos hecho en los 20 días de confinamiento, parece que la naturaleza nos ha dado una nueva oportunidad y salvo casos puntuales no se está dando el temido repunte.
O simplemente sea que la suerte que le achacan al Presidente del Gobierno Pedro Sánchez sea real. De ser así debemos entender que tengamos la ideología que tengamos eso sería beneficioso para el país (ponga aquí cada uno lo que desee, aunque yo desde luego ponga España).
Pero volviendo al título de la reflexión, convendría que la ciudadanía tuviera claro que esta nueva fase optimista, no se da porque nuestro comportamiento haya sido ejemplar, que evidentemente no ha sido así, sino que la naturaleza por sí misma nos da esta nueva oportunidad que desde luego no merecemos.
Cierto es que la mayoría ha sido respetuosa con las normas que los expertos y las instituciones nos han ido dando, pero ha habido, hay, una minoría cada vez más numerosa que no lo ha sido.
Ver ayer las imágenes de La Concha de Donosti, o La Barceloneta, o algunas playas del litoral Mediterráneo, más terrazas a lo largo y ancho del país, o conocer casos como los de Lérida, Extremadura, Ceuta, Murcia, etc. nos dicen que la irresponsabilidad campa ya a sus anchas.
Espero y deseo que esa manita de la naturaleza coincida con lo que nos dicen los médicos situados en primera línea, que aseguran que el virus ha perdido virulencia teniendo por tanto menos capacidad de contagio y produciendo en los pacientes efectos menos graves.
A pesar de ello lo ocurrido en estos apenas tres meses nos debería hacer reflexionar sobre alguna cuestión.
Por un lado que vivimos en una sociedad líquida que impregna la praxis política y nuestras diferentes instituciones, contagiando como si de otro virus maligno se tratara a nuestra sociedad. ¿O quizás sea la revés?
Hay quien asegura que tenemos la peor clase política de la democracia y desde luego a años luz se la que lideró la Transición. El espectáculo en el Congreso de los últimos días abochorna a quienes nos criamos imbuidos de aquel espíritu.
Ha habido pocas excepciones, quizás Almeida y el ejemplar acuerdo en el Ayuntamiento de Madrid. El resto desde Díaz Ayuso, pasando por Álvarez de Toledo hasta el mismísimo vicepresidente Pablo Iglesias no han estado a la altura de las circunstancias.
Tampoco en la calle el espectáculo ha sido más ejemplarizante. Las caceroladas, con algunos enfrentamientos intolerables, las manifestaciones de coches contra el Gobierno y de paso contra la naturaleza, ya que produjeron un 33 % más de contaminación de la que veníamos teniendo, nos dan un panorama desolador.
En definitiva que el optimismo gracias a la naturaleza del inicio, se va transformando en pesimismo a medida que aparece en escena el ser humano.
Precisamente la segunda reflexión se produce derivada de esta constatación. Retirarnos un tiempo breve ha producido un efecto muy beneficioso en esa naturaleza (quizás de ahí la oportunidad que nos da). Ver las imágenes de ocho osos pardos, entre ellos dos cachorros, por los montes de Asturias reconforta el ánimo.
Debemos tenerlo en cuenta y que está vuelta a la “nueva normalidad” tenga presente este hecho. Que si volvemos a los niveles de agresión al medio ambiente, a la naturaleza, de antes de la crisis sanitaria ésta se volveré a defender con seguridad.
Tengamos pues más cuidado, controlemos el impacto de nuestras zarpas en ella, porque de lo contrario lo del otoño no será una simple posibilidad sino una cruel realidad.
Procuremos llevarnos bien con esa bondadosa naturaleza cuidémosla, aprovechemos la enseñanza de estos meses de confinamiento, vivamos más con ella y no contra ella, potenciemos el trabajo desde casa que evite desplazamientos contaminantes, volvamos a vivir en la periferia desde el respeto al medio ambiente.
Pero no sólo cuando salgamos del túnel sino especialmente las próximas semanas. Llega el verano, apliquemos los aprendido en playas, monte (ha sido significativa la práctica ausencia de incendios este tiempo), terrazas, comidas y cenas con familia y amigos, fiestas, etc.
Extrememos el cuidado, la prudencia y el respeto a las normas, porque todos, sensatos e irresponsables, nos jugamos mucho en ello.
Cuidemos la naturaleza porque es la manera ideal de cuidarnos a nosotros y a nuestros hijos.
Para cerrar esta reflexión con una dosis mayor de optimismo, recordar la decisión histórica del Consejo de Ministros de ayer. El Ingreso Mínimo Vital IMV era una deuda que como sociedad teníamos con los más desfavorecidos, por eso después del 29 de Mayo este país es más justo y sobre todo más bueno. Dijimos que de esta crisis debíamos salir todos juntos y esta medida ayuda a ello.
Ahora falta que la clase política recupere la dignidad y el respeto de la que tuvimos la suerte de tener en la Transición, se imbuya de ese legado, lo observe, estudie y aplique. El país se los merece, la sociedad lo necesita.
Veremos...