No dejaba de sorprenderle como casi todas las grandes civilizaciones y culturas más desarrolladas habían llevado a cabo un estudio práctico y un uso muy extendido de todo el tema gastronómico. Habían desarrollado, aun en zonas casi desérticas y con pocos productos, toda una extensa gama de combinación de los mismos. El uso de distintas y muy variadas recetas y salsas parecía que daban un gusto muy diferente a los mismos productos agrícolas o animales.
Todas las culturas, aún con algún tabú religioso, sabían que productos eran buenos para la salud, en qué proporciones, a qué horas del día eran más saludables. Qué período de conservación necesitaban, cuando debían ser consumidos y así una variadísima gama de situaciones.
Era muy difícil encontrar una cultura en el Amazonas por pequeña que fuese que no dispusiese de una larga y variada cultura gastronómica. Podía decirse que era un tema general a todas las culturas por pequeñas que fuesen.
Cuando ya analizaba el tema de los fermentados y destilados, es decir los alcoholes, ya apreciaba muy distintos niveles.
Observaba como los pueblos mediterráneos, que aceptaron el vino desde hace tres o cuatro mil años, llevaban a cabo una producción del mismo con total naturalidad. Podía decirse que han alcanzado un profundo refinamiento en los distintos aspectos de la producción, hasta el punto que hay profesionales que son considerados al nivel de doctores universitarios, y que con su propio nombre son designados, Enólogos.
En dichos pueblos el vino se consume con naturalidad y casi sin excesos. No era así en el norte de Europa donde no sabían consumirlo sin pasarse en la cantidad y hacerlo casi en exclusiva los fines de semana o en fiestas, y casi con el fin de terminar ebrio.
Por el contrario, los pueblos de religión musulmana ni lo probaban y desconocían en absoluto como tratarlo, consumirlo o aceptar su uso diario. Lo que hacían era prohibirlo absolutamente.
Los primeros disponían de una profunda cultura del vino y su uso y efectos, los segundos solo conocían lo pernicioso del abuso, y los terceros no sabían nada del mismo.
También observaba que, aunque había pequeñas diferencias entre todas estas culturas, en el tema de las relaciones Sexuales y la reproducción andaban todas bastante a oscuras.
Es cierto que, en occidente, en las sociedades laicas, ya se comenzaba a explicar en las escuelas los distintos aspectos de las relaciones sexuales y su regulación para la convivencia social. Aunque esto se hacía a regañadientes y muchas veces mirando para otro lado muchos colectivos sociales, porque, aunque preferirían que las cosas permanecieran ocultas y en total apartamiento de la explicación pública, no lo hacían porque no disponían de argumentos para ello y no querían aparecer como unos trogloditas sociales. Pero ganas no les faltaba.
Otros, los más adelantados, en realidad adoptaban una postura más de adolescentes que de personas adultas libres y responsables. Solo se preconiza la libertad sexual, como si fuese un tema sin peligro alguno, y quien propone, a veces muy razonablemente sus límites, es tachado de retrógrado o de conservador a ultranza.
Lo que sí que no existe por ningún lado es una verdadera cultura sexual, como si existe de la gastronomía o en los países mediterráneos con el vino. No podemos hablar aún con naturalidad de los temas sexuales. Y, si bien es cierto que en los temas gastronómicos sí se sabe que hay peligros con la cantidad o forma de consumir ciertos alimentos, en los temas sexuales no se quiere admitir dentro de esa cultura el que debemos alcanzar una muy buena regulación de esos temas para no llevarnos sorpresas bastante desagradables después.
Es imprescindible, ya, que comencemos a trabajar para alcanzar, conceptuar y vivir, una verdadera cultura sexual.
Sobre el autor
Carlos Gonzàlez-Teijòn es escritor, sus libros publicados son Luz de Vela, El club del conocimiento, La Guerra de los Dioses, El Sistema, y de reciente aparición Psicología de virtudes y pecados, de la editorial Letras de autor.