El pasado lunes se celebró el debate entre los dos principales candidatos a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales del 23 de junio: Alberto Núñez Feijóo, por el Partido Popular, y Pedro Sánchez, por el Partido Socialista Obrero Español. El debate, organizado por Atresmedia, tuvo un formato novedoso y dinámico, que permitió a los contendientes interrumpirse, interpelarse y confrontar sus ideas sin las limitaciones habituales de los debates encorsetados y aburridos a los que nos tenían acostumbrados.
Esta novedad fue, sin duda, el aspecto más positivo del debate, ya que ofreció una imagen más real y cercana de los candidatos, de sus personalidades, de sus estilos y de sus estrategias. Así, pudimos ver a un Feijóo seguro, firme, contundente y solvente, que no se dejó amedrentar por las acusaciones y los ataques de su rival. Por el contrario, vimos a un Sánchez nervioso, dubitativo, inconsistente y falto de argumentos, tan falto de argumentos que él mismo se metió en charcos como sacar a pasear el Falcon, el “que te vote Txapote”, o el “sanchismo”.
Sin embargo, este formato también tuvo su lado negativo: la falta de profundidad y de concreción en las propuestas de los candidatos, y cuando hubo algún atisbo, se quedó perdido entre palabras e interrupciones. El debate se centró demasiado en los temas más polémicos y mediáticos, que igual por eso ha gustado en general, pero dejó de lado otros asuntos que preocupan más a los ciudadanos, como el desempleo -Sánchez se limitó a repetir su aspiración al "pleno empleo", sin explicar cómo lo conseguiría más allá de que la única forma posible sería contratar a todos los parados desde la administración pública, al estilo de los regímenes comunistas-, las pensiones -anunciar 5.000 millones más al año desde los PGE es no decir nada, porque el sistema requiere una solución en profundidad, una reforma integral, y no parches-, la inmigración ilegal, la inseguridad ciudadana (equiparación salarial, coordinación entre cuerpos, desarrollo de las autonómicas), el modelo territorial, la financiación autonómica, la agricultura, la pesca, la vivienda, el cambio climático o la educación y la sanidad (estas son competencia autonómica, pero en el modelo, el Estado tiene una gran responsabilidad directa).
Y nos quedamos sin respuesta a temas que sí interesan también a la ciudadanía y que fueron sacados por Feijóo y Sánchez siguió sin responder, como el de las concesiones a Marruecos en el tema saharaui (la respuesta del candidato del PP a la pregunta de los moderadores fue perfecta), el del espionaje telefónico, o el de los fijos discontinuos... el silencio y el nerviosismo fueron la contestación.
Por supuesto, fue increíble que no tuviese Sánchez una respuesta más concluyente sobre el pacto para que hubiese investidura automática del candidato más votado. ¿Reconocía entonces el presidente que sería el PSOE el segundo partido, que necesitaría reeditar el modelo Frankestein?
Desgraciadamente parece que la viveza del debate lastró las propuestas concretas que aparecen en algún caso en los programas electorales, pero que en este debate habrían tenido un buen efecto ya que habrían permitido al oponente contrastarlas.
Por otro lado resulta curioso cómo tras coincidir todos los analistas en que Feijóo le había dado un baño a Sánchez, los medios de izquierdas han ido virando ese mensaje, por un lado para decir que el gallego ganó pero que lo hizo embarrando el debate con interrupciones (en El Español han echado cuentas y fue Sánchez quien más interrumpió) y con mentiras (alguna hubo, pero sobre todo fueron utilización de datos veraces usados de modo partidista y comparaciones no asimilables); y por si eso no acaba de colar, el siguiente mensaje de éstos es que el debate tuvo poco seguimiento, "solo" seis millones de espectadores, y que el de Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero lo siguieron más del doble, claro que no explican que eso ocurrió porque el mismo fue transmitido por todos los canales que lo quisieron simultáneamente porque fue hecho por la Academia de la Televisión que dio la señal a todos.
En definitiva, el debate entre Feijóo y Sánchez fue un debate vivo pero vacío, que dejó un sabor agridulce en los espectadores, que esperaban más contenido y menos confrontación. Sirvió pese a esas carencias para conocer la personalidad de cada uno de los dos candidatos, el que iba de sobrado y confía en su suerte, y el que iba de chaval estudioso que no deja nada al azar, el que se enreda con los argumentos, y el que tiene claro qué decir y cómo decirlo.