OPINIÓN

El estado del estado (III): Toma de tierra

Carlos González | Jueves 14 de noviembre de 2019
Nuestro amigo decide posarse un rato y echar un vistazo. Por aquello de haberse preparado para su trabajo, ha leído un rato sobre el planeta Tierra y sus ocupantes. En sus lecturas sobre las distintas leyendas, en este caso patrias, acaba de recordar aquella de que Dios –el Cristiano-, cuando terminó el mundo –El nuestro, cuando creíamos que éramos los únicos- parece ser que le gustó tanto que decidió darle un beso. Lo cogió con ambas manos, una la posó sobre las rías gallegas, de ahí las cinco Rías Baixas, la otra en Suiza, por lo de la belleza de los Alpes, y el beso se lo dio, claro está, en… Granada. No se puede negar la enorme belleza que engloba.

Pero eso era la leyenda, quizá él pensó que desde la visión de su bajada le pareció un lugar estratégico en medio del globo, entre Europa, África y la entrada al Mediterráneo, así como su gran influencia sobre América. O también le motivó este entretiempo de dos elecciones bastante importantes por lo de imprevisibles y repartidas entre varios contendientes. Este hecho le permitiría apreciar nuestros comportamientos culturales, políticos y de gran actividad social durante este período no inferior a dos meses.

No cabe duda que se posase donde lo hiciese tendría que estudiar a esa cultura concreta y después extraer una visión general de la Especie. El comenzar por España le pareció importante por su gran pasado y la gran influencia que su cultura ha impregnado a grandes territorios del planeta que hoy son más de una decena de estados importantes. Quiso estudiar el nacimiento y la expansión de su lengua, la cual se ha convertido en la segunda en el planeta. No puede dejar de lado la influencia que las creencias religiosas, las órdenes Mendicantes y otras organizaciones creadas alrededor de los ritos que nacieron en España y se desarrollaron por todo el orbe terráqueo. Los Dominicos, Jesuitas, El Opus, etc.

Lo decidió por nuestro pasado, eso, porque en realidad no tenemos otra cosa que pasado. Apreció a simple vista que hemos vivido dos o tres Siglos del recuerdo de las grandes aventuras vividas en tiempos atrás, y de la alabanza de cuando nuestros Tercios eran invencibles en el campo de batalla. Pero eso ya sucedió hasta 1.643 cuando en Rocroi, los Franceses nos obligaron a retirarnos del campo de batalla y mataron al general que nos mandaba. Desde esas fechas, y muy acentuado con Franco, pero también hoy en día, no hablamos de otra cosa que de nuestras glorias y grandezas del pasado. Seguimos hablando constantemente de un libro llamado El Quijote, y de su autor, un tal Cervantes, pero luchamos a brazo partido contra cualquier otro autor que nazca y pretenda escribir algo decente, no vaya a ser que ya nos impida seguir hablando de ese pasado glorioso, que además, dicho sea sin ánimo de ofender, no es más que nuestro recuerdo y el intento de propaganda y venta del mismo, porque visto desde allí, a pie tierra, fue un mundo de miseria, pobreza, ceguera, injusticias y brutalidad, mucha brutalidad. Leed sino al propio Cervantes, a Calderón, a Lope y no digamos de un tal Quevedo.

Le atrajo mucho a nuestro Yony eso de la novela picaresca. Quería a toda costa estudiarla y saber que narices era eso, y si lo comprendía, explicárselo a sus superiores. Lo primero que le impactó era que si los españoles somos los creadores de tal tipo de literatura, y conocemos ese aspecto de la psicología humana en profundidad, ¿cómo es posible que sigan triunfando los más pícaros, si ya sabemos cómo actúan y de qué forma termina todo cuando estos dominan? Pues nada, les seguimos a pies juntillas como si fuesen los nuevos redentores. Bueno, nos salva el hecho de que a toro pasado siempre decimos con solemnidad aquello tan español de, “No, si este, estos, a mí no me engañaron nunca, yo les vi el plumero desde el principio”.

Yony se ríe. Prefiere disfrutar de lo mucho que tenemos. Algo disfrazado se cuela en Plaza Nueva, y baja hasta la de Bib-Rambla, degusta unas magníficas tapitas granadinas y al final se acerca a pedro Antonio de Alarcón para tomarse unas copas. La expresión le salió del alma, “Qué bien saben vivir los españoles, en este caso los granadinos”.

Por ser Mayo subió dando un paseo hasta el mirador de San Nicolás, y desde sus preciosas terrazas se le escapó una sonrisa, alguien a su alrededor creería que estaba loco, pensaba mirando a la Alhambra y al fondo toda Sierra Nevada luminosa. Con esa luz de luna reflejada en la limpia nieve del Mulhacén –bautizado así en honor al penúltimo sultán nazarí, padre de Boabdil, Muley-Ben-Hacén, no pudo por menos que valorar en concreto a los españoles y de fondo a toda la especie humana, “Como podemos disfrutar de una belleza tan sin igual y no cuidarla. Más aún, las sonrisas le afloraron al pensar en las enormes locuras que anidan en nuestras mentes, sobre todo en estos tiempos que igual planchamos un huevo que freímos una corbata, y todo ello con el mismo desparpajo. Aunque déjate de tonterías, porque puede que tenga miles de visitas en internet”.

En fin, abrió los brazos y el pecho para aspirar el limpio aire de Granada. Se le escapó nuestra exclamación, ¡Vivir para ver!.

Sobre el autor

Carlos Gonzàlez-Teijòn es escritor, sus libros publicados son Luz de Vela, El club del conocimiento, La Guerra de los Dioses, El Sistema, y de reciente aparición Psicología de virtudes y pecados, de editorial, Letras de autor.

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