Nuestro marino viendo las noticias del Día contra la Violencia de Género comenta:
—Me parece importante que se hagan acciones para concienciar sobre este problema que se debe atajar. Es necesario acabar con una sociedad tan machista como la española.
La joven profesora le miró con cierta extrañeza:
—Querido amigo, este es un problema importante, pero no me parece que sea un problema español. Es global, delicado y grave, pero que tiene varios vectores y que no deberíamos despachar con un trazo grueso. Deberíamos apearnos de algunos tópicos. Uno de ellos es esa afirmación sobre que este es un país machista. España es un país que ha evolucionado mucho, con una sociedad muy diversa a la que nos se debería seguir etiquetando con el tópico del «toro y la pandereta». Para hacer esas afirmaciones habría que ver la situación de este problema en los países avanzados de nuestro entorno.
Según Eurostat —la oficina europea de estadística— nos señala, para empezar, que existen bastantes países en los que no existe una estadística oficial de víctimas, por lo que parece que nosotros tenemos los deberes mejor hechos, y de las que existen datos, países como Finlandia, Alemania o Francia —entre otros— tienen un índice bastante superior a nosotros. En definitiva, este país no es más machista que cualquier otro.
El marino la miró con cierto asombro e indicó:
—Si nuestro país no es tan machista como nos lo han pintado, si tenemos una de las legislaciones más avanzadas dentro de nuestro entorno (aunque haya voces discrepantes) y si además no vemos resultados ¿Qué está pasando?
Parecía que hoy la profesora, joven y mujer, había decidido adoptar un papel bastante alejado de los cánones al uso:
—La primera cuestión sería preguntarnos si las leyes existentes contribuyen a la solución del problema o forman parte de él. A eso no tengo respuesta, aunque si veo que número de victimas anuales no descienden, porque cuando se anunciaba a bombo y platillo que el 2018, con 47 mujeres muertas, que era la cifra más baja de los últimos 15 años; en estos momentos, en el 2019, llevamos contabilizadas 52 muertes. El problema está lejos de entrar en vías de solución. Lo que veo es que se ha burocratizado el tema, se han creado instituciones, con su personal y sus correspondientes partidas presupuestarias, se ha regado de dinero a asociaciones —alguna de ellas no solo criticadas, sino incluso enjuiciadas—, pero con unos resultados aparentes que dejan bastante que desear. Una vez más, parece que es más importante el «relato» que la solución del problema. Ya tenemos a profesionales que viven de esto, parecería que ellos si han solucionado el suyo.
—Lo que me estás diciendo —dijo el marino— apunta que, una vez más, se está politizando un tema para convertirlo en un instrumento de propaganda.
La profesora continuó:
—Hay mucho más, para mi eso es la punta del iceberg y posiblemente necesitaríamos más de un café para hablar de todo. Por ejemplo, en esa politización veo un intento de implantar determinados conceptos, mientras nos olvidamos de ciertas señas de identidad de nuestra sociedad que se tienen que reflejar en valores y estilo de educación; y de eso se hace poco o se va en la dirección contraria, porque el subyace un intento de desarmar nuestra cultura como origen de todos nuestros males.
Nuestro marino intervino:
—Eso que me comentas es delicado, subjetivo y susceptible de opiniones encontradas, pero hablas de la educación y pienso que, aunque sea a largo plazo, es donde se puede acabar produciendo un cambio significativo. Aunque en este tema me podría aventurar que posiblemente, en los últimos años, se han experimentado grandes cambios de valores y conceptos entre los más jóvenes que no dejan de ser preocupantes. Valores y educación que se reciben en casa.
—Hay otro tema —siguió la profesora—, escabroso e importante que nadie se atreve a tocar y que para mi también es preocupante. La incidencia en la violencia hacia nuestro sexo por determinados colectivos extranjeros. Lo que todo el mundo te dice es que mientes. La explicación es que, por ejemplo, de las 49 mujeres asesinadas al 22 de octubre —ya llevamos 52—, según el Ministerio de la Presidencia, 30 fueron a manos de españoles y 19 por extranjeros. Hasta ahí tienen razón, pero si tenemos en cuenta que la población extranjera en España es un 10%, aproximadamente, significa una ratio de 6 veces más. Pasamos a una media de un millón y medio de habitantes/víctima, a unos 248.000 habitantes/víctima en el caso de los extranjeros.
Eso en si mismo, aunque considero que es importante, no tiene que ser alarmante, pero no se debe ocultar esa realidad por dos temas. Por un lado, una vez más, se demuestra que las acciones deben realizarse en la educación, pero es difícil cuando se trata de adultos que han llegado a nuestro país con una cultura y hábitos tan diferentes.
Intervino el marino:
—Por otro lado, imagino que estás señalando, para que tomemos nota de cara al futuro, las experiencias de otros países, como ocurre en Francia, en la que segundas y terceras generaciones de inmigrantes, no solo no han producido verdaderos cambios, sino que el problema está más latente. Ahí ya no solo es cultura, ni educación.
Vimos que habíamos empezado a navegar en aguas procelosas, por lo que nos despedimos con la preocupación de ver un tema tan importante y complejo.
Pensamos que nosotros en la aldea no sabríamos como solucionarlo.
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