Corría el año 1877 cuando el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli se centró en la observación del planeta Marte. Aprovechando los momentos propicios para una buena observación, Schiaparelli entendió ver en Marte una serie de finas e intrincadas marcas que se extendían por los hemisferios marcianos. Tras largas horas de observación, concluyó que esas líneas eran canali (canales). Estas formaciones podrían ser una serie de conductos o comunicaciones superficiales, cuyo origen atribuyó a la intervención de seres inteligentes. Percival Lowell, astrónomo norteamericano de prestigio, acogió con gran interés los estudios de su colega italiano y dedicó muchos años al estudio de Marte con el telescopio refractor que lleva su nombre. Lowell llegó a la conclusión de que esos canales eran artificiales; o sea, los habían construido los «marcianos». Los estudios de Lowell incluían detallados grabados y se distribuyeron en interesantes publicaciones sobre los canales y la vida en Marte (1906 y 1908). Evidentemente, esta aseveración tuvo consecuencias. Si reputados científicos aseguran haber descubierto la inequívoca presencia de vida inteligente en la vecindad planetaria; si, además, dicen que esa civilización ha sido capaz de llevar agua desde las zonas más favorecidas hasta las más desérticas, en un claro ejercicio de solidaridad a nivel planetario ¿qué pensaría más de uno?... pues que estos bichos pueden suponer un gran peligro.
Nuestra mentalidad actual es incapaz de concebir proyectos en los que intervengan la supresión de fronteras, beneficio universal y reparto racional de los recursos a nivel planetario. «Gente» que actuase así no puede ser otra cosa que una civilización más avanzada que la nuestra, y ha de poseer vehículos espaciales muy avanzados y, cómo no, armas de destrucción masiva. Es la primitiva y generalizada reacción de una civilización que, cuando atisba superioridad intelectual y tecnológica, enseguida se pone en guardia o armas tomar ante tamaña amenaza. Obviamente, el efecto invasión llegó a la literatura (La batalla de los mundos de H. G. Wells). En 1938, Orson Welles adaptó la exitosa novela a una obra teatral radiodifundida, causando alarma y un pánico social que se saldó con víctimas mortales, inducidas desesperadamente al suicidio. No olvidemos que este desenlace de guerra de los mundos deviene como consecuencia de presumir una inteligencia superior, capaz de un trasvase de agua a nivel planetario o una red de comunicaciones que facilitase la movilidad global. Seres inteligentes que han conseguido ese nivel en ingeniería civil, ¿qué no harán en ingeniería militar? En definitiva, una civilización capaz de superar ampliamente nuestras limitaciones, egoísmos y miserias es considerada como hostil, invasiva y altamente peligrosa.
Y, ahora, regresamos a la actualidad en España, donde disfrutamos de un gobierno socialcomunista dedicado a adoctrinar a la población con el sectarismo climático y energético que, inexcusablemente, nos conduce hacia la ruina en todos los aspectos.
El Grupo Parlamentario Plurinacional SUMAR ha presentado una Proposición no de Ley en el Congreso de los Diputados para impedir futuros trasvases de agua, en particular del río Ebro a Almería. La iniciativa, respaldada por la exposición de motivos, denuncia la persistente promoción de trasvases por parte de partidos de la derecha, especialmente el Partido Popular y VOX, a pesar de los riesgos medioambientales y las contradicciones con la normativa europea, según alegan. SUMAR argumenta que este modelo de trasvases es "delirante" en tiempos de emergencia climática y escasez de agua. Además, señala que va en contra de la Directiva Marco del Agua de la Unión Europea, es económicamente absurdo y favorece intereses particulares en detrimento de la sociedad y la sostenibilidad ambiental.
En definitiva, nuestra desgracia, en manos de estos indeseables, supera enfrentamientos entre Israel, Argelia, Marruecos, Italia, Francia, Bruselas… y ya alcanza proporciones interplanetarias.