Recuerdo que Xabier Arzalluz, siendo el máximo responsable del PNV, minimizaba los actos vandálicos de la Kale Borroka llamándoles “los chicos de la gasolina”. Vamos, que los muchachos sólo quemaban cajeros automáticos y autobuses. Pobrecitos, sólo se trataba de una travesura.
Era el mismo Arzalluz que de la mano del lendakari Carlos Garaikoetxea acudían personalmente a la comisaría, al cuartel de la Guardia Civil, a interesarse por los detenidos de la organización criminal de ETA. Exigían que fueran tratados con comodidades y amabilidades a los individuos que horas antes le habían pegado un tiro en la nuca al político, al policía, al empresario que no era un buen vasco. En Benidorm, por ejemplo, son miles los vascos que se asentaron en sus playas huyendo de la limpieza, ya que el sistema no defendía a los que no aplaudían las manifestaciones pro etarras... Ahora, en Benidorm, hay calles enteras de bares estilo Bilbao, regentados por vascos que han encontrado la paz fuera de la tierra que les vio nacer.
Tengo amigos que han decidido marcharse de Escoriaza, porque cada vez que debían votar eran escoltados por los abertzales de turno, personajes con el flequillo cortado al hacha, como la dirigente catalana de la CUP, la antisistema amiga de Nicolás Maduro, Anna Gabriel, y con una Ertzaintza mirando para otro lado, mis amigos, sus padres, sus hijos, todos, debían depositar la papeleta de Herri Batasuna... Mis amigos, señalados como malos vascos, optaron por emigrar. No aguantaron la presión.
La falta de solidaridad ante el cuarto atentado a las instalaciones de ‘Crónica Global’, en Barcelona, nos recuerda la historia sufrida por casos parecidos en el País Vasco. No es de recibo que la profesión, en masa, silenciara o minimizara los martillazos a la libertad de expresión en una Cataluña de pensamiento único. Porque eso es el resultado de haber cedido a los pujolistas, a cambio de un puñado de votos, que en Cataluña se enseñara una falsa historia de España. Se ha permitido que también se distingan los malos de los buenos catalanes, simplemente porque no están con la secesión republicana que una minoría ha ido minando durante cuarenta años.
Estos políticos, como los de ERC, como los de Puigdemont, que no condenan los mazazos a la libertad de expresión, están alimentando al monstruo que en cualquier momento adquirirá conciencia propia. Y como en el País Vasco, con la complacencia de un Arzalluz que veía con agrado que otros agitaran el árbol de las nueces, se puede agriar la convivencia entre buenos catalanes, que defienden la república, y malos catalanes, que no la secundan.
No se puede consentir el guerra civilismo ni un minuto más. Si no se defiende la libertad de expresión, si no se condenan los ataques a empresas, a políticos, a sedes, a ‘Crónica Global’, Cataluña lo pagará caro. Muy caro.