CLAVES

Igualdad de oportunidades para acabar con el “capitalismo de amiguetes”

Vicente_Nieves | Lunes 06 de julio de 2015
La desigualdad económica en los países desarrollados se ha convertido en un tema favorito del debate político y social ante un panorama en el que las diferencias salariales crecen abismalmente y una pequeña parte de la población acapara cada vez mayor riqueza.

Las diferencias de renta alcanzan niveles que empiezan a ser un lastre para el crecimiento económico y la cohesión social. Pero tampoco la igualdad absoluta e impuesta se presenta como la fórmula mágica para solucionar el problema. El estudiante universitario que se esfuerza por obtener buenas notas lo hace porque sabe que tendrá más opciones a la hora de conseguir un mejor salario en el mercado laboral. El trabajador que busca innovar en su empresa o ser más productivo piensa en mejorar su puesto de trabajo con lo que ello conlleva.

Si la igualdad económica absoluta fuese el objetivo final de la sociedad, ésta se vería abocada a su estancamiento y decadencia. La meta de los gobiernos debe enfocarse más a la búsqueda de igualdad de oportunidades (sobre todo educativas), que a la igualdad salarial, de rentas o de riqueza.

Ahora que está tan de moda hablar del colesterol, se podría decir que la desigualdad es como esta enfermedad que padecen millones de personas. Hay una desigualdad “buena” y otra “mala” que puede llegar a matar al enfermo, en este caso a la sociedad.

Meritocracia frente a amiguetes

La desigualdad “buena” es resultante de las diversas habilidades del capital humano, de sus méritos, talento y capacidad de arriesgar (y perder o ganar). La desigualdad basada en la “meritocracia” desemboca en crecimiento económico, en progreso y en mayor prosperidad para el conjunto de la sociedad.

La desigualdad económica “mala” envenena a las sociedades. El mérito o las capacidades de las personas poco tienen que ver con ella, y es producto del “capitalismo de amiguetes” y del clientelismo.

Supone un lastre para el progreso y desincentiva el desarrollo del capital humano, puesto que el futuro de cada uno no depende de sus habilidades y aptitudes, sino de sus contactos, de sus amigos o del gobierno que esté en el poder.

A estos dos tipos de desigualdades hay que tratarlas de forma diferente. A la “buena”, que nace de la capacidad y del esfuerzo de las personas, sólo es necesario controlarla cuando alcanza niveles nocivos para la sociedad. A la “mala” se la persigue, sin tregua, con los instrumentos que pone a disposición de la sociedad el Estado de Derecho.

Invertir en educación

La forma de impulsar la desigualdad económica “buena” es a través de la educación y la igualdad de oportunidades para las personas y para las empresas. En su informe “Tendencias en la desigualdad económica y su impacto en el crecimiento”, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señala que “existen grandes evidencias de que la creciente desigualdad está lastrando el crecimiento económico sostenido de algunos países”.

Y agrega que “estos países deben promover la igualdad de oportunidades para todos sus miembros desde edades muy tempranas. La educación es la clave, la falta de inversión en educación en los más pobres es el principal factor que provoca mayor desigualdad y daña el crecimiento económico”.

Por tanto, cualquier programa político serio y responsable -sobre todo ahora que en pocos meses tendremos en España elecciones generales- debe plantearse como meta lograr la igualdad de oportunidades. Conseguir que los más desfavorecidos puedan progresar, que los salarios reales vuelvan a crecer, que la legislación sea la misma para todos, sin depender de la región donde uno nazca o resida.

Algunas formaciones políticas proponen luchar contra la extrema desigualdad arrebatando el patrimonio y la renta a los que más tienen, aunque lo hayan conseguido de forma lícita y por méritos propios.

Otras prefieren mirar hacia otro lado y dejar que los más poderosos lo sean cada vez más, de forma lícita o ilícita. Lo más justo y, a la vez más complicado, es reducir la desigualdad no empobreciendo a los ricos, sino haciendo que los pobres sean más ricos. Para lograrlo es imprescindible extirpar de la sociedad el “capitalismo de amiguetes”.

La regeneración política de la que tanto se habla debe plantearse, como en las carreras de caballos, que todos los jinetes inicien la competición en la misma línea de salida; es decir, con las mismas oportunidades. Luego el devenir de la carrera premiará a los más esforzados con los primeros puestos.

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