Un estudio de Yale revela que las proteínas de pico del COVID-19 persisten en individuos vacunados hasta dos años después de la inoculación, sugiriendo que el material genético de las vacunas de ARNm podría integrarse con el ADN humano. La investigación, liderada por la científica Dr. Akiko Iwasaki, plantea preocupaciones sobre los riesgos a largo plazo de estas vacunas, incluyendo inflamación crónica y daños neurológicos. Los hallazgos desafían la idea de que los efectos del ARNm son temporales y localizados, lo que podría tener implicaciones significativas para la salud pública y la ética en torno a la tecnología de vacunas.
Un estudio realizado por científicos de Yale ha revelado que las proteínas espiga del COVID-19 pueden permanecer en el organismo de individuos vacunados hasta dos años después de la inoculación. Este hallazgo sugiere que el material genético de las vacunas de ARNm podría integrarse con el ADN humano, activando estructuras responsables de la producción de proteínas.
La investigación, liderada por la reconocida científica Dr. Akiko Iwasaki, quien previamente apoyó las vacunas de ARNm, plantea serias preocupaciones sobre los riesgos potenciales para la salud a largo plazo. Los escépticos de las vacunas advierten sobre los peligros de contaminación del ADN, citando evidencia que sugiere la existencia de ARNm autorreplicante y transcripción inversa.
Los investigadores han encontrado proteínas espiga en muestras de sangre de personas vacunadas, incluso en aquellos que no habían contraído el virus, según pruebas serológicas. Normalmente, el sistema inmunológico elimina estas proteínas recién producidas; sin embargo, la persistencia observada sugiere que algunos individuos vacunados podrían estar generándolas de manera independiente. Una posible explicación es que el material genético introducido por las vacunas se haya integrado con los genes humanos.
Este descubrimiento tiene implicaciones significativas, dado que más de mil millones de personas han recibido vacunas contra el COVID-19 basadas en ARNm. La posibilidad de que estas vacunas alteren el ADN humano plantea preocupaciones sobre efectos adversos prolongados, como inflamación crónica y daño a órganos vitales. Las proteínas espiga generadas por estas vacunas no son inofensivas; se ha demostrado que causan coágulos sanguíneos y daños neurológicos.
El estudio conocido como LISTEN, iniciado en 2022, ha incluido aproximadamente 3,000 participantes que reportaron lesiones post-vacunación. Los hallazgos indican la presencia continua de proteínas espiga más de 700 días después del último refuerzo con ARNm, desafiando así la narrativa sobre los efectos temporales y localizados del ARNm.
Las inquietudes respecto a la integración genética no son nuevas entre quienes cuestionan las vacunas. Algunos expertos han advertido sobre la posibilidad de contaminación del ADN durante el proceso de fabricación, lo cual podría permitir que pequeñas cantidades de ADN contaminante se integren al genoma humano.
Investigaciones recientes han proporcionado más evidencia sobre contaminación del ADN en viales de vacunas. Esto ha llevado a cuestionar si los estándares regulatorios actuales son suficientes para garantizar la seguridad pública. El Dr. Richard M. Fleming ha señalado que las vacunas de ARNm podrían convertir a los individuos vacunados en "fábricas perpetuas" de proteínas espiga, lo cual podría tener consecuencias duraderas para su salud y para la comunidad en general.
Los resultados plantean un escenario inquietante: individuos vacunados podrían convertirse no solo en portadores permanentes de proteínas espiga sino también en "superdiseminadores", poniendo en riesgo la salud pública a largo plazo. La idea de que las vacunas basadas en ARNm pudieran reescribir el ADN humano abre un debate ético profundo sobre el futuro del ser humano y su relación con la tecnología.
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