Pedro CANALES | Lunes 15 de junio de 2015
Los enemigos de ayer, se convirtieron en amigos de hoy; los defensores de la ortodoxia ideológica o política, terminaron aliándose con los rupturistas de toda índole incumpliendo promesas, compromisos, y coherencia. El resultado ha sido un sinfín de pactos que han puesto a España a un paso de la ruptura.
Quiérase o no, los dos grandes partidos -PSOE y PP- dominan la mayoría del voto ciudadano, con dos nuevas fuerzas -Podemos y Ciudadanos- que le van a la zaga, y junto a ellos un conglomerado de pequeñas alianzas locales o regionales que han recibido un apreciable respaldo popular. Los nacionalistas de siempre han vuelto a triunfar en el País Vasco, mientras que en Cataluña y Galicia ascienden con mucha fuerza los grupos de base.
La gran pregunta es: ¿hasta qué punto los resultados del 24M son extrapolables a las generales, en qué medida van a cambiar y hacia qué lado se inclinará la balanza? No es difícil adelantar que el voto de los españoles cambiará sustancialmente.
En primer lugar, porque la ciudadanía va a mirar con lupa en los próximos cinco meses la gestión de los nuevos gobiernos municipales y autonómicos, y aplicará en las generales los correctivos que considere necesarios. En segundo término, porque los gobiernos no cuentan con los medios económicos suficientes para cumplir las promesas electorales.
Cuando las alcaldesas de Barcelona y Madrid, o los alcaldes de San Sebastián, Santander, Toledo o Sevilla, y los gobiernos tripartitos, cuadripartitos o pentapartitos de la mayoría de comunidades autónomas quieran paliar los desahucios, empezar a construir viviendas de protección, generalizar los comedores populares, reducir el paro, mejorar el transporte público, etc, verán que en las arcas no hay dinero. Y si recurren a la fácil medida de subir los impuestos para llenar las arcas aumentarán la fractura social.
El PSOE, salvo en la excepción andaluza donde Susana Díaz donde ha demostrado cordura, se ha echado en brazos de Podemos. Y eso es un principio de suicidio que le pasará factura: perderá el electorado de centro -la enorme bolsa de votos que cada cuatro años da el poder a uno u otro de los dos grandes partidos-, y su base más de izquierda social se le irá directamente a Podemos. El PSOE de Pedro Sánchez ha desoído a los veteranos del partido de que sólo se puede llegar a La Moncloa si se gana al electorado de centro.
Los pactos del PP tienen algo más de coherencia, porque no ha traspasado “la línea roja” que se había marcado: pactar con Ciudadanos o con los socialistas. Aun así, una parte de su electorado, el más crítico con la gestión popular de estos años y el más enfurecido por la corrupción, puede terminar en Ciudadanos.
De ahí que la previsión más razonable para los comicios de noviembre sea que el PP siga bajando en beneficio de Ciudadanos, y el descenso del PSOE sea aún más acusado por su alianza con Podemos y sus marcas blancas.
El escenario se ha tornado caótico y la España que hemos conocido desde la Transición toca a su fin. Por primera vez se han hecho pactos de gobierno irracionales: partidos constitucionales con partidos que no lo son, socialistas con independentistas, Podemos pactando con Esquerra Republicana, Bildu y las asambleas abiertas gallegas.
Estamos a un paso del desmembramiento de la España surgida en la Transición. Lo más lamentable es que no se atisba indicio alguno de que las fuerzas políticas estén predispuestas a debatir el futuro sentadas alrededor de una mesa para llegar a un nuevo pacto o consenso. Por el contrario, la revancha y el oportunismo campan a sus anchas. La Historia nos enseña que cuando una nación abre las compuertas del “todo vale” es muy difícil volverlas a cerrar sin pagar un alto precio.
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