Desde el comienzo de la humanidad se adoró a deidades femeninas asociadas con la naturaleza y con los ciclos vitales. Podemos señalar a la archiconocida estrella del paleolítico, la Venus de Willendorf. Las sociedades humanas llegan de la caza-recolectora al sedentarismo, agricultura y ganadería, del Neolítico. Aumenta la complejidad social y con ella la masculinización de cultos y estratificación comunitaria.
Pasa el tiempo y la mitología griega reivindica la figura de Gaia como personificación de la Tierra, la Madre Tierra. Deidad cardinal que surge a la vez que el universo. Emerge del caos para crear cuanto existe en la Tierra. Un poco después unos influencers de su época nos condenan a todos al infierno con su pecado original. El cristianismo y sus santos Pablo de Tarso, Ireneo (obispo de Lyon) o Agustín de Hipona llegan al top ten religioso con su single “Eva y la manzana” donde demonizan a la mujer convirtiendo al varón en un pobre ser subordinado a las descontroladas acciones de la misma.
Es en este justo momento cuando definitivamente se consolida la dictadura del patriarcado en la civilización occidental, pues a partir de ese instante el hombre toma los cielos a la par que mancilla definitivamente la feminidad y la sexualidad. Lo relevante es que se den ambas condiciones a la vez. De aquí al desarrollo brutal del capitalismo como “primo hermano” de la ordenación orgánica del cristianismo hay un instante y una finísima línea. Cabe señalar un hecho significativo, sin querer, y recalco lo de sin querer, la Iglesia acaba de empoderar a una mujer sin ser conscientes de ello. Una persona que trata de igual a igual no solo al hombre sino también a dios a quien no le reconoce su autoridad coercitiva y lo desobedece.
¡Bendita desobediencia! Sin ella no existirían revoluciones ni evoluciones. Eva actúa con libertad y autonomía sin importarle las amenazas recibidas. Por otro lado, este dios demuestra desde el principio de qué va esto, y va de injusticia. Eva, la mujer independiente de sólida personalidad, arrastra a la perdición a Adán que es igualmente castigado por este dios a pesar de quedar retratado como, poco menos que, un pelele sin voluntad.
Declive de la divinidad femenina, pecado original y ascenso del capitalismo son fenómenos históricos aparentemente no relacionados pero que en realidad constituyen un triunvirato íntimamente interconectado que dio forma a las sociedades y culturas occidentales.
La estigmatización de lo femenino y la promoción del patriarcado desde el relato del pecado original contribuyeron significativamente a la construcción y consolidación de estructuras sociales sustentadas en la opresión de género y la supremacía masculina. Más allá de una cosmogonía se articula una “cosmoagonía” donde la mujer gira alrededor del hombre hasta apagarse como una estrella fugaz camino de convertirse en enana blanca. Esta visión patriarcal impuesta supone el “caldo primigenio” que propiciará el nacimiento del capitalismo. Sistema económico y social absolutamente depredador y competitivo donde la naturaleza solo importa para explotarla. Al igual que los seres vivos, que pasan a ser mercancías, incluidos hombres y mujeres, ¡por supuesto! La consigna es explotar y acaparar hasta no poder más desde la base de la desigualdad.
Las formas modernas de capitalismo, que no son más que las de siempre, pero contextualizadas, perpetúan y acentúan la discriminación de género al arraigar en sistemas de poder patriarcal. Patriarcado y capitalismo se retroalimentan.
Hay un pequeño libro de Mark Twain, ¡una delicia! El Diario de Adán y Eva que termina con Adán ante la tumba de Eva, indicando que: “Allí donde esté ella, estará el paraíso”. Siento exactamente lo mismo.
Con respeto hacia la mujer y con la firme convicción de que sin ella no hay futuro.
Recordando lo que dijera Soul Etspes:
“Igualdad y equidad deben conformar la humanidad”.