Enrique MONTÁNCHEZ | Viernes 12 de junio de 2015
Prácticamente concluida la legislatura, con un verano por medio y la previsible convocatoria de elecciones generales en noviembre, Mariano Rajoy exhibe un paupérrimo balance de las relaciones de España con Iberoamérica en estos cuatro años.
De los 20 países que componen la comunidad latinoamericana, ¿cuántos piensa el lector que el presidente del Gobierno ha visitado oficialmente para afianzar las relaciones políticas, cerrar acuerdos comerciales o impulsar la presencia empresarial española? Solo cinco: México, Colombia, Chile, Perú y Panamá.
Argumentarán Moncloa y Exteriores que las Cumbres Iberoamericanas son el escenario natural donde el jefe del Ejecutivo ha mantenido contactos bilaterales con la totalidad de los dirigentes iberoamericanos. Magra excusa para tratar de ocultar el escaso interés de Rajoy por la política internacional en general, salvo a las obligadas comparecencias en Bruselas.
Si su precario conocimiento de la lengua de Shakespeare le retrae a entablar conversación con los líderes de medio mundo sin traductor, obviamente no se encuentra con esa dificultad en Iberoamérica, con más de 400 millones de hispanohablantes.
Los diplomáticos españoles se ruborizan cuando sus colegas latinoamericanos les preguntan con extrañeza cómo el presidente galo, François Hollande, salió disparado hacia La Habana al poco de que Obama levantara el embargo a Cuba después de cincuenta años, y a Mariano Rajoy todavía se le espera en la isla.
Francia inundará Cuba con sus empresas y trata, descaradamente, de desplazar a España en el poscastrismo, mientras que Madrid envía a un secretario de Estado. Probablemente este es el mejor ejemplo que sintetiza la deserción de Rajoy de la región del mundo que tendría que ser nuestra prioridad absoluta por historia, cultura y actividad económica.
Al igual que para Francia lo es el África francófona, o para el Reino Unido la Commonwealth, con una diferencia sustancial: nuestro proceso colonial concluyó hace ya más de un siglo y, en general, los españoles somos mejor recibidos que franceses y británicos en sus antiguas colonias.
Cierto es que las relaciones con países como la Venezuela bolivariana, la Bolivia del siempre difícil Evo Morales o la Argentina expropiadora de Cristina Fernández de Kirchner, no pasan por buen momento. Pero la política es el arte de lo posible y sus ciudadanos están por encima de sus dirigentes.
Elegir los países por afinidad ideológica es un fácil recurso. Tampoco es cuestión de dejarse abofetear por los dirigentes más radicales, pero de una veintena de naciones que integran la comunidad iberoamericana -si excluimos aquellos que han mostrado una actitud más extremista- visitar cinco es un exiguo resultado para lo que se espera de España.
Rajoy ha dejado bajo mínimos nuestro papel de “puente” entre la Unión Europea y Latinoamérica. La visita de poco más de un país por año de mandato, cumbres aparte, es suficientemente elocuente. ¿Nos merecemos una visión tan miope, máxime cuando en estos años se están gestando los mayores cambios del subcontinente?
La implacable ofensiva China para convertirse a medio plazo en el mayor inversor regional, la llegada al poder de líderes indígenas impulsores de profundas transformaciones sociales, el status cada vez más predominante del emergente Brasil, la formación de potentes bloques económicos regionales y el retroceso de Estados Unidos en su secular patio trasero, configuran un escenario al que Moncloa no presta la atención que debiera.
Esta semana concluía en Bruselas la Cumbre UE-CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), que ha puesto el acento en la necesidad de reforzar los lazos entre los 61 países y 1.300 millones de habitantes (600 millones Iberoamérica y 740 Europa) que integran ambos bloques, ante la que empieza a ser asfixiante presencia del gigante chino.
De momento, el viejo continente mantiene su primacía como principal inversor en Iberoamérica, con 505.000 millones de euros (un tercio del capital que recibe la región). Pero China ha multiplicado por 20 el comercio bilateral en lo que va de siglo y el presidente Xi Jinping anunció en enero pasado inversiones por valor de 250.000 millones en los próximos diez años.
Los analistas aseguran que en 2025 el gigante asiático estará en condiciones de alcanzar el nivel de inversiones de la UE, siempre que el actual ritmo europeo no se vea sacudido por una nueva crisis económica.
La invasión China choca directamente contra los intereses comerciales y empresariales españoles, lo que se suma a la competencia francesa y alemana. Ante este panorama, es pertinente preguntarnos si a la vuelta de diez o quince años España se habrá convertido en un actor muy secundario en el que debe ser nuestro espacio geopolítico prioritario, Iberoamérica, sin ni siquiera haber logrado consolidar una modesta posición en el otro gran espacio del planeta: Asia-Pacífico.
Estremece pensar la desoladora pérdida de tiempo que han supuesto estos cuatro años, a la vista de la deserción del presidente Rajoy.
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